martes, 26 de octubre de 2010

Los niños de la Antártida


Horas antes de que se realice el Censo Nacional 2010 en el territorio continental argentino, llegaron desde la Antártida los datos del relevamiento: en el continente blanco fueron censadas ayer 230 personas, entre las que hay nueve familias y 16 niños.

En el día de la fecha se conocieron extraoficialmente algunas de las preguntas que le hicieron a ese pequeño grupo de infantes:

*¿Cuál es tu juego favorito? La mancha congelada.

*¿Cuál es la última película que viste? La Era del Hielo 3. 

*¿Qué hacés habitualmente los domingos? Voy a tomar un helado. 

*¿Con qué cuento te hacen dormir tus padres? Blancanieves.


*¿Qué no puede faltar en tu merienda escolar? Un juguito congelado.

*¿Tu familia viene de Buenos Aires? Frío, frío...

viernes, 22 de octubre de 2010

La tranquilidad de una madre


«Me tenés toda la noche con el Jesús en la boca», le decía la madre a su hijo que volvía tardísimo de la bailanta. Harto, el muchacho la hizo examinar por el curandero de la esquina, y luego la llevó hasta la tele a un programa charlatán de fenómenos paranormales.

La gente del barrio construyó un altar en los labios de la madre, encendió velas en su dentadura postiza y le rezaba en procesión para que los hijos regresaran salvos antes del amanecer.

Fue un milagro tanta convocatoria. Hasta que, a los dos meses, otra vecina aseguró frente a las cámaras que había visto una calle que era «una auténtica boca de lobo». Todos corrieron a fotografiar los colmillos.

viernes, 15 de octubre de 2010

El estribillo de tu vida


No lo soñé -¡ieee-eeeeh!
Ibas corriendo a la deriva…

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota



Dominio de algunos elegidos, el estribillo suele elevar a compositores musicales hacia cimas siderales de la fama o los hace caer en un pozo de lánguido olvido. El estribillo, esa reiteración de una pequeña estrofa en ciertos momentos de una canción que los oyentes nos empecinamos en paladear, saborear y masticar sin escupir. Como un bubbaloo infinito nos acompaña pegajosamente en algunas situaciones claves de nuestra existencia. Será por eso que hace unos años Antonio Birabent se preguntaba «¿Dónde está el estribillo de tu vida?»*

Es así. La vida –en su acontecer aparentemente lineal e ininterrumpido- tiene hitos (¿hits?) que misteriosamente pueden relacionarse con situaciones álgidas y de máxima tensión, como lo son también los estribillos de un tema. Desde niños hemos replicado hasta la inconsistencia frases que pertenecían a canciones populares. Cuando le compraban primero algo a mi hermano más grande o mis abuelos lo tomaban como ejemplo de todo; yo musitaba ese bodrio de Roque Narvaja: «Yo quería ser mayor,/ quería ser mayor…» Como también en la adolescencia cuando teníamos el «Corazón partío», siempre estaba a la vuelta de la esquina el consuelo de «El amor después del amor».

Rosendo, un músico español, dice que el estribillo: «es la parte de la vida donde todo el mundo canta y se divierte, donde todo es fácil» y por eso ha editado con cierta ironía el disco A veces cuesta llegar al estribillo. Sin embargo, hay casos en que nuestra ira se desata ante la hipocresía de un vicepresidente (por dar un inocente ejemplo), que traiciona sin más a todo un electorado y comienza a votar no positivamente cuando le conviene (sobre todo a su imagen e intereses). Aquí surgiría nuestra etapa punk donde perdemos los «estribos» (o estribillos) y en la cabeza, «perdiendo el control», nos late a mil un: «Y ahora qué pasa, ¿eh?.../ Uno, dos, ultraviolento./ Uno, dos, ultraviolento…» Y la repetición feroz nos descomprime la rabia y la frustración, para así poder seguir sin convertirnos en un Harvey Oswald del siglo XXI.

«Que, para ser comercial, a esta canción/ le falta un buen estribillo», decía la voz ronca de Sabina en un tema que repasaba sus cincuenta primaveras en este mundo. Entonces, ¿qué es lo que nos quieren vender estas insistentes frasecitas? Un vademécum, acaso, repleto de placebos que nos endulcen letales los oídos. Tal vez, pero lo que importa es que, cuando alguien te dice un par de veces: «Oye, te hacen falta vitaminas…», te das cuenta que los años no vienen solos y que «sólo se trata de vivir,/ésa es la historia…»

Más temprano que tarde nos enteramos de que son los momentos top five los que permiten afianzarnos en la cabalgata sin freno hacia el inevitable barranco. Episodios donde pudimos lograr que los demás corearan nuestras humildes hazañas y siguieran letra a letra nuestra voz. Por este motivo será que nos gusta recordar hasta lo imposible, hasta el instante futuro en que el deseo se convierte por fin en realidad y así podamos cantar: «El día que me quieras…» y seguir imaginando lo hermoso que vendrá después.

Repito, porque de esto se trata todo: «¿Dónde está el estribillo de tu vida?»




*Aclaro que este texto es una suerte de lado B de otro ensayo que escribí y publiqué hace poco en la revista El Desaguadero.

domingo, 3 de octubre de 2010

Un poema para contradecir la realidad



autonomía de vuelo

                                            Hay que ver,
                                            cuántas veces te advertí, gorrión…

                                            Rafael Pérez Botija, en Fruta verde



acaso no te dije es que cada mañana
levanto la mesa de la noche anterior
un autómata que registra sin ver la cera fría del plato
los cubiertos inútiles las ojeras pardas de la lechuga
y el vaso que se eleva como una torre sin princesa
con un solitario dragón adentro

es que en las mañanas acaso no te dije
las migas trazan sobre el mantel rojo
las huellas del pan de cada día el rastro
de un mapa descascarado los pasos sin dar
del chato milagro que divide y no multiplica

por eso cada mañana doblo ese rectángulo
de sangre para de la tela sacudir los restos
de una cena que perdió en el baile de tu silla vacía
así las cortezas vuelan bajo hasta hundirse
en el barro de la cuneta

sin embargo esta mañana acaso no te lo dije
el mantel se convirtió sobre mis hombros en una capa
y fui un rey destronado perdido entre los autos
las ambulancias los ladridos un súperman doméstico
con el pecho a prueba de baladas freddie mercury decolorado
con las raíces negras por la desidia
que alza su puño y desafina «somebody to love»

aunque una rápida traición de la cabeza me trasladó
hacia el áspero castellano «alguien para amar» sí
«alguien a quien amar»

no te lo dije acaso pero es que cada mañana
me cuesta cada vez más ser un superhéroe


                                                                              para rubén valle y su poesía