domingo, 6 de julio de 2014

La mínima diferencia (mundialeras #5)


            Como las horas que tiene el día, veinticuatro años tuvieron que pasar –de sol a sol- para que otra vez el representativo nacional de fútbol estuviera disputando las semifinales de un Mundial. Esa etapa más conocida como la de «Alemania y tres más».

            A diferencia de los suizos, los belgas fabrican el chocolate con un alto grado de amargura. Cuestión de paladar que le llaman. Pues esto se notó en la cancha desde el primer minuto. Más allá de las virtudes de nuestro equipo, nunca vi un seleccionado con más ganas de irse de una copa como el de Bélgica. Ni siquiera el arquero hizo el «acting» de ir a cabecear un córner en el último minuto. Pareciera que ya tenían las bicicletas estacionadas en las afueras del estadio y una buena cerveza para tragar el repollito de Bruselas del fracaso.

            Así y todo, Argentina ganó nada más que por la mínima diferencia, como lo ha estado haciendo a lo largo de todo este campeonato tan cargado de goles. Sin embargo es el único semifinalista que nunca empató. Los cinco triunfos nacionales siempre fueron sacrificados, con los minutos contados entre dientes y la agonía atascada en la garganta. «Primero hay que saber sufrir / después amar, después partir…» decía Homero Expósito (perdón, el Mundial me pone insoportablemente tanguero). Pero es cierto, la regularidad de nuestros espinosos partidos hace que nos ilusionemos y caigamos en la nostalgia en un mismo gesto. Como cuando el termómetro marca cero grados y un taimado sentencia: «No hace ni frío ni calor». Un único gol de diferencia borra de un zapatazo las piernas cortadas de Maradona, la cabeceada a lo burro de Ortega, las puteadas en japonés a la Bruja Verón, la supuesta frialdad de Riquelme y la última  goleada teutona. «Toda mi vida es el ayer / que me detiene en el pasado…», ya que tampoco no pude olvidarme en el festejo albiceleste de los goles del Bati, la garra incombustible de Sorín, el muro de contención del Ratón Ayala y la prestancia arrolladora de Zanetti. Grandes  y hermosos perdedores que supieron mantener el color de la bandera en los peores momentos. Porque si una Copa del Mundo potencia absolutamente toda la realidad de un país, la euforia triunfalista, entonces, debe matizarse con memoria, verdad y justicia. Tres palabras que hacen la diferencia mínima entre una hinchada fervorosa y un pueblo merecidamente feliz.


HERNÁN SCHILLAGI

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