sábado, 26 de febrero de 2011

De los Portones al Arco, Octava entrega


Octava entrega:


Cruzando el río


Dentro de la oscuridad suelen verse las cosas más claras. Juano siente que su rumbo sigue firme. Gala lo dejó, se llevó en un único gesto sus dos amores para dejarlo en la completa soledad del baúl de un auto. La respiración se le hace difícil, porque lo metieron a presión con todo lo robado. Relojes, ropa, pulseras unos canapés de aceituna, un par de centros de mesa y unos triples de miga. Pronto los canapés sufrirán una sensible baja.

De pronto, el Chevy disminuye la velocidad y Juano percibe cómo el vehículo se inclina a los saltos. «Debemos estar bajando por una calle de tierra», alcanza a deducir. Y se traga a los apurones dos triples juntos. El miedo lo hace sentirse hermético en la caja negra del baúl y poco a poco nota que está en una cápsula espacial con destino a las estrellas más lejanas; o hasta la Luna, al menos

Por una escotilla que se abre presionando un botón secreto, puede observar la espesura del cosmos en su plenitud. Así, encerrado al vacío y a miles de años luz de Los Portones del Parque, Juano piensa que el olvido es una posibilidad y se siente feliz. De los Portones al Arco o, mejor dicho, De la tierra a la Luna. Pero de repente, un cometa de cola larga trae una luz que lo enceguece, y, cuando abre los ojos, un cinturón de estrellas ha dibujado, sin aviso, la sonrisa de Gala.

El Chevy se detiene y los de adentro abren las puertas.

—Bajate, pelotudo. Y un culatazo alcanza de refilón la cabeza de Juano.

Confundido, salta del baúl y tiene la boca bordeada de mayonesa y crema de aceituna. El golpe de la pistola no lo durmió, sin embargo está mareado. Entonces empieza a girar y ve los borrones de una costa, el salitre que enciende la tierra, más allá unas cortaderas altas, y el río. El río marrón como una víbora de barro. «Debo estar en San Roque o Palmira», y en esa duda Juano da un último giro y cae sentado al suelo.

Desde abajo, se frota los ojos y mira cómo la novia ya no tiene el vestido blanco. Ahora calza un jean negro, una polera roja ajustada y se ha atado el pelo con un colín blanco. Al principio, Juano cree que ella está recostada sobre el hombro de uno de los asaltantes porque no puede mantenerse en pie del susto. Pero lo que no logra explicarse es por qué cuando le falta el aire lo toma de la boca del ladrón. La farsa vuelve a representarse ante Juan Orlando Salicio y escucha.

—Cuando dijiste «Camacho» casi me muero.
—Pero salió todo bien, mi amor.
—Lástima este choto que se nos metió de prepo.
—Y, se ofreció él solito. Si no agarrábamos viaje se iban a dar cuenta.
—Nos vamos por el norte hasta San Juan. Cuando se calmen los ánimos, volvemos.

Juano escuchó esto último con terror. Un desvío así podía significarle la pérdida de todo. Y el Ami sólo lo esperaba al pie del Arco hasta el lunes.

—Sacate le ropa.
—¿Cómo dijo, señor?
—Dale, tarado. Sacate los lompas y metete al río que hasta acá llegaste.

Lentamente obedece y camina hacia la orilla mientras se saca las topper. De pronto comienza una carrera alocada por las cortaderas haciendo zigzag para esquivar las balas que no escucha por los golpes de su corazón agitado. Toma vuelo y se lanza de cabeza al agua. Comienza a bracear pero una de sus rodillas choca con una piedra que lo detiene por el dolor. En ese momento se da cuenta que el agua no le llega ni a la cintura. Mira para atrás y nadie lo persigue.

Al rato siente que el motor del Chevy negro ruge contra el silencio y se aleja. Aunque sabe que, a pesar de que los falsos ladrones lo han abandonado, el peligro de perderlo todo se encuentra todavía al acecho más allá de las cortaderas.


Soundtrack: Mis harapos, por Antonio Tormo.

sábado, 19 de febrero de 2011

De los Portones al Arco, séptima entrega


Séptima entrega:


La otra fiesta


El Gordini llega a los bocinazos, y a los de la fiesta les hace recordar los gritos del chancho que acaban de matar para el almuerzo. Juano no ha tenido tiempo de ensayar, ya que en el auto venían más que apretados.

El padre de la novia los recibe con un vaso de tinto a cada uno. «Para que las cuecas les salgan más alegres», dice el hombre. Pero la alegría realmente se completa cuando aparecen unas empanadas recién sacadas del horno.

—Ahí llegan los novios, grita uno.

Así que Juano se encarama por sobre la espalda del guitarrista lastimado y comienzan a tocar a dúo. El novio mira extrañado al padrino como preguntándole quién es ese músico monstruoso de cuatro brazos, pero no hay respuesta posible.

En la mitad del Blanca y radiante, un Chevy negro con dos llamaradas naranjas ploteadas a los costados irrumpe en la fiesta a toda velocidad. Se abren las cuatro puertas al mismo tiempo y cuatro caños se asoman amenazantes. Los gritos de las mujeres no dejan escuchar bien si esto es un asalto o un acto de fanfarronería. Pero Juano sale de toda duda cuando uno de los hombres encapuchados le saca de un manotazo el reloj al novio.

—No te vayás a hacer el vivo, Camacho, le dice el ladrón.

«Y yo que quería vender tabletas en la otra fiesta», se lamenta entre dientes Juano. En un momento, uno de los ladrones toma del cuello a la novia y le apunta.

—Ahora nos vamos -dice el asaltante-; si alguien nos sigue o avisan a la policía, la quemamos a ella.

Hay veces que una oportunidad se parece al peligro. Hay veces que a un hombre apenas le queda ir para adelante. Hay veces que las palabras se disparan como una bengala en pleno día.

—Señores, yo también voy con ustedes.
—¿Y de qué nos vas a servir vos? Dice el de la capucha.
—Con dos rehenes se puede siempre ganar más tiempo. Explica Juano, mientras piensa que la única salida que tienen es por San Luis.
—Pero vas a ir en el baúl, por huevón.

Hay veces, también, que un hombre debe pensarlo dos veces antes de querer ser el héroe de la fiesta.




Soundtrack: La novia, por Antonio Prieto 

sábado, 12 de febrero de 2011

Abanico literario


Familia de tres. Por lo tanto, en los viajes en micro me toca siempre ir solo o con un pasajero desconocido.

Voy del lado del pasillo. Mar del Plata ha quedado apenas en la memoria de mi cámara y en los alfajores y los libros que traigo de regalo. Me llama la atención que la chica que esta vez viaja a mi lado no se aturda el cerebro con el i-pod o el celular. Lee A sangre fría de Truman Capote y tiene otro libro en su regazo que, me parece, es de Cortázar.

De pronto cambia de libro y, sin aviso, se apaga el aire acondicionado. El sol del atardecer en la Pampa pega sin interrupciones del lado de la ventanilla. La chica lectora comienza a abanicarse con Julio Cortázar. «No se aguanta el calor», me dice.

Pizpeo el libro y alcanzo a leer en la tapa su título. Entonces le señalo la voluminosa novela de Capote y le digo sonriente:

—Es que para que te dé un aire más fresco, deberías abanicarte con A sangre fría y no con Todos los fuegos el fuego.

sábado, 5 de febrero de 2011

Verdura adolescente y anacrónica




Todos la deben tener presente. Hace un par de meses que anda dando vueltas la publicidad de una de las dos gaseosas de lima-limón más conocidas.

Presenta en Bariloche a un coordinador de viaje -tan típico como bizarro- dando un discurso conmovedor y plagado de lugares comunes a un grupo de estudiantes egresados.

No me importa el mensaje. Es gracioso y hasta positivo: «Que no se corte tu frescura adolescente». Los protagonistas, por lo tanto, se ven eligiendo una actitud (¿o pose?) suelta y espontánea 20 años después.

De fondo vamos escuchando «Una canción de despedida» del grupo español Los Lunes. Esa ñoña y ultra pop canción que empezaba: «Madrid a 6 de julio del '91...»

Sin embargo, me mata que en el final, el paródico coordinador arenga con la gaseosa en la mano: «Promoción '88, que no se corte».

Semejante anacronismo me obliga a dos preguntas:


*¿Era tan difícil encontrar un hit de los '80 que precisamente no contradijera en el comienzo la época?

*¿Cuál es la canción que hoy te avergüenza, pero que en tu adolescencia te enloquecía hasta el paroxismo?

Si no me contestás, entenderé que te fuiste de Pachanga con una rubia en el avión, directo a Brasil...