lunes, 26 de diciembre de 2011

El dragón pregunta



Para leer en este verano te dejo la edición electrónica de El dragón pregunta, mi nuevo libro de relatos breves.

Una selección de microficciones y cuentos de bolsillo publicados en los blogs Quebrantapájaros y Ciudadeseo entre el 2004 y 2011.

Hacé click aquí:

martes, 20 de diciembre de 2011

Blandengue (¡Post N°100!)



Trae mi mujer un cidí trucho: “Románticos”. Lo pongo y tiene dos carpetas. Una de “Baladas”: Montaner, Arjona, Luismi y otros latinos del montón. La otra es de “Lentos extranjeros”, pero con algo llamativo, todos en castellano. Roxette, Air Supply, Eagles, Bon Jovi entre otros temas de los 80 y 90 “inmortales”, cantando sorpresivamente en la lengua de Cervantes.

La experiencia no deja de ser tan sugestiva como deforme. Canciones que apenas uno sabía de lo que hablaban, sin embargo las “amorcillábamos” a lo loco: “Espindin mai chaim, wochin de deis gurbáis…” Coreábamos con la cantante de Roxette. Pero ahora tenía una voz medio robótica tropezando con los fonemas castizos. Como cuando nos dimos cuenta en “El Rey León” que Phil Collins cantaba en español con la voz de Quico, el hijo de doña Florinda.

Hasta que pasó algo notable. Llega el tema 24, “Ángel” de Robbie Williams. Ya lo conocía en la versión para latinos, me reía siempre de su pronunciación torpe en los diptongos: “De nu-evo tú te cu-elas en mis hu-esos”. Aunque, esta vez, me dejé llevar. La voz de Robbie se vuelve algo pastosa, pero cobra peso y entra como el plomo líquido en los oídos. Entonces resulta irrefrenable. A mitad de la canción ya estaba capturado. Yo no soy de llorar, aunque estaba francamente emocionado y ablandado. “¡Qué vergüenza!” Y me puse algo fuerte de Radiohead para compensar.

Para distraerme busqué algo de información en Google. Allí me enteré de que “Ángel” está rankeada como una de las canciones que más emociona a los hombres, aventajada solamente por “Everybody Hurts” de REM. “Tiene esa conexión lírica que puede alcanzar las emociones más profundas y removérselas incluso a los hombres más fuertes”, explica Ellis Rich, presidente de la Asociación Británica de compositores, músicos y editores.

“¡Esos son machos, viejo!” grité, mientras estrujaba el quinto carilina.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Los escritores del adiós




¡no seás pavese! me dice
y yo me quedo manzi
pero arremete sin saer que me lastima
¡no me márquez esta soledad de cien años!
le pido sin pen-sarlo

esquilo los pelos parados de su mal humor
¡no me sófocles! me grita
arranco su vestido escohotado
¡no te fuguet así! le respondo
como si estuviera a mil millás de aquí
y mi llanto rebalsa las fuentes de tanta impaciencia


entonces ya no sé ni quevedo ni qué escucho
con este sofocante lorca en el corazón
y este frío que me cortázar las palabras

acaso no me hayas amado
como a dos maridos mi flor
quizá nos faltó un poco de paz y sol
en la piedra de nuestra casa
tal vez solo llegamos a la ribera del amor
con tanta vorágine de reproches
pero yo sé que algo se quedó girondo
en el tranvía de tus sueños

y todas mis noches me llevan abós
y un aire donoso se ríe de tu adiós

martes, 6 de diciembre de 2011

Poema para leer con los ojos cerrados


gallito ciego



ella también se cansó de este sol,
viene a mojarse los pies a la luna...

Luis Alberto Spinetta


ella además sabe estar entre todos
sola lo ve y quiere jugar
de la única manera posible a oscuras

no hay vendas tampoco rostros
sus manos disponen del poder de la mácula
pero son su voz y las palabras
las que a él le detienen la sangre

«mis dedos te recuerdan de otra forma
que mi cerebro» dice ella
«a la memoria la afectan los años los dedos
son los soldados del tiempo» responde él
«entonces la guerra podrían ganarla los besos»

él ya le sonríe adentro de su boca

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Un poema incómodo




 lengua franca

Date prisa. Súmate a la orgía
aquí entre las hojas...

Ted Hughes



su paciencia de agua diluye las sales
del tiempo sabe que es frágil entonces
avanza con su casa perfecta
sobre la espalda un tardío hogar
de idiomas y espirales abiertos

pero él que conoce cómo esconder
el rugido del mar es el único
ser con la valentía suficiente
de abandonar la belleza absoluta
cuando le queda chica

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Duro de engañar



El domingo me rebané la punta del dedo índice de la mano izquierda. Un corte poco profundo, pero lacerante. Desde ese momento me lamenté al escribir en el teclado, al enjuarme la cabeza, sufrí para llevarle la mochila a mi hija, para subirme el cierre del pantalón, para frenar con la bicicleta. Hace días que veo estrellas de dolor en mis pequeños actos cotidianos.

Entonces se me vino a la cabeza Bruce Willis, más precisamente su personaje inoxidable de John McClane en Duro de matar. El tipo recibía trompadas, balazos en los hombros, caídas y raspones innumerables como si nada. Así, seguía firme y sin un “ayayay” que delatara su humanidad. Me sentí un pelele.

Cuando era chico y salía del cine luego de ver una del otro Bruce, Bruce Lee, en el traspaso de la oscuridad de la sala a las luces de la tarde en la calle me creía, por un instante, el mejor de los karatecas. Entonces tiraba patadas a lo loco hasta que un correctivo materno me devolvía a mis tiernos y debiluchos 7 años.

Es que las ficciones se nos inoculan como si fueran analgésicos de efecto rápido, pero que pierden eficacia a la primera zancadilla de la realidad. ¡Ay! Yo no me las vuelvo a creer nunca más.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un poema trampera



hasta que te encuentre


los dos sabían que el amor
no es una trampa los dos sin duda
sabían lo que es ser capturado una cita
a la que no podemos faltar una lengua
que se anuda a un secreto

sin embargo cuando uno de los dos
hizo crecer la ausencia como una red
echada hacia la lluvia los dos supieron
que el amor es un animal herido
por el que nos mordisqueamos sin piedad
para beber sorbo a sorbo
la barbarie de toda su sangre

sábado, 22 de octubre de 2011

Etimología del derrumbe



En más de una ocasión hemos escuchado alguna de estas frases ante un episodio trágico o irreparable: «Lo vivo como una desgracia», o, «La desgracia nos ha alcanzado irremediablemente». Sin embargo, este carácter exagerado de un hecho negativo tiene un germen, un momento seminal donde lo patético actúa como el puntapié inicial.

Si la salida de un laberinto supone una voluntad de hierro, respuestas audaces ante los cambios bruscos y las sorpresas desagradables; algunos han ensayado -no sin ironía filosófica- que de los laberintos mejor se sale por arriba. ¿Será por eso que cuando vimos a uno de nuestros últimos presidentes escaparse de los conflictos sociales y económicos a bordo de un helicóptero, sentimos que la desgracia se nos había instalado para siempre?

Otro caso que mantuvo en un hilo el aliento de todo el mundo mediático fue el de los mineros en Chile. Treinta tres tipos sepultados en vida -alusiones religiosas abstenerse- por la voracidad capitalista y el desprecio a la integridad física de los trabajadores. Ríos contaminados de tinta amarilla corrieron para poder explicar la desgracia y la desesperación. «Rescate épico», «Causa nacional»,
«Unidad del pueblo» se estamparon como graffitis en las paredes subterráneas de la vergüenza humana. Porque lo que nadie se animaba a proferir era que diez minutos antes del derrumbe poco importaban las condiciones de higiene y seguridad de los «33 héroes». La sonrisa de crema dental del presidente trasandino se apostaba sobre la cápsula de evacuación para intentar, paradójicamente, opacar con su brillo la verdadera fotografía del desastre.

Todavía suena en los ringtones maliciosos de algún hincha de Boca ese grito
fanático, desgarrador y mamarracho de: «¡Estamos en la B, nooo!». River Plate, «Tu grato nombre», rezaba su himno fundacional. Los autoapodados «millonarios» y adalides del «fútbol champán» supieron mirar por sobre el hombro al resto de los «pobres» equipos del campeonato de primera durante más de un siglo. Treinta y tres campeonatos -como los mineros- los colocaban en la cima local. «Ustedes nos odian, nosotros les tenemos asco», sabían gritarle a su otrora y bostiento primo de la ribera. Hasta que un fatal día, la gallina de los huevos albirrojos empezó a ser saqueada, desplumada en su elegancia y donaire. Así, todos los «humildes» repararon en su vuelo bajo y le perdieron el respeto, la pusieron en «promoción» y se hicieron un pletórico puchero en la olla más popular que se haya visto (y comido) jamás. Algo se había roto para siempre.

Entonces, cuál es la raíz de estos tres botones pegados a una desaliñada camisa. La mala suerte, dirán. Me permito dudar, ya que la fortuna supone un hecho externo, malhadado, ajeno a nuestras pretensiones y anhelos. ¡Como si la desgracia nos cayera encima en forma de piano o cornisa! Aquí la etimología nos guarda una obvia revelación. La ensayista Ivonne Bordelois descorre el velo: «En el mundo de la palabra existen leyes y magias ineludibles. Una de ellas es el poder de enhebrarnos, a través del estudio etimológico, en esas genealogías que brillan en las cavernas como gotas deslizándose en las paredes de una gruta inacabable…» Por tanto, desgracia: pérdida de gracia o favor. Sí, amigos. El desgraciado no es solamente al que se le esfumó la felicidad o extravió su estrella; desgraciado es aquel a quien, poco a poco, se le fue escapando el encanto. Una fuga imperceptible de los mohínes que lo distinguían y lo hacían espléndido, hasta que las brujas de la tragedia le cantaron el nocaut. Quizá, Charly García (cuerpo emblemático de la des-gracia) ya lo avisoraba en una de sus canciones: «Quisiera ver ese mar/y veo esta pared/yo ya no sé qué hacer…»

Por lo tanto, tenemos a De la Rúa entregándole el destino económico al padre de la bestia convertible, Domingo Cavallo, para luego marearse en un set de televisión y confundir nombres hasta el bochorno. Sebastián Piñera, el de la sonrisa imperturbable en las buenas, tanto como el del gesto desencajado y represor ante las manifestaciones juveniles por una educación gratuita y de calidad. Por último, River Plate, que se subió solito al tobogán irrefrenable del descenso, negó su origen portuario y marginal, mezquinó el buen juego, despilfarró laureles y cayó en las amargas profundidades del fútbol pseudoamateur.

Mi madre me decía siempre que no hay que mofarse de las desgracias ajenas. Pero en estas tres situaciones -y en otras más, seguramente-, ha sido la falta de gracia la que posibilitó el derrumbe. Hay que decirlo y avisarlo a quien no quiera oír. Como también lo sospechó el genio de Oscar Wilde: «El hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan desde fuera. Pero sufrir por propias culpas, esa es la pesadilla de la vida».

jueves, 13 de octubre de 2011

Peter Pum





Crecer es el límite. El cuerpo de los adultos se agiganta solo para que le entre más basura. No deseo para mí un hogar, como la traidora de Wendy. Aprieto el gatillo. Pum.

Era la última cebita. Ahora me queda aprender a caminar entre tanta gente sin alas.

martes, 27 de septiembre de 2011

Un poema sobre ruedas



caja de disonancia


sube al auto con el gesto
de los exploradores renacentistas
es decir un viaje desde la precariedad
para desenrollar su cartografía
hasta un mundo desconocido

las luces del atardecer ahora bajan por la cordillera
y atraviesan las chapas como un láser
que registra «citroën 3 cv modelo 1975»
pero no no puede arrojar un resultado preciso
cuando el que toma el volante
avanza y le brota de la garganta
el azar de una canción vieja
que su hija sigue vacilante
en el asiento trasero un eco
imperceptible que no tardará en crecer

como en el poema de andruetto
el misterio así se duplica en intervalos
frente al sol de la tarde
y no deja de suceder
y de suceder no deja


para María Teresa Andruetto

viernes, 16 de septiembre de 2011

El pequeño escribiente lavallino




Hasta que un día su padre le puso la tiza en la mano y le dijo: «Los melones ahora cuestan el doble, andá». El niño atravesó el patio. La cuenta se le enredaba entre los rulos. Esa tarde, el granizo había ensayado un malambo helado sobre el lomo amarillo de las frutas. Llegó hasta el pizarroncito, borró y escribió: «El cielo nos ha subido los precios» Y más abajo estampó un doce grande al lado de una k y un punto.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Un poema estacional


lo dulce lo agrio


vas a mi lado
como la oscuridad
de los ciruelos
    todas las flores blancas
nacen cuando te toco


de La oscuridad de los ciruelos (inédito)

martes, 23 de agosto de 2011

La visión del anfibio




La imagen está incrustada en mi memoria de un modo tan críptico como imborrable: Thom Yorke, el cantante de Radiohead, aparece encerrado en una especie de escafandra o cápsula que, poco a poco, se llena de agua por dentro; mientras tanto, su bella y punzante voz emerge para decirnos algo así como: «Sin alarmas ni sorpresas, por favor». Esto vuelve y vuelve a mí, ya que últimamente me he dado cuenta que también vivo debajo del agua, pero a cielo abierto y -lo que es peor- quizá no sea el único.

Algunos dicen, no sin ironía fabulesca, que si los peces tomaran conciencia, lo último que descubrirían sería el líquido elemento que los rodea. ¿Cuándo fue, entonces, la primera señal que me hizo llevar la mano al cuello en búsqueda de unas nuevas bránqueas?

La apetecible idea de ser uno de los pocos varones entre cientos de mujeres en una facultad fue, tal vez, la primera boya vacilante sobre el oleaje de polleras. El ritmo femenil, cuando se agrupa, suele ser completamente aerodinámico y alcanzar una crispada velocidad al mismo tiempo. La mayoría, no digo todas, tomaban el cursado como una pista de despegue. Era estar sentado en las arenas del buffet y ver, tras la pecera de mis lentes, cómo iban y venían de los exámenes, cómo hablaban un idioma de altas revoluciones, cómo pasaban del invierno al verano, de las lágrimas al rimmel, de los novios a los apuntes, de los cambios de humor a los peinados, la moda y los zapatos. Los escasos barbudos que estábamos allí, quedábamos arrobados y en desconcierto.

Entonces, salía a los tumbos de esas playas para volver al estanque conocido y certero de los varones. Los machos que sin falta nos juntamos para jugar un picado, para luego hablar de mujeres, política y más fútbol; entre el asado y la cerveza y risotadas burlonas y golpes neardenthales. Sin embargo, mis ojos de «axolotl» habían observado ya otro modo de enfrentar las situaciones y las emociones. Mis oídos de mutante suburbano, muy pronto, comenzaron a aburrirse del sexismo barato, de las charlas sobre autos, motos o pesca, de la cacería de hembras, de las comparaciones tanto económicas como anatómicas. Un traidor a la casta, dirán. No sé. Pero, ¿es tan difícil de aceptar y de comprender que, cuando uno ha pasado de un ecosistema a otro, resulta imposible volver a ser el mismo, salir indemne sin que queden rastros residuales? La mirada, como un X-Men sin poderes ostentosos, se me empezó a volver reversible.

Por lo tanto, salgo ahora a las calles como ese personaje de la novela Visión del ahogado, de Juan José Millás, que se siente cansado, camina como en un sueño y con una pesadumbre extra en cada paso. Es decir, la prisa del resto de los mortales sobrepasa la mía. Mi pensamiento, mis ambiciones y mis fuerzas viajan a una velocidad crucero que –estoy más que seguro- debe exasperar a más de uno. Cuando la superficie terrestre se me empieza a contaminar de culpa, sumerjo mis aletas en la tinta maliciosa de la literatura. Allí me esperan poemas que se escurren como peces sorprendidos ante una «casada infiel», historias de hombres que inventan una pócima para romper con sus límites, crónicas que terminan por el principio y más de veinte mil leguas de viaje submarino. ¿Cómo enfrentar, por tanto, esta realidad de hierro con el calor de una metáfora?

Mi camino es bajo el agua. Lento, anacrónico, turbio, azaroso. No logro ver mucho más allá. Los anzuelos rozan mi cabeza. No obstante, la visión del anfibio permite «testimoniar en oxímoron», como apunta Tamara Kamenszain: «La poesía sólo abre la boca cuando tiene para decir algo paradojal…» Así que suelo descubrirme buscando la anécdota en la futilidad de un poema, la furia nocturna en un amanecer hogareño, todas las mujeres en una sola, y prefiero «crecer a sentar cabeza» (Serrat) y madurar «al revés de los adultos» (Sabina). Nada del otro mundo. Aunque intento, de la nada, hacer un mundo. Bien híbrido y contradictorio, eso sí.

Pero al comienzo dije que no era el único. Los nacidos en el último cuarto del siglo XX estamos destinados a ser una especie mixturada y discordante. La revolución tecnológica reciente nos encontró abandonando una adolescencia lejos de las relaciones virtuales, con una niñez más cercana a la bicicleta que a la playstation. Por eso vemos con terror de fantoche cómo nuestra intimidad –tan defendida años ha- pierde espacio y tiempo ante la irrupción de los celulares, las cámaras digitales e internet. Es decir, nuestros pulmones analógicos cargados de smog y tabaco enfrentan esta nueva realidad líquida, informe y digital sin poder aprehenderla del todo. Estamos fascinados con la posibilidad de contener un millar de canciones en un pequeño formato móvil, pero se nos hace inevitable la nostalgia de volver a apreciar la textura de un arte de tapa, el concepto total de una obra. Otra vez, Thom Yorke repite: «Sin alarmas ni sorpresas, por favor», y esta vez agrega: «algo así como una casa hermosa, algo así como un jardín hermoso».

¿Somos, acaso, la última generación que se animó a la sorpresa de una visita espontánea? ¿El grupo final de humanos que se inquietó más frente a lo concreto y palpable (un libro, un recital, un cuerpo caliente) que a lo que el buscador de Google le puede ofrecer? ¿Tendremos la irreverente responsabilidad de hacer notar estos cambios frenéticos que suelen escaparse ante la velocidad y la hiperinformación?

Pido disculpas. Estos cuestionamientos se atrevería a realizarlos, solamente, un sapo de otro pozo.

lunes, 8 de agosto de 2011

Un poema para no resfriarse




lorca entre los dedos



secamos juntos
al sol de unas naranjas
un recuerdo agrio
te mordías las manos
y caían semillas



del libro de tankas La oscuridad de los ciruelos (inédito)

jueves, 28 de julio de 2011

Un poema para leer con un diccionario bilingüe



lengua extranjera


abre los ojos y siente entre sus labios
el crujir de una ventana antigua
el dolor de unas luces que tragan miradas
para ponerse en funcionamiento

la suma inconmensurable de lo oscuro con las estrellas
le dejó como resultado un sueño inquietante
una actividad cerebral sin rastros visibles
en la memoria pero su frecuencia cardíaca
acusa una agitación extranjera una inmigración
de dudas llegada desde lugares remotos
hasta la frontera ilegal de su cama
hasta la aduana paralela de sus piernas porque ella
saca cuentas en el aire mientras alguien respira
ajeno dormido laxo y marca el peso inesperado de los errores
como también se marcan los pliegues sobre las sábanas
y se vuelven una escritura imposible de traducir
en las primeras horas de la madrugada

jueves, 14 de julio de 2011

De los Portones al Arco, Undécima entrega




Undécima entrega:

El último vagón


Acaso la ropa no sea otra cosa que una forma de ocultarnos el frío que nos tiembla dentro del cuerpo. Por eso, Juano ya tiene puesto su antiguo disfraz de varón. Se encuentra cerca del cruce del carril Chimbas con las vías del ferrocarril. Ahora el tren solo es de carga: carbón, vino, animales y una soledad temeraria que se arrastra. Soto, el mecánico, le había dado un puñado de datos sobre Gala y el Ami. Palabras sueltas en el amanecer. Colorada, guinche, taller, rulos, batería, parientes, Aurorita, Giagnoni, quizás. Sí, Ingeniero Giagnoni, ese pequeño pueblo junto a una estación, donde el bisabuelo de Gala había llegado desde Italia, hace un siglo, buscando una bodega para trabajar.

Otra vez la palabra «quizás» cuando se habla de Gala. Juano tiene su pie derecho sobre el pedal de la bicicleta Aurorita que el mecánico le prestó. Las primeras luces del domingo la hacen más naranja de lo que la mugre deja entrever. Cada quinientos metros, las ruedas de la bici pierden todo el aire. Así que Juano pedalea despacio sobre el asfalto con el inflador en la mano. Si algún desprevenido abriera, en ese momento, la ventana podría encontrarse con la visión anacrónica de un caballero andante con su lanza y su rocín flaco. Pero lo que sucede, en realidad, es que la cadena se sale y se traba con el piñón trasero. Así, nuestro héroe cae y escucha nuevamente el silbido burlón de las ruedas rodado 14. De pronto se siente la bocina del tren que se aproxima.

La madre de Juano, además del «Juego de los espejismos» con el calor de la ruta, también entretenía a sus dos hijos con la «Ruleta de los trenes». Iba toda la familia en el Ami amarillo y, cuando se topaban con la barrera baja de un cruce, comenzaban las apuestas: «¿Qué número tiene el último vagón?», preguntaba la madre. Entonces, el niño Juano siempre ponía todas sus esperanzas al 8, y no es necesario explicar los motivos.

Ahora, corre con la Aurorita a un costado, y ve cómo baja la barrera metálica. Las rodillas le queman por el raspón que se hizo en la caída, tiene las manos engrasadas, la bici y una duda le comienzan a pesar. «¿Y si Gala no me espera en el Arco?» Por eso, Juano recuerda el juego de la madre y hace su apuesta: «Si el último vagón termina en 8, no me vuelvo». Una posibilidad entre diez para poder seguir.

Sin embargo, lo que la memoria no le trae con claridad es que los números siempre le fueron saliendo a su encuentro como máquinas descarriladas que nada ni nadie podía frenar. Las cuentas impagas, un sueldo volátil, el monto conque le regateó a los gitanos la compra del auto, las cuatro insolentes palabras que sobraban en la última nota de su mujer: «Quizás también a mí». Acaso él no podía permitirse dudar más. Él que había salido a la intemperie de la ruta con «menos 10», como en el chinchón. Por eso, Juano también olvida cuando cada mañana ella le preguntaba qué es lo que había soñado. Gala, antes de salir a levantar la quiniela clandestina por el barrio de la fábrica, le gustaba jugar unas monedas a la suerte de los números. Toda actividad onírica tiene su cifra precisa en el juego: 14 para el borracho; para los locos el 22; un muerto que habla, el 48. Azar y capricho. «No he soñado nada», decía Juano con la boca abierta como si masticara aún la oscuridad de la noche. «No es cierto. Todos tenemos sueños.», le contestaba ella con impaciencia. «¿Por qué no le jugás al 8? Nunca falla». Entonces, Gala ponía en blanco los ojos y hacía con las dos manos el gesto de las canastas: «Ay, Juano. Mejor le pongo un peso al doble cero».

Tiembla el asfalto sobre el Chimbas. La locomotora amarilla del tren parece el Ami 8 que tira los vagones con la fortuna de Juano a cuestas. La bocina rompe a sonar y los gallos se quedan afónicos. Pasa la máquina. El primer vagón termina en 4. El segundo vagón, en 9. El tercero, en 2. El vendaval momentáneo del tren le revuelve el pelo y hace que los ojos se le cierren. Pasa el 0, el 6, el 7. Juano ya no mira los vagones. Tiene la vista fijada hacia el oeste, hacia el último de los vagones. Hasta que solo queda uno. Si no es el número apostado debe volver. Pasa el vagón y ya se adivinan los caracteres numéricos blancos sobre el hierro. El último vagón termina en 3.

En un segundo, Juano baja la cabeza. Un dolor le paraliza el pecho. Pero, sin aviso, algo le hace abrir los ojos y comienza a correr el vagón fatídico. Lo alcanza y, entre la agitación, puede ver que el número ha sido tapado en parte por el óxido o vaya a saber qué. Puede observar, sí, que los semicírculos de 3 se continúan más allá de lo normal hacia la izquierda, hasta cerrarse bajo la oscuridad de la herrumbre y formar el 8 más hermoso y perfecto que la suerte le haya dado a un vendedor de tabletas de alcayota.


Soundtrack: Fruta verde, por Lucecita Benítez

jueves, 7 de julio de 2011

Benedetti literal



NO TE RESCATÉS

Qué hacés ahí al pedo
sentado en la cuneta
no podés reírte un poco más
ponele pilas al amor
no te rescatés ahora
ni loco
no te rescatés
no te quedés piola
no te metás al sobre
no cerrés los ojos
abrí la boca hablá
metele un poco de onda
al futuro
no seás pecho frío
masticala antes de saltar
pero si
a pesar de todo
no podés
y sos un agreta
y vas a menos
y te rescatás ahora
y te quedás en el molde
y guardás del mundo
nada más que el costado tranqui
y cerrás los ojos
y te callás
y te empepás sin sueño
y le esquivás al bulto
y no contás hasta diez
y te quedás sentado
al borde de la cuneta
y te rescatás
entonces
no te quedés conmigo.


Benedetti poético: No te salves

domingo, 26 de junio de 2011

Amanecer en la cola del banco




la construcción del amanecer


en un invierno del siglo veintiuno
te encontrás en la cola del banco
purgando la demora salarial con un libro
de poemas en la mano y el morral en el hombro
que te avisa del peso de los impuestos

cómo decirlo con un haiku «hielo en la fila
más frío está tu culo
que espera y duerme» pero ciento cincuenta
jubilados han construido el amanecer
y cumplen con el mandato de llegar antes a todo

leer es la aventura leer poesía como el desvío
sin intereses en el plan de pago
de tu desesperación leer sí hace de la ley
tu ley como bien escribe la poeta
que te distrae te abstrae de la gente
aunque no de las voces cargadas de pliegues
tierra y medicamentos con receta de archivo

cada verso es asaltado por frases mundanas
que pidieron el asiento en el micro desgranaron
el rosario de las quejas y elevaron una plegaria
hasta la ventanilla del cajero para que así
esta mañana del siglo veintiuno tuviese
para todos su constitución


para juana bignozzi

domingo, 19 de junio de 2011

El juego de las lágrimas


Luna llena. Salgo, porque así mi vestido es más luminoso. Tengo pies, pero los dejé una noche a la orilla del río para no olvidar el lugar donde tiré a mi hijito. Hace tiempo que no lloro. Siglos, tal vez. Como cuando me subía a los caballos y, con un abrazo de hielo, detenía para siempre el rumbo de los pecadores.

Mienten los que ahora dicen que me han visto lagrimear triste por las rutas asfaltadas. Solo me dejo atravesar por el filo de los autos y camiones hasta que, de tantas cosquillas, lloro de la risa.

martes, 14 de junio de 2011

Borges en «Primera persona»

    

    si «bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola» mi cuerpo
es dos tres infinitos
fragmentos trizados en la noche

si la realidad se proyecta
como absoluta a mis manos
y me seduce con su sabor a pan
a olvido fruta y perdón
mis ojos son dos uno
ciegos ante un sol dormido

si mis palabras salen quebradas
de mi boca mis silencios también
y todas mis justas mentiras
se revuelcan en gritos sangre
odio hacia una muerte
que es una ninguna nada


para jorge luis borges, a 25 años de su muerte



*El poema apareció publicado en mi libro Primera persona (Ediciones Culturales de Mendoza, 2009), y parte de uno de los 17 haiku de Jorge L. Borges.

martes, 7 de junio de 2011

Exagerada quiromancia del nuevo mundo



La gitana le dijo por dos monedas que iba a morir si viajaba en avión, que nunca se le ocurriera subir a ese Boeing 747, porque terminaría en el fondo del mar Caribe.

Entonces, la reina se hizo católicamente la señal de la cruz, despidió a la adivina y por fin le concedió la audiencia a ese genovés que la esperaba hace una semana con un huevo en la mano.

viernes, 27 de mayo de 2011

Si lo sabe, silbe


Tal vez sea uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi infancia. Veo a mi madre en la puerta de la escuela acomodándome el guardapolvo a cuadrillé y revisando que a la bolsita de higiene no le falte nada, mientras me dice: «Ojo, no vayás a sacarte los mocos ni a silbar». Parece que antes de los cinco años me la pasaba todo el día dele que te silba por la casa, a punto tal de ser una de las prohibiciones de civilidad para poder ingresar a una institución educativa. Por lo tanto, ¿qué significa el silbido en la vida de las personas?

La asociación inmediata que uno puede hacer es, sin duda, con los pájaros. Los primeros homínidos probablemente imitaron el gorjeo de las aves que los rodeaban. Sin embargo, el silbido de un hombre de las ciudades en la actualidad -ya sea con la ayuda de los dedos o con los labios- no remeda ni por asomo a los plumíferos. En medio de sirenas urgentes, de alarmas asustadas y escapes tronadores, el «cantar sabroso no aprendido» de las aves –como proponía Fray Luis- se pierde sin retorno posible. Silbar hoy nos coloca a mitad de camino entre el canto verbal y la música instrumental. Es más, es un intento fugaz e inverosímil de fusionar a ambos. ¿Cuántos cantantes frustrados se consolarán con el silbido «como la ave solitaria»?

Llama bastante la atención abrir la ventana a la madrugada y oír a los obreros de la construcción o de las fábricas que silban sobre sus bicicletas. Les espera una jornada dura y mal remunerada, pero la enfrentan con la alegría de una milonga o una cueca entre los dientes. Pasa una mujer de curvas peligrosas y las palabras se pelean por salir de la boca, entonces un silbido ladino toma ventaja y emerge chicloso para hacer el despampanante recorrido femenil. Como también, todas las combinaciones posibles del abecedario se vuelven insuficientes para desaprobar un penal mal cobrado, una promesa hipócrita de campaña electoral, o una banda de covers que masacra algún clásico de la música popular; allí el silbido emergerá como un justiciero anónimo.

Sin demostración científica a partir de ningún estudio de la Universidad de Wisconsin, sospecho que los varones somos más silbadores que las mujeres. He consultado cara a cara a mis amigas y compañeras de trabajo. Todas coincidieron en que silbar no es parte de sus hábitos diarios. Es más, algunas confesaron no conseguir más que un soplido inaudible. ¿Será que para ellas el hecho de fruncir los labios es un gesto propio de colocarse rouge? Mi pregunta es menos machista que profunda. Intento demostrar que los intereses masculinos siempre están faltos de palabras y resultan cortos en la expresión. Aquí, silbar fragmentariamente una vieja canción se convierte en la oscura brea que maquilla los baches del silencio. Además, cuando alguien silba, resulta imposible diferenciar si lo hace un hombre, una mujer o un niño. Así y todo, si una dama se le ocurre desafiarme, prefiero irme «silbando bajito».

Sin embargo, la experiencia vital de encontrarse con alguien en la calle «silbando un tango oxidado», como cantaba Fito Páez, significa por lo menos una epifanía suburbana. Un pequeño milagro que se nos manifiesta ante los oídos, para luego seguir caminando con la certeza de que una parte de felicidad -la que se da naturalmente y sin vueltas- está en la punta de la lengua. El que silba está cifrando el arcano de las notas que ahuyentan las preocupaciones, como el flautista de Hamelin lo hacía con las ratas.

Entonces, si Bob Dylan se preguntaba (y nos preguntaba) «cuánto tiempo tiene un hombre que mirar hacia arriba antes de que pueda ver el cielo», me animo a sugerir, mis amigos, que la respuesta está silbando en el viento.



Tres temas con silbido:

Vientos de cambio, de Scorpions
La vida es silbar, de Tumbao Habana
Silbando, Música Sebastian Piana/ Catulo Castillo. Letra José Gonzalez Castillo

sábado, 21 de mayo de 2011

Un poema para leer en el registro civil




doble espía


alguien busca sin suerte en el armario
entre los estantes hinchados de facturas
tíckets y boletas una identidad
que se corresponde lejanamente con su físico
o al menos con el rostro de ese adolescente inmortal
pero apresado entre los cuatro centímetros cuadrados
de una fotografía oficial alguien también
sin aviso puede dar un salto sobre su cabeza
y lograr verse a sí mismo como si fuera
una cámara de seguridad un testigo mudo
en blanco y negro que observa en sus movimientos
la furtiva soledad de los que se saben otros
y al mismo tiempo uno indivisible

alguien por si no lo sabías tiene el perverso deseo
de ajustar cuentas con su retrato
porque desde una traición alguien parte
para conocer el verdadero nombre
de su propia oscuridad


para Joaquín Giannuzzi

miércoles, 4 de mayo de 2011

Un tanka para los días de insomnio




el electricista despierta


a veces sueño
que he encontrado una caja
llena de focos
pruebo uno por uno
aunque sé que no encienden


de La oscuridad de los ciruelos (inédito)

miércoles, 20 de abril de 2011

De los Portones al Arco, Décima entrega



Décima entrega:


El vuelo de las reinas


La carretela rueda lentamente por la variante que evita atravesar toda la ciudad de Palmira. Es de noche y el Panza sabe que hay un nuevo basural detrás de los antiguos talleres ferroviarios. Los mismos trenes también parecen contenedores de residuos olvidados, sin más movimiento que la entrada y salida sigilosa de los ocupas. Una voz que desentona con el grupo rompe el silencio:

—¿Esa morocha es nuevita?
—Sí, Panza. Empezó ayer, le contesta la travesti de la boca torcida.
—Pero es más fea que chupar un limón. Decí que está oscuro; porque si no, se le notaba hasta la barba.
—Es que con esto del «Corralito» no nos han quedado ahorros ni para una «yilé» miserable. Y una risotada torcida asusta al caballo que da un relincho desaprobador.

Juano ahora es Juana. Las piernas rayadas le cuelgan de la carretela y sus tacos altos a veces rozan la calle. Como si ensayara un falsete sospechoso canta entre dientes: «Lejos, lejos de casa, no tengo nadie que me acompañe a ver la mañana». Aunque sea de noche, la canción no es caprichosa. Gala, cuando no salía a levantar la quiniela clandestina, colocaba inyecciones a domicilio. Todavía el recuerdo hace que Juano se sobe la parte trasera de su minifalda. Ella practicaba al principio con naranjas. Pero un día, Juano había echado las cascaritas en el mate y se había tragado hasta el último gajo de la única que quedaba sobre la heladera. Por lo tanto, Gala elevó la jeringa, trazó un cuadrante imaginario en la nalga derecha y Juano sintió el chirlo de su mujer como un trueno invertido que se había adelantado al fatídico rayo. Por eso, él a veces la abrazaba con suavidad, hundía la nariz entre sus rulos y le susurraba: «Ni que me dé la inyección a tiempo, antes que se me pudra el corazón». Sin piedad, la del rimmel lo interrumpe:

—Escuchame, «nena». ¿Te vas a presentar para reina?
—¿Reina de qué?
—Afiná la voz que se pudre todo con el Panza.

Con el rimmel siempre como una batuta, ella le cuenta que esta noche van a trabajar poco y nada, porque cerca del carril les espera su fiesta de la Vendimia. Allí saben hacer la elección de la reina entre las «chicas». Por eso traían ropa de más, un tetra de vino y algunos camotes para echarle a la olla. «A veces tiramos hasta unas cañitas voladoras», dice, y el borde negro de sus ojos chispea un poco. Aunque con la crisis, las noches de este verano han sido bastante más oscuras.

La carretela llega hasta el Chimbas. Un fuego improvisado al borde de la calle alumbra a un grupo de travestis que los reciben con gritos alegres. Juano empieza a preguntar por el taller de ese tal Soto que está cerca de las vías.

—Pará, che –le dice Gloria Trevi- ¿Pensás que va a estar abierto a la medianoche?

La olla compartida comienza a ser vaciada y el vapor del puchero entra en el cuerpo de Juano para darle un calor parecido al de ese hogar que nunca supo dibujar del todo bien. Alguien prende una cañita que hace una curva de dos humildes metros y cae cerca del grupo que da un salto como para volar, pero no. Un poco de luz artificial que acelera los corazones. Empieza la fiesta. Aquí solo hay bailes sin coreografías y ninguna voz en off que hable de «vides y pámpanos». Los autos de los clientes parecen carros demorados que no se animan a acercarse por miedo a tanto bullicio.

—Un voto para todas las reinas, se escucha y empieza el conteo.

Terminada la votación, «Juana» obtiene ese único y solitario voto de compromiso. El Panza ya se había ido y algunas chicas comienzan con la ronda nocturna. Entonces, Juano aprovecha para sacarse los tacos que le tenían escaldados los pies. De pronto siente que alguien se le acerca. Los pasos urgentes y decididos de un hombre. Él se da vuelta y se lleva la peluca a la boca para ocultarse. Unas manos fuertes lo toman de los hombros y lo hacen girar sobre sus talones ampollados. Juano se muerde la lengua para no gritar del dolor.

—Decime ¿Vos andás buscando a una colorada? Me llamo Soto y sé dónde puede estar.

Como una aguja intramuscular, esa noticia entra hasta el corazón de Juano que lo hace mirar hacia arriba, hacia un cielo dudoso de nubes, hacia la brillante cara de esa Galatea más dura que el mármol a sus quejas. Por eso, un solo deseo se le escapa por los labios todavía pintados: «que las sombras se hayan ido, nena».




Soundtrack: Eiti Leda, de Serú Girán

sábado, 9 de abril de 2011

Un poema para leer a la noche



lengua padre


sí lo descubrís justo ahora
cuando la noche era apenas un techo negro
con el brillo de las estrellas como una salpicada humedad
un cielorraso lejano y ondulante
hasta que sí justo lo descubrís ahora
elevaste al azar tu lapicera retráctil
contra una nube con forma de calamar
y un líquido oscuro comenzó a pesar sobre el resorte
a desbordar el pequeño tanque alargado hasta que por tu mano
un mar de tinta intenso te cubrió el brazo
y se filtró en tu pecho para que ahora justo lo descubrís
sí a este hombre que le escribe una carta a su hija
donde le cuenta que las luciérnagas
pueden apagarse cuando están en peligro
ocultar sus antenas tras la madreselva
a la espera de que una promesa voladora
les devuelva la luz en todo el cuerpo
y de esta lengua última sí ahora lo descubrís justo
solo vendrá tu herencia de padre
que haga de la sombra del futuro
un lugar menos solitario

miércoles, 30 de marzo de 2011

De los Portones al Arco, Novena entrega



Novena entrega:


Los flamencos


La ropa sobre una piedra se está secando con el último sol de la tarde. Juano revisa su bolso y descubre, desnudo, que no le falta nada. «Lamentablemente», piensa; ya que las tabletas de alcayota sonríen babeantes desde lo profundo. Las cuenta una por una, mecánicamente, y le dice al aire del atardecer: «Me quedan tantas como para hacer dulce de leche». Y la contradicción repostera lo hace reír en voz alta por primera vez en esta historia de abandono, ruta y decepción.

—¿Quién se ríe solito por ahí? Pregunta una voz entre el yuyal.

Juano se viste rápidamente con las prendas apenas oreadas. Está de espaldas en el suelo, se sube el cierre del pantalón y avisa:

—Termino de vestirme y salgo.
—Disculpame, mi amor, pero nadie aquí se va a asustar por ver a un hombre en bolas.

Entonces, Juano se asoma agachado por entre los juncos y ve un grupo de piernas que se mueven trepadas a unos tacones inverosímiles para esa geografía, con unas minifaldas bien ajustadas a unas caderas confusas y envasadas en unas medias a rayas como las de los flamencos del cuento. Pero esto no es un cuento de la selva. Las pelucas, el maquillaje en caras de ángulos marcados y las risas de voces ambiguas provocan que piense que sigue aún en una farsa, o en una fiesta, pero de disfraces. Aunque siente que algo verdadero hay en estas travestis. Decide, entonces, acercarse y hablar:

—Me acaban de asaltar.
—Vos no tenés cara de que te puedan robar mucho, le contesta una con la melena a lo Gloria Trevi.
—Es cierto. Todo lo que tenía se fue en un Ami 8 y está muy lejos de aquí. Tengo hasta el lunes para llegar al Arco del Desaguadero y encontrarme con mi mujer.
—¿De que color era? Pregunta Gloria Trevi.
—Mi mujer se tiñe de un rojo que parece que las ideas le queman en la cabeza.
—¿Sos medio nabo, ah? Le grita otra con el rimmel en la mano. Te preguntamos por el auto, nene, el auto.
—Un Ami 8 Club, amarillo, modelo 75. Impecable.
—Parece un aviso clasificado ambulante este pelotudo, dice la del rimmel y lo apunta nerviosa hacia los ojos de Juano.
—Sí, yo soy vendedor ambulante. Aunque de tabletas mendocinas. Me quedan algunas. Bah, si quieren.
—Ahora no -le contesta una con la boca torcida tal vez por el inevitable asco-, puede ser quizá que en la madrugada pasara una colorada en un citrulo amarillo. Ya me acordé –y abre la mano como si sostuviera una foto-. La chica era linda, pero el Ami de «impecable» no tenía mucho.

Allí las voces se amontonaron como las pepitas de una granada en los oídos de Juano para decirle que el Ami no le arrancaba, que la colorada se veía furiosa, que no, que estaba triste, que unos hombres de una finca se ofrecieron a remolcar el auto hasta el carril Chimbas, que hablaron de un taller cerca de las vías, para ver si lo arreglaba un tal Soto. De pronto, la granada estalló:

—Necesito ir ya hasta el Chimbas. Ayúdenme.
—Tenés suerte. Nosotras vamos a trabajar para allá, o algo así.
—En media hora pasa el cartonero que nos lleva en su carretela, dice la de la boca torcida.
—Eso sí. El Panza es medio celoso. Va a creer que sos un cliente y no te va a dejar subir.
—Yo tengo la solución, dice Gloria Trevi a las risas, con una minifalda en la mano y unas medias rayadas.

Ya casi no quedan luces. Los bordes del río se ven apenas como unos finos labios que murmuran algo intraducible. Tal vez quieran contar en lo oscuro, entre las cortaderas, la imposible transformación de un vendedor ambulante en flamenco.


Soundtrack: Una canción diferente, de Celeste Carballo

lunes, 21 de marzo de 2011

Infantil literatura




Reunión del área de Lengua y Literatura. La coordinadora pregunta a las atentas profesoras:

-¿Qué libros les parece que demos en 1° de Polimodal?
-Para mí, este año tenemos que «ajustar» más, dice una de las profesoras en tono indignado.
-¿En qué sentido lo decís?¿En cuanto a los libros, la ortografia, o...?
-No, no -dice la profesora-. Dar libros de «calidad».
-¿Por ejemplo?, inquiere la coordinadora.
-Anoche estuve hasta las 3 de la mañana leyendo uno. "Pedrito" Páramo, se llama. ¡Es tan bonito!

Nadie pudo escuchar lo que alcanzó a decir la coordinadora antes de desmayarse. ¡Plop!

sábado, 5 de marzo de 2011

Un poema para leer sin filtro



arqueólogo del café


escarba escarba el frasco de café
y se vuelve instantáneo el recuerdo
sin filtro la comparación con ese coronel retirado
a quien el correo le retenía las palabras
como una esperanza que se sabe analfabeta como
toda una correspondencia en blanco
que flota inmóvil en su río sin descendencia
porque clava la cuchara hasta el fondo
una herramienta de arqueología que excava excava
en el pedregal de los granos molidos
para que frente a sus ojos el vapor de la pava
provoque la apertura de un sobre vedado
la historia soterrada de un hombre
que niega para sí el derecho a sentir dolor
encontrarlo en la calle refugiarlo en la casa
de su cuerpo y darle un nombre
como si fuera un perro veterano
que perdió el olfato y sus huesos

sábado, 26 de febrero de 2011

De los Portones al Arco, Octava entrega


Octava entrega:


Cruzando el río


Dentro de la oscuridad suelen verse las cosas más claras. Juano siente que su rumbo sigue firme. Gala lo dejó, se llevó en un único gesto sus dos amores para dejarlo en la completa soledad del baúl de un auto. La respiración se le hace difícil, porque lo metieron a presión con todo lo robado. Relojes, ropa, pulseras unos canapés de aceituna, un par de centros de mesa y unos triples de miga. Pronto los canapés sufrirán una sensible baja.

De pronto, el Chevy disminuye la velocidad y Juano percibe cómo el vehículo se inclina a los saltos. «Debemos estar bajando por una calle de tierra», alcanza a deducir. Y se traga a los apurones dos triples juntos. El miedo lo hace sentirse hermético en la caja negra del baúl y poco a poco nota que está en una cápsula espacial con destino a las estrellas más lejanas; o hasta la Luna, al menos

Por una escotilla que se abre presionando un botón secreto, puede observar la espesura del cosmos en su plenitud. Así, encerrado al vacío y a miles de años luz de Los Portones del Parque, Juano piensa que el olvido es una posibilidad y se siente feliz. De los Portones al Arco o, mejor dicho, De la tierra a la Luna. Pero de repente, un cometa de cola larga trae una luz que lo enceguece, y, cuando abre los ojos, un cinturón de estrellas ha dibujado, sin aviso, la sonrisa de Gala.

El Chevy se detiene y los de adentro abren las puertas.

—Bajate, pelotudo. Y un culatazo alcanza de refilón la cabeza de Juano.

Confundido, salta del baúl y tiene la boca bordeada de mayonesa y crema de aceituna. El golpe de la pistola no lo durmió, sin embargo está mareado. Entonces empieza a girar y ve los borrones de una costa, el salitre que enciende la tierra, más allá unas cortaderas altas, y el río. El río marrón como una víbora de barro. «Debo estar en San Roque o Palmira», y en esa duda Juano da un último giro y cae sentado al suelo.

Desde abajo, se frota los ojos y mira cómo la novia ya no tiene el vestido blanco. Ahora calza un jean negro, una polera roja ajustada y se ha atado el pelo con un colín blanco. Al principio, Juano cree que ella está recostada sobre el hombro de uno de los asaltantes porque no puede mantenerse en pie del susto. Pero lo que no logra explicarse es por qué cuando le falta el aire lo toma de la boca del ladrón. La farsa vuelve a representarse ante Juan Orlando Salicio y escucha.

—Cuando dijiste «Camacho» casi me muero.
—Pero salió todo bien, mi amor.
—Lástima este choto que se nos metió de prepo.
—Y, se ofreció él solito. Si no agarrábamos viaje se iban a dar cuenta.
—Nos vamos por el norte hasta San Juan. Cuando se calmen los ánimos, volvemos.

Juano escuchó esto último con terror. Un desvío así podía significarle la pérdida de todo. Y el Ami sólo lo esperaba al pie del Arco hasta el lunes.

—Sacate le ropa.
—¿Cómo dijo, señor?
—Dale, tarado. Sacate los lompas y metete al río que hasta acá llegaste.

Lentamente obedece y camina hacia la orilla mientras se saca las topper. De pronto comienza una carrera alocada por las cortaderas haciendo zigzag para esquivar las balas que no escucha por los golpes de su corazón agitado. Toma vuelo y se lanza de cabeza al agua. Comienza a bracear pero una de sus rodillas choca con una piedra que lo detiene por el dolor. En ese momento se da cuenta que el agua no le llega ni a la cintura. Mira para atrás y nadie lo persigue.

Al rato siente que el motor del Chevy negro ruge contra el silencio y se aleja. Aunque sabe que, a pesar de que los falsos ladrones lo han abandonado, el peligro de perderlo todo se encuentra todavía al acecho más allá de las cortaderas.


Soundtrack: Mis harapos, por Antonio Tormo.

sábado, 19 de febrero de 2011

De los Portones al Arco, séptima entrega


Séptima entrega:


La otra fiesta


El Gordini llega a los bocinazos, y a los de la fiesta les hace recordar los gritos del chancho que acaban de matar para el almuerzo. Juano no ha tenido tiempo de ensayar, ya que en el auto venían más que apretados.

El padre de la novia los recibe con un vaso de tinto a cada uno. «Para que las cuecas les salgan más alegres», dice el hombre. Pero la alegría realmente se completa cuando aparecen unas empanadas recién sacadas del horno.

—Ahí llegan los novios, grita uno.

Así que Juano se encarama por sobre la espalda del guitarrista lastimado y comienzan a tocar a dúo. El novio mira extrañado al padrino como preguntándole quién es ese músico monstruoso de cuatro brazos, pero no hay respuesta posible.

En la mitad del Blanca y radiante, un Chevy negro con dos llamaradas naranjas ploteadas a los costados irrumpe en la fiesta a toda velocidad. Se abren las cuatro puertas al mismo tiempo y cuatro caños se asoman amenazantes. Los gritos de las mujeres no dejan escuchar bien si esto es un asalto o un acto de fanfarronería. Pero Juano sale de toda duda cuando uno de los hombres encapuchados le saca de un manotazo el reloj al novio.

—No te vayás a hacer el vivo, Camacho, le dice el ladrón.

«Y yo que quería vender tabletas en la otra fiesta», se lamenta entre dientes Juano. En un momento, uno de los ladrones toma del cuello a la novia y le apunta.

—Ahora nos vamos -dice el asaltante-; si alguien nos sigue o avisan a la policía, la quemamos a ella.

Hay veces que una oportunidad se parece al peligro. Hay veces que a un hombre apenas le queda ir para adelante. Hay veces que las palabras se disparan como una bengala en pleno día.

—Señores, yo también voy con ustedes.
—¿Y de qué nos vas a servir vos? Dice el de la capucha.
—Con dos rehenes se puede siempre ganar más tiempo. Explica Juano, mientras piensa que la única salida que tienen es por San Luis.
—Pero vas a ir en el baúl, por huevón.

Hay veces, también, que un hombre debe pensarlo dos veces antes de querer ser el héroe de la fiesta.




Soundtrack: La novia, por Antonio Prieto 

sábado, 12 de febrero de 2011

Abanico literario


Familia de tres. Por lo tanto, en los viajes en micro me toca siempre ir solo o con un pasajero desconocido.

Voy del lado del pasillo. Mar del Plata ha quedado apenas en la memoria de mi cámara y en los alfajores y los libros que traigo de regalo. Me llama la atención que la chica que esta vez viaja a mi lado no se aturda el cerebro con el i-pod o el celular. Lee A sangre fría de Truman Capote y tiene otro libro en su regazo que, me parece, es de Cortázar.

De pronto cambia de libro y, sin aviso, se apaga el aire acondicionado. El sol del atardecer en la Pampa pega sin interrupciones del lado de la ventanilla. La chica lectora comienza a abanicarse con Julio Cortázar. «No se aguanta el calor», me dice.

Pizpeo el libro y alcanzo a leer en la tapa su título. Entonces le señalo la voluminosa novela de Capote y le digo sonriente:

—Es que para que te dé un aire más fresco, deberías abanicarte con A sangre fría y no con Todos los fuegos el fuego.

sábado, 5 de febrero de 2011

Verdura adolescente y anacrónica




Todos la deben tener presente. Hace un par de meses que anda dando vueltas la publicidad de una de las dos gaseosas de lima-limón más conocidas.

Presenta en Bariloche a un coordinador de viaje -tan típico como bizarro- dando un discurso conmovedor y plagado de lugares comunes a un grupo de estudiantes egresados.

No me importa el mensaje. Es gracioso y hasta positivo: «Que no se corte tu frescura adolescente». Los protagonistas, por lo tanto, se ven eligiendo una actitud (¿o pose?) suelta y espontánea 20 años después.

De fondo vamos escuchando «Una canción de despedida» del grupo español Los Lunes. Esa ñoña y ultra pop canción que empezaba: «Madrid a 6 de julio del '91...»

Sin embargo, me mata que en el final, el paródico coordinador arenga con la gaseosa en la mano: «Promoción '88, que no se corte».

Semejante anacronismo me obliga a dos preguntas:


*¿Era tan difícil encontrar un hit de los '80 que precisamente no contradijera en el comienzo la época?

*¿Cuál es la canción que hoy te avergüenza, pero que en tu adolescencia te enloquecía hasta el paroxismo?

Si no me contestás, entenderé que te fuiste de Pachanga con una rubia en el avión, directo a Brasil...

sábado, 29 de enero de 2011

De los portones al Arco, Sexta entrega


Sexta entrega:


Mano a mano


Los del Gordini verde están en ronda. Uno de ellos se encuentra lastimado. La mano derecha del conductor sangra y todavía debe tener alguna astilla de vidrio clavada. Todos visten de gaucho y cada uno sostiene un instrumento. Un bombo, un charango. La guitarra no aparece. Muy poco cuyano el grupo, pero en fin.

Los cosechadores suben al camión y le dan a entender a Juano que no lo haga. «Para evitar problemas con el patrón», le explican. Luego se acerca a los del auto y les pregunta cómo están. Allí se entera que el de la mano sangrante es el guitarrista, que iban para una fiesta en Beltrán y que, ahora así, no van a poder tocar.

—Yo puedo ayudarlos, como en «Volver al futuro», dice sonriendo Juano.

Entonces les explica que él, cuando chico, fue dos meses a guitarra y que sólo aprendió el rasguido de folklore y de los valsecitos peruanos.

—Y si me llevan con ustedes a la fiesta. Juano abre los ojos como unos incompletos puntos suspensivos.

Por lo tanto, Juano pondría la mano sana que faltaba para hacer ejecutar las posiciones que el guitarrista haría con la izquierda.

Ponen en marcha el Gordini y a los gruñidos comienza a avanzar.

—Es un milagro que haya arrancado, dice el del bombo.
—No hay nada más fiel en esta vida que un auto viejo, responde Juano.

Entonces comienza a contar la historia del Ami 8 y en su cabeza las verdes chapas del Gordini se van tornando amarillas, como si todo el otoño se hubiera posado de pronto en el camino; mientras una voz desde un futuro desconocido le sopla ventarrones diciendo: «Vamos, vamos, Juano, vamos».



Soundtrack: Johnny B. Goode, por Marty McFly & The Starlighters 


viernes, 21 de enero de 2011

De los Portones al Arco, Quinta entrega


Quinta entrega:


Golondrina


Cuando tenía unos diez años, él jugaba con su hermano mayor a los espejismos. Con sus padres venían de San Martín algún que otro fin de semana a la capital, y competían para ver quién era capaz de descubrir el primer lago de la ruta. Fijaban la vista en el camino y, con los reflejos del sol sobre el asfalto, un cristal de agua fluía adelante sin mojar. La madre oficiaba de juez imparcial porque a veces veían lagos con el cielo todo nublado. Es por eso que, cuando Juano mira que un camión Bedford con un ramillete oscuro de hombres disminuye la velocidad a su lado, piensa que un inusitado espejismo le grita que suba, que lo acercan un poco más allá de la Feria La Banana. Entonces se lanza hacia la baranda en movimiento y dos manos enguantadas lo ayudan a subir.

Mientras agradece, Juano observa diez rostros que en un comienzo le parecen hermanos. La tierra encima iguala a todos. Uno de ellos le pasa un tetra de tinto. Ahora estarían iguales por dentro. Pero el vacío en el estómago de Juano hace que mil afileres infectados se le revuelvan. Intenta una arcada y todos lo miran como si fuera un niño miedoso. Juano cierra los ojos y se empina un último trago.

—Voy para El Desaguadero.
—Nosotros estamos yendo siempre de un lado a otro. Somos golondrinas.
—¿Quieren unas tabletas, muchachos?

Juano les pasa uno de los paquetes y les cuenta algo de su historia. De la nota, del Ami 8, de Gala.

—¿Te gustaba?, pregunta uno.
—¿Mi mujer?
—No, si va a ser el Ami.

Todos tienen las tabletas en la mano con una sola mordida, la de compromiso. El viento y el estruendo del motor hacen que las frases salgan y sólo estén de paso por los oídos. Las burlas de los cosechadores son un breve alivio para él. Burlarse de la farsa de su mujer, eso la vuelve menos cierta. A la farsa y a Gala. «Ojalá yo fuera golondrina, siempre en el aire y para adelante, sin tierra conocida para pisar», le hace pensar el vino a Juano. Gala y el Ami 8 lejos. Las ilusiones borrosas, ésas que –tal vez- no volverán.

El camión pasa por la feria de artículos regionales, donde una banana de chapa amarilla, como las del Ami 8, con un tamaño extraordinario se ofrece a toda la ruta. Ahora toman un desvío hacia el sur, el camino hace una subida pronunciada que el camión apenas puede trepar.

—¿No se romperá esta torta?, pregunta Juano.
—Estos camiones nunca tienen frenos. Sólo se usan cuando la vendimia.

Entonces, el Bedford baja por el sur como en una montaña rusa. Un Gordini verde viene saliendo de una finca. Por un instante las dos trompas, la de chancho del Gordini y la de elefante del camión, se van a enfrentar sin remedio.

—¿Sabés saltar vos?
—¿Qué me querés decir?, grita Juano.

Cuando termina de rodar por la tierra, ve que el peso del elefante alcanza a pisotear de refilón toda la trompa del Gordini. Pero mientras se sacude la ropa, lo que quiere limpiarse es la sombría imagen de Gala que se le hizo presente cuando cerró los ojos para saltar al vacío, como un pájaro.



Sountrack: Ave de paso, de Sandro


viernes, 7 de enero de 2011

Arrastrada



Una mujer como escapada de una fotografía del año 1920 contempla, en el mármol grisáceo y familiar, las borrosas inscripciones de Aquiles Arrufat, Leonides Llegat de Arrufat y Robertito Arrufat. Todos muertos el mismo año y el mismo día. Y a la misma hora, piensa la vestida toda de negro, con un sombrero en forma de turbante y un bolso que asemeja a un higo más que podrido.

Hoy tampoco les traje flores. Disculpen. Pero si les contara que todo este tiempo fui otra, me entenderían. Jugué a ser madre, tía, justiciera. También a ser feliz. Y no la arrastrada que ustedes decían. Tampoco la que supo equivocarse y recibió nada más que odio y repulsión. Hoy terminé la ceremonia que empezó la mañana que les dejé el café preparado con veneno antes de salir de nuestra casa. Les gustará saber que, desde entonces, he sido una santa.


para Marco Denevi