sábado, 20 de octubre de 2012

Un poema de herencia





la medianoche de los gallos


porque un padre tiene siempre
la última palabra picotea el teclado
en una riña contra las letras y la noche
como si fuera un gallo que indaga
la tierra en busca del sustento diario

así deja muescas sobre el planeta táctil
de los hijos un sistema braille
que ciega la memoria y perfora
punto por punto el mapa de la lengua
materna porque un padre siempre
improvisa la última palabra
para recibir mientras todos duermen
el primero de los silencios que vendrán


HERNÁN SCHILLAGI

miércoles, 10 de octubre de 2012

Variaciones a partir de las hormigas





 1.Mal bicho

Una mañana de lunes me levanté francamente incendiado. Mi cara en el espejo volvió a enumerarme los vasos de cerveza, las salsas picantes y la chocolatosa torta que mi hígado había tenido que soportar en el cumpleaños de una amiga. Cuando pude fijar la vista, noté sobre el blanco de la cerámica del baño, una fila interminable de hormiguitas negras exploradoras. Peregrinaban en imperturbable línea recta, de izquierda a derecha, como un renglón que le peleaba duro al hambre.

Enseguida recordé un mandato supersticioso que arrastro desde la infancia: «Las hormigas rojas son del Diablo y las negras, de Dios». Como no eran de las coloradas, aplasté con el dedo -sin temor a represalias demoníacas- las que más pude. Luego rocié con raid todo el impronunciable trazo que formaban hasta la banderola del baño.

           
2.Alma, si tanto te han querido
José Saramago

Era la siesta. Leía en el baño a José Saramago y se me entrecerraban los ojos: «Qué poder es ese el tuyo, Veo lo que hay dentro de los cuerpos...» Se me nublaba la vista, cabeceaba cada dos segundos: «Has visto el alma, Nunca la vi...» Entonces apreté derrotado los párpados y volví a abrirlos. Líneas y líneas de pequeñas hormigas de tinta intentaban redactar en las hojas del libro otro Memorial del convento. Manoteé hacia la mochila del inodoro, pero esta vez el insecticida era inocuo para esta clase de hormigas verbales que iban y venían sobre el papel. Algo sospechó de esto, seguramente, Anahí Mallol cuando escribió en un poema: «una hormiga/ se aventura/ más allá/ siempre más allá/ del límite marcado con su olor».

           
3.Mensaje en una botella

Me fui a la habitación un poco confundido. Unos versos de mi amigo Fernando G. Toledo se me venían empastados a la memoria y empujaban para salir. Busqué en mi biblioteca su libro Diapasón y leí como si ya lo viniese paladeando, «Me he preguntado quién/ En esta espera errónea/ Escribirá para otros/ Las cosas que yo necesito». El poema, en efecto, habla de posibles «emisarios» que tal vez andan por el mundo redactando las palabras justas para cada uno de nosotros. Entonces volví a pensar en las hormigas, en esa hilera indómita de puntitos negros sobre un fondo blanco, pensé en las palabras de los personajes de Saramago, en cómo las hormigas se retorcían mudas por el veneno y borraban para siempre esa frase sin idioma, que tal vez yo andaba precisando, pero que aniquilé sin piedad. ¿Es, acaso, la literatura -con sus escritores- un emisor involuntario e inesperado de señales que una a una vamos eliminando con el olvido o la distracción sin saber que nos estaban salvando?
           
Es posible que dentro de mi cuerpo de lector no tenga un alma. Pero de ahora en más voy a estar siempre atento. Ya que quizás, también los libros inoculen un veneno imperceptible que dura años en llegar al corazón del sistema nervioso, como una botella que flota sin rumbo hasta que alguien en una orilla destapa su breve pero potente mensaje y ya nada vuelve a ser como antes.


HERNÁN SCHILLAGI

martes, 2 de octubre de 2012

Un poema para adelante





mecánico de la palabra


como una escena robada de una película
del cine nacional empuja con los dedos engrasados
de tinta su viejo auto bajo la lluvia
«para qué me sirve la poesía» repite «para qué»
si el motor no responde a sus bucólicas quejas
empuja puja y campuja vocablos contra el paragolpes
y las balizas le marcan la intermitencia
de su confundido corazón la indolencia
de su mecánica literaria ante el carburador
las oscuras transmisiones y los cables indiferentes
por eso empuja con el cuerpo entero
para llevar la mole de su torpeza hacia adelante
hasta que sin más toda la lengua le quede afuera


HERNÁN SCHILLAGI