lunes, 14 de julio de 2014

La alegría tiene un fin (mundialeras #7)



            
Pitazo final del árbitro, pasados los 120 minutos, y se acabó el Mundial. ¿También se nos terminó la alegría? Para los memoriosos, la mejor Copa del Mundo en mucho tiempo: por la cantidad de goles, por el rendimiento parejo de los equipos, por el color en las tribunas, ¡por la ausencia de vuvuzelas! Pero fundamentalmente, Brasil 2014 será recordado como la Copa de la Alegría. Más allá de las rivalidades, los cariocas tienen onda, sienten el clima futbolero, llevan el carnaval en la piel; a tal punto que se disfrazaron de todos los rivales que le tocó a la Argentina. Eso se paga con un precio difícil de calcular. Bueno, no tanto: diez goles en contra en solo dos partidos. 

«Llueve mucho / y me cuesta escribir la palabra amor…», se lamentaba Juan Gelman en un poema, y es cierto. Pareciera que cada uno de mis dedos estuviera atado a una mancuerna de cinco kilos cada vez que quiero presionar el teclado para expresar la felicidad que me dio vivir este campeonato. Soy de los que disfrutaron de ver las seis temporadas de Lost, a pesar del espantoso capítulo final (la comparación no es caprichosa). Es que miré con una sonrisa casi todos los partidos, grité goles foráneos y propios, leí con voracidad en Wikipedia data hasta de los países más excéntricos: ¿Por qué les llaman «ticos» a los de Costa Rica? ¿En qué idioma hablan los nigerianos? ¿Está bien dicho Holanda, o es Países Bajos? ¿Los uruguayos son caníbales? Pido perdón, me siento como el infaltable contador de chistes en un funeral. Encima hay un solazo en pleno invierno. Sin embargo, aquí no se murió nadie, sino todo lo contrario. Porque si hay algo que siempre se le achacó a nuestra Selección fue falta de compromiso y de eso hubo mucho, tanto como para repartir a todos los del continente (de habla portuguesa). A partir de octavos, el equipo demostró más entereza que brillo, más garra que lujo. Que no alcanzó, dirán los resultadistas, pero sí nos dejó tranquilo el corazón. Perdimos de pie la final ante el indiscutible mejor equipo de la Copa, de igual a igual y a punto de robárselas. El fútbol es un deporte donde habitualmente gana Alemania, me recuerdan los más viejos. 

Luego del gol teutón al borde de los penales, no pude dejar de recordar la inmortal frase de Vinicius: «Tristeza não tem fim…». O al menos, pensé, es inevitable. Aunque Borges decía que de las muchas cosas malas y de algunas buenas, a la larga, las iba a convertir en palabras, sobre todo a las malas: «ya que la felicidad no necesita ser transmutada: la felicidad es su propio fin». No obstante –repito- ¿se nos tiene que terminar la alegría así como así? Mostramos ser una de las hinchadas con más presencia y colorido, el mundo habló del aliento argentino en las tribunas, de las canciones ocurrentes y pegadizas; como también de un equipo digno y valiente que supo vender cara la derrota. Qué hacer con tanta algarabía, entonces, en medio del fracaso deportivo. De aquí en adelante, ese será nuestro verdadero desafío mundial: construir como pueblo a partir de una alegría interminable. Tan solo de este modo, los festejos parciales habrán encontrado su verdadera finalidad.


HERNÁN SCHILLAGI

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