sábado, 25 de julio de 2015

Lectura obligatoria






Lea atentamente el siguiente texto

Atravesar el umbral de un aula y creer que los alumnos no han leído nada en su vida y que, además, detestan los libros puede ser tan cierto como peligrosamente suicida para un docente. Los pibes en la actualidad lo hacen todo el tiempo, aunque de un modo diferente: leen con el corazón en una mano (y la otra en el teléfono). «Limpia, fija y da esplendor» rezaba la leyenda con la que nació la Real Academia Española. Pues bien, una lectura obligatoria para los adolescentes debería ser todo lo contrario: «Sucia, inquieta y da temor». François Texier sugiere que «La lectura no es una actividad neutra: pone en juego al lector y una serie de relaciones complejas con el texto…».


Tema 1

¿Existe alguien con sentido de la responsabilidad que pueda aseverar sin fisuras y dar cuenta concreta de que la lectura es un acto intelectual que «hace bien»? ¿No es al menos discutible eso de que la lectura es vital para los seres humanos? Se pueblan los muros en las redes sociales de profesores/as bienintencionados/as que cuelgan, como en un pizarrón simpático y tecnológico, frases «bonitas» a favor de leer del tipo «Descubramos el mundo de fantasías que guarda cada libro», «Leer nos hace libres», o ese derroche de imaginación antitética que dice «Lee poco y serás como muchos… Lee mucho y serás como pocos». Todas, frases de innegable y meridiana verdad. Que facilita las conexiones neuronales, es cierto; que estimula la imaginación, cómo no. Sí, nadie puede estar en desacuerdo sobre lo importante que es ingerir alimentos para la subsistencia y, así y todo, hay personas con problemas de bulimia y anorexia.


Tema 2


También resulta bastante contradictorio que el libro insigne de nuestro idioma muestre desde la primera página a un personaje, Don Quijote, enloquecido de tanto leer: «Él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro…». La tragedia de la lectura, apunta con lucidez Susan Sontag; para rematar sobre el Caballero de la Triste Figura: «La lectura no solo ha deformado su imaginación; la ha secuestrado». Hoy, Alonso Quijano sería visto como un adolescente tardío, tan heroico como compulsivo, que no puede desprenderse del Facebook y que se cree, a pie juntillas, todo lo que su perfil dice de él (haber utilizado la locución adverbial «a pie juntillas» es una muestra pasmosa de la ruina intelectual que han hecho en mí tantas lecturas). Por lo tanto, ¿estas son las únicas armas argumentativas -memes robados, aforismos apócrifos, trémula militancia virtual- con las que contamos los docentes de Literatura para promover hoy el interés en las curriculares lecturas obligatorias? Theodor Adorno aseguraba sin malicia: «Los creadores de obras de arte significativas no son semidioses, sino seres humanos falibles, a menudo neuróticos y dañados…».


Elabore un juicio crítico

En Si una noche de invierno un viajero, Ítalo Calvino nos mostraba, con bastante ironía, a un «no lector»; es decir, un retirado de la lectura hasta de los carteles publicitarios. Esta saturación extrema puede verdaderamente sucedernos en la actualidad: internet, mensajería instantánea, noticias las veinticuatro horas, propagandas, pizarras informativas y, por qué no, libros, diarios y revistas. El maravilloso e ingrato oficio de hacer leer por obligación, además se da en los dientes contra nuevos modos de lectura juvenil, como las lavadísimas traducciones express de best sellers, la fanfiction (que deja el lugar para que las chicas coloquen su nombre y protagonicen aventuras con su cantante favorito de turno), o las novelas por entregas que corren candentes por las redes sociales. ¿Estamos «obligados» a competir, entonces, desde la escuela? Sépanlo: la batalla del entretenimiento está perdida desde que se creó hace décadas el Pacman. Lo que todavía tienen de imbatible los acartonados libros, alguien tiene que decirlo, es la transmisión de experiencias y la intensidad imperecedera con que pueden ser presentadas estas historias. «Donde existe una necesidad, nace un derecho», clamaba Evita con toda lucidez, y me atrevo a parafrasearla: donde existe una necesidad, nace un lector. Porque es en lo que les hace falta a los púberes por donde los docentes podemos entrarles troyanamente. Diversión y distracciones les sobran. No obstante, la reflexión crítica acerca de situaciones extremas, ponerlos en el lugar del otro, desgajarlos un poco de su ensimismamiento cerril; tal vez sean las carencias más urgentes. ¿Queremos lectores que pasen las páginas con la liviandad de apretar un joystik? Buscamos, sin duda, el placer y la felicidad de los alumnos. Pequeña tarea nos han dado a los profesores de Literatura. Pero también deberíamos darles armas eficaces para cuando se encuentren solos (si es con un lenguaje elaborado, mucho mejor). No hablo aquí de la famosa (y reaccionaria) «cultura del esfuerzo». Resulta muy cómodo hacer que los demás se agoten. Trato de decir que no existen clásicos inoxidables ni inamovibles, así como tampoco imposiciones prefabricadas del mercado editorial. «La literatura es memoria, y como tal, necesita un plus, una distorsión o un corrimiento de sentido, una fisura que nos permita ir en busca de lo que todavía desconocemos…», reflexiona María Teresa Andruetto en su libro que se llama, justamente, La lectura, otra revolución. Ningún buen libro en estos parámetros, por lo tanto, será homogéneo y, mucho menos, homogeneizante; sin embargo, hacer que un grupo lea obligatoria y necesariamente la misma obra en simultáneo, significa tomar el desafío de enfrentarla con diferentes, embrolladas, inquietantes y temerosas miradas. En fin, una diversión impuesta de las que no se olvidan.


HERNÁN SCHILLAGI


Algunas menciones
-Andruetto, María Teresa. La lectura, otra revolución. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2015.
-Sontag, Susan. Cuestión de énfasis. Alfaguara, Buenos Aires, 2007.