miércoles, 27 de diciembre de 2017

Frutabrillantame las fiestas



La fruta abrillantada, el salchichón primavera, el fiambrín, el queso de chancho, las galletas surtidas que no son de chocolate, el helado de agua, la sidra mendocina y cierta ala del peronismo. Felicidad para esos hermanos tan oscuros como inestables que paladean estas cosas como manjares.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Un poema para festejar



fin de año


aún no has terminado
de darle la última vuelta al almanaque
y querés que todo pase rápido
las luces que parpadean los regalos
la carne entre los dientes la sidra
que salpica un brindis y los deseos
los buenos deseos con la precisión 
de una medianoche que explota
de color y comida recalentada
de este año en busca de su fin
porque no hay balanza sin danza
para el que pregunta cuál
cuál es la música de los extraños
cómo suena el abrazo que no dimos
cuánto quema en la garganta
la palabra felicidad cuando el año
que viene está demasiado cerca


HERNÁN SCHILLAGI, de "Castillos sonoros" (inédito)

domingo, 19 de noviembre de 2017

Un poema en la memoria



materia documental


así como te lo digo nunca
nunca los recuerdos se pueden editar
como en esos programas de la siesta
donde justo aparece el sol sobre la sabana
y tizna de luz el lomo de unos elefantes
que caminan contra la sed
en alguna zona del áfrica oriental 


nunca como te lo digo nunca
un recuerdo se domestica del todo
ante ese hombre en off que narra
y borra cualquier sobresalto del guion
cualquier sonido salvaje

como te lo digo nunca la materia
de los recuerdos deja la huella esperada
la de ese animal vivo y mutante
que algunos especialistas llaman
a falta de mejor nombre «olvido»


HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros» (inédito)

miércoles, 25 de octubre de 2017

Un poema popular



melodía familiar

mi padre era leonardo favio
o al menos la voz de mi viejo
podía guitarrearla de vez en cuando
al entrar a mi departamento
de recién casado con tres muebles
y cuatro acordes inseguros
que sabían completar el vacío
y la incomodidad
años sin hablarnos y una promesa
como estribillo «no revolver el pasado»
así los tonos otra vez cambiaban a graves 
para imitar una melodía familiar
la cadencia terrosa que cantaba
y encantaba el presente pero otra vez
el rencor otra vez las notas oscuras 
para que todo pacto pasara a ser 
una esquiva crónica de niños solos
el siglo se moría y sobre mi lengua 
un milenio entero para entender 
por qué nuestra frecuencia sonora vibraba
más en el silencio que en la música
que su voz de cantor popular quebró 
la mía para siempre y se repite ahora en mí
se duplica y se eleva porque yo
yo no puedo olvidarla


HERNÁN SCHILLAGI, de "Castillos sonoros" (inédito)

martes, 17 de octubre de 2017

Con textos de encierro (y poesía)

 ***FERIA DEL LIBRO DE MENDOZA 2017, V Festival Internacional de Poesía de Mendoza – Jueves 12/10/2017 – Penal Almafuerte, Luján de Cuyo***

La jornada del jueves 12 de octubre -y haciendo un poco de honor a lo que conmemora el día acerca de la diversidad cultural- trasladamos el «V Festival Internacional de Poesía de Mendoza» hasta el penal Almafuerte. Llegamos con la poeta chilena Melissa Carrasco, pasamos los controles y, por fin, nos encontramos con un sonriente Facundo López enfundado en su campera negra. El frío, el viento y la lluvia del llano, se había desplazado hacia la montaña. ¿Podrán las palabras transmitir algo de calor? Escuela del penal, patio con galerías donde unos 50 alumnos nos miraban expectantes. Algunos tomaban mate, otros se acercaban a saludarnos. Facundo dijo unas palabras de bienvenida, no solo a nosotros, sino a la misma poesía.
Melissa abrió la tanda de lectura con uno de los poemas de su libro «Plantas». Yo hice lo mismo con un texto de mi libro «Gallito ciego». Así, fuimos alternando las voces, aunque también tratábamos de hablarles a los internos, de mirarlos a los ojos, de recordar uno por uno esos rostros. Risas, silencios, gestos de sorpresa y un aplauso agradecido al finalizar cada poema. Invitamos, luego, a que Facundo López leyera de su nuevo libro «Niños que corren a explotar», y fue un instante de descubrimiento para todos los alumnos. En medio de la lectura de un poema, vi cómo unas gotas se mezclaban con las letras. Le dije a Melissa Carrasco que cerrara y, con el último verso, una breve granizada puso el punto final.
Después, entrevista en la Biblioteca para la revista «Demoliendo fronteras» que hacen los profesores con el aporte de los chicos del penal. Allí recordamos al «Festival Internacional VaPoesía», pionero en acercar la lírica a lugares no convencionales, hablamos de nuestra historia con la escritura y, para nuestra sorpresa, nos pidieron que escribiéramos un poema donde expresáramos lo que nos había provocado estar en Almafuerte. Dos internos, Leo y David, nos acompañaban en silencio. David apretaba un cuaderno a rayas contra su pecho mientras oía la entrevista. Le pregunté si escribía y dijo que sí, que eran poemas a la madre de su hijo. Dio vueltas el cuaderno y comenzó a leer. Sus palabras sonaron a libertad, o como el diccionario quiera llamar a la poesía. ¿Podrán estas palabras, entonces, transmitir algo de calor y traspasar el encierro? La respuesta, seguramente, la vamos a encontrar -como quería Bob Dylan- soplando (y leyendo, agrego yo) en el viento.

HERNÁN SCHILLAGI

domingo, 8 de octubre de 2017

La vista deforme



Los gustos literarios -y de los otros- hay que dárselos en vida. Toda mi infancia lectora viendo a mi mamá atrapada con las novelitas de Corín Tellado, para luego dejarlas sobre la mesita de luz o la máquina de coser con un sello de clausura y prevención: «Ni se te ocurra leerlas, que son prohibidas». Ayer en la feria las vendían de a tres por 15 pesos. No pude resistirme: «Lo inconveniente tiene fecha de vencimiento», pensé. Pero al abrir la primera página, ahora me advierte con dibujo de asesoría moral, que esta historia es «para personas formadas». Pasaron más de treinta años y la vana censura es otro modo de recuperar la familia.

HERNÁN SCHILLAGI

sábado, 22 de julio de 2017

Un poema en la mañana



la noche ambulatoria

cuando mi mamá se descubrió sonámbula
esa misma mañana con el té humeante sobre la mesa
nos dijo «anoche me he despertado sola
en la cocina buscando entre los cajones» ahí todos
pensamos que la oscuridad tenía un punto débil
una franja doméstica donde la luz de los sueños
se automatiza y guía los movimientos
físicos o de los otros esos que se agitan
desde lo más profundo para que los ojos
se abran pero no vean nada por eso
cuando mi mamá escondió la cuchilla grande
bajo llave después de la cena
como un intento de domar en vigilia
sus trastornos de la noche
al día siguiente con el té humeante
sobre la mesa que empañaba el aire del desayuno
todos pensamos ahí que mi mamá
desde ese momento y para siempre
nos iba a perdonar la vida


HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros» (inédito)

lunes, 17 de julio de 2017

Un poema para ser y no ser



la hija de shakespeare


me hablás de un legado de la fuerza
que tiene la lengua como músculo
y puente me hablás aunque cada palabra
es un pedazo de papel que puede ser doblado
siete veces nada más y ni toda la presión
física moral o sanguínea logran vencer
un mandato una ley universal como a judith
esa hija de shakespeare que era analfabeta
firmó una escritura con un garabato
pero le tocó una buena parte en el testamento 
y a la madre solo una cama de segunda
me hablás entonces de un legado 
del sueño de una noche que en verano 
comenzó a despertar para saber 
cuánto de frío existe tras una máscara 
que ríe y que a veces llora

HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros» (inédito)

lunes, 29 de mayo de 2017

Arrugas






Estoy mirando un documental mientras plancho. Sí, no soporto el silencio que se extiende ni las arrugas en la ropa. Una anaconda en la selva amazónica es una manga que se rebela con sus dobleces salvajes. El rociador, una catarata sutil que restalla en el accidentado relieve de mis pantalones. El paisaje en alta definición me impacta, aunque no se compara con las planicies logradas por el calor y la humedad sobre la tabla de planchado. Abuso del apresto y del teflón para enfrentar a los prolijos depredadores urbanos. Plancho y miro, miro y plancho. Aunque hay zonas grises, neutrales quizá, donde -entre frunces, pliegues y surcos- los sonidos están en primer plano: la fría voz en off, los rugidos hambrientos, el trinar celoso de los pájaros, las gotas de lluvia multiplicadas por los parlantes. Pero, de pronto, una arruga auditiva: el explorador habla con los nativos de una tribu y la voz del doblajista se superpone a la de los originales. El sonido ambiente no se ha suprimido como en las películas, sino que aparece un dialecto ambiguo e indomable que no puedo alisar ni mucho menos traducir. Mi atención está en el cuello de una camisa y no puedo ver con claridad quiénes abren la boca.  ¿Cómo descifrar, entonces, esa onda sonora que se entrelaza impura en el aire? «Te llamo con gorjeos y con chillidos finos…», escribe Jorge Boccanera en «Palma Real». Para decir más adelante: «no con palabras te convoco, sí con zumbidos, voces que resuenan…». Mi mano sostiene firme una máquina eléctrica que asfalta las dudas de una sola pasada. Acaso  planchar sea una manera elegante y civilizada de estar alertas entre tantos animales sueltos.

HERNÁN SCHILLAGI

viernes, 21 de abril de 2017

Volante ofensivo



Sufro al manejar. Mejor dicho, ir al volante de un automóvil me genera fastidio, cansancio y una concentración excesiva de cirujano con Parkinson. Cada pedal apretado es un corte de bisturí a la piel del asfalto. Cada luz o cambio de velocidad, una sutura desprolija. De este modo, niego la herencia familiar de un abuelo chofer de micros que llegó a hacer viajes temerarios en coche hasta el otro lado de la cordillera. Por eso es que, cuando me bajo del auto, en mi cuerpo se ha dado una batalla sorda a los gritos. Servicial ante nadie, derrotado ante todos: manejo a pesar de mí, ya que me ofende de modos inexplicables. ¿Será que prefiero ser de los que miran el paisaje y fantasean con que son transportados a otras dimensiones? ¿Seré un rockstar en desgracia que ha perdido su limousine? ¿Por qué no me sucede como a Fabián Casas en sus poemas?: «Acelerás despacio, / el aire en la cara te reconforta…», para preguntarse luego: «¿Qué es lo que hace / que una vida funcione y avance?». Estoy seguro de que el poeta es de esos conductores presuntuosos que guían solo con la derecha, y la izquierda la llevan colgando por la ventanilla para ofrecerla al sol de la ruta. Hago giros a diestra y siniestra, bajo y subo las luces, abro puertas para cerrarlas después, freno y avanzo. En fin, conducir y conducirse. «Primero hay que saber sufrir, / después amar, después partir / y al fin andar sin pensamiento…», decía el tango. No puedo dejar de pensar, entonces, que esos versos son las más certeras lecciones de manejo que jamás se han escrito.


HERNÁN SCHILLAGI

jueves, 13 de abril de 2017

Un poema en la lengua





un mapa irrepetible



como las huellas digitales que dejan
su marca de tinta en un registro civil
para que a la distancia una vigilada identidad
revele impresiones de tu paso furtivo
por la superficie terrestre como las huellas decía
cada lengua es única me avisa un sitio
de curiosidades en internet

surcos y papilas configuran sin más
un mapa irrepetible dentro de la boca
donde el silencio hace de la humedad
su refugio subacuático y las palabras
son ciudades por descubrir ruinas
de un áspero pasado

por eso si alguien me preguntara
si soy otro cuando escribo
me mojaría la punta del índice
con la lengua para dar vuelta la página
como única respuesta


HERNÁN SCHILLAGI, de Castillos sonoros (inédito)

domingo, 12 de marzo de 2017

Un poema bicolor



una boca aleatoria


cuál es el verdadero color de la piel
si cuando habla parece la misma y diferente
una boca tomada por una mancha
dividida entre lo oculto y lo claro del azar

el término real entra en el imaginario
como esa invasión sobre las células
que el vitiligo degenera para crear
zonas blancas cuando la luz retrocede

cuál pregunto es el color
por donde se escapan la voz las palabras
los huesos extinguidos de dinosaurios
que se niegan a desaparecer cuál
si puedo repetir la pregunta cuál
sería la coloración adecuada
del que habla por última vez
pero vuelve lleno de tierra se reconoce
y canta «querían a otro en mi lugar»
 
 
HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros»

sábado, 4 de marzo de 2017

Un poema envenenado



paquete de datos
 
mientras la mañana se termina de abrir 
sobre este monitor plano y frío la información
llega artificial «las hormigas no duermen
solo descansan» o sea que durante el simulacro 
de darle vuelta la cara a la noche
un bloque rojo y negro bajo la tierra
se mueve hambriento entre conexiones oscuras
para que podamos sostener el sueño
sobre una trama de red inocente
sobre una serie sucesiva de datos
que no alcanzamos a comprender
porque los sueños son de esa materia
algo pequeño que nos deja una porción de ácido
en alguna parte del cuerpo y nos envenena
la garganta la sed la lengua y hasta la boca
para decir «buenos días»
 
 
HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros» (inédito)

jueves, 23 de febrero de 2017

Un poema en el prospecto



literatura médica
 
la letra chica con sangre encuentra
los efectos secundarios de una lectura prohibida
porque «si vas a tomar algo no se te ocurra

leer las contraindicaciones» nos dijeron
pero la ciencia es el otro nombre de la curiosidad
una historia natural de los errores 
para que cada página circule como una cápsula
en la salvaje geografía de nuestro cuerpo
y se disuelva por cada duda cada sombra
hasta poblar de palpitaciones espasmos 
paranoia a ese libro que siempre hemos perseguido
y nunca hemos habitado
 
 
HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros» (inédito)

jueves, 16 de febrero de 2017

Un poema sobre el escenario

 
 
lectura de poesía
 
subo al escenario con un poema
que se refugia libro adentro
las palabras crujen en la hoja blanca 

ante la recelosa mirada de los oyentes 
la iluminación y el sonido ya han sido chequeados
al atardecer con esa fe precaria
que siempre inspira el comienzo de la noche
para que un eco cercano enumere salude
y salude a las sillas vacías
el texto en la mano es uno que habla
de estrellas naves espaciales y un hijo 
que pregunta al revés pero mientras leo 
me distraigo con una idea para otro poema 
donde la realidad salta estridente
sobre las estrofas y cada verso 
en secreto improvisado niega la metáfora 
o la vuelve tinta inmóvil
de esta manera la voz para el público
no coincide con lo que pienso 
como cuando el sonidista me pedía 
contra las últimas luces de la tarde que siguiera 
probando probando
 
HERNÁN SCHILLAGI, de «Castillos sonoros» (inédito)

miércoles, 8 de febrero de 2017

Tiene un mensaje sin leer





Llegué al mediodía a mi casa, luego de una mañana completa de exámenes psicofísicos que me habían pedido en el trabajo. En el escalón de la puerta estaba alguien esperándome: una paloma. Nada extraño. Sin embargo intenté abrir y ella ni se movió siquiera con el tintineo del llavero. La miré bien y tenía un anillo naranja en la pata derecha. No sabía qué hacer ni qué decir. «Deja la vida volar, / tu boca junto a mi boca, / paloma, palomitay», me graznaba Víctor Jara del otro lado de la cordillera, o de la existencia.
De un saltito llevó sus plumas grises a pasear por la vereda. Pasó la vecina de la farmacia y cuando le quise consultar me dijo: «Les tengo fobia, chau». De pronto, el vecino de al lado salió en la bici y me explicó que no era cualquier «bicho», sino una paloma mensajera. «Debe estar perdida», dijo don Hugo. La Primera Guerra Mundial se nos había trasladado al este de Mendoza. «Qué hacemos», le pregunté, mientras el alado animal ya cruzaba «a pie» la calle y daba muestras claras de sus dificultades para volar. No se dejaba atrapar por ninguno de nosotros. Entré a mi casa y a internet -otra forma extraña de hogar sustituto- y me enteré de que hay que darles agua y comida, llamar a la asociación de colombófilos y pasarles el número de identificación que está en el anillo. Luego tener paciencia, mucha, como había tenido yo esa mañana cuando la «otorrina» me había estirado la lengua con su mano enguantada, mientras me pedía que vociferara vocales abiertas a las cuatro paredes del consultorio.
Por supuesto, la paloma se escapó. Pero antes de entrar, le pregunté a don Hugo -medio en broma- cuál sería el mensaje que me había traído el pájaro y no pude leer: «Seguro que uno bueno», sentenció y comenzó a pedalear con tranquilidad. En vez de sonreírle, tragué saliva y un dolor lejano me hizo acordar de los tironeos de lengua de la doctora, como si las palabras dejaran un residuo punzante en la raíz antes de empezar a volar por el aire hasta los oídos de los demás.
HERNÁN SCHILLAGI