sábado, 24 de julio de 2021

La voz del exterior

 

 

Grande fue mi sorpresa cuando hace más de una década me enteré de que la voz de Súper Hijitus no era lo que yo creía desde la niñez. No solo me parecía extraño que un indigente (vivía en un caño y no tenía ni para zapatos) fuera amigo de un comisario y defendiera los intereses de los ricos; sino que, además, su dicción me resultaba nerviosa, apretada hasta lo artificial. García Ferré, su creador, probó de todas las maneras para encontrar el tono adecuado. Hasta que se le ocurrió acelerar la cinta de audio donde el doblajista Néstor D’Alessandro registraba los diálogos. Un héroe y su voz infantil habían nacido.

            Por lo mismo, cuando la omnipresente aplicación de Whatsapp anunció que iba a ofrecer un acelerador de audios, recordé sin asombro al salvador de Trulalá y su fraseo algo cocainómano. Hice la prueba: con timidez apuré un primer audio que sobrepasaba los dos minutos a «1,5 x», para escuchar a un amigo que narraba con el corazón en carne viva sus desgracias de la semana. Aún convaleciente de una enfermedad, se le había roto el auto, la computadora y el lavarropas. Entre risas, casi le respondo como Larguirucho: «Hablá más fuerte que no te escucho». Es decir, una aplanadora virtual había arrasado con el enojo, la amargura y la resignación para devolverme solo un puñado de palabras agitadas. Eso sí, me había ahorrado unos treinta segundos de mi preciado tiempo.

¿Por qué hay gente que envía audios tan largos?, pensé. Víctimas de oradores de bolsillo en los chats grupales, de jefes o directivos que no cierran la idea, de anécdotas o explicaciones insulsas, de madres contrariadas o de alumnos vacilantes; cada vez que leíamos la frase «grabando audio», nuestros ojos se ponían en blanco y solo anhelábamos que todo pasara con rapidez. Como de oír sea trata, justamente, nuestros deseos han sido escuchados. «Mereces lo que sueñas», susurraba Gustavo Cerati en una canción.

 Hace ya décadas que el cuerpo se nos acostrumbró a experimentar la realidad con un pantalla de por medio. Los dispositivos táctiles solo vinieron a sumar la ilusión de un tercer sentido a la castigada vista y al oído incauto. Con la alegre aparición de este acelerador de voz, ¿qué es lo que pretendemos ganar? Además, ¿qué sería eso «otro» tan importante que nos espera tras el punto final? Ya que pareciera que estamos apremiados por ir hacia una nueva distracción, hacia un chiste repetido, hacia una foto que no descarga, hacia el silencio. Quizá sea un truco para engañar a la muerte. Las catástrofes están a la vuelta de la esquina y solo tenemos prisa para avanzar.

 Pedro Salinas, un poeta español, escribió sin saberlo sobre los celulares y su uso: «Tú vives siempre en tus actos. / Con la punta de tus dedos / pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores / alegrías: es tu música…». El largo poema de 1933 se llama precisamente «La voz a ti debida». Por lo tanto, es probable que nos convirtamos en receptores que van camino a quedar en deuda con esa voz del interior que, en velocidad normal, está repleta de pliegues donde la pausa delata dudas, un suspiro aporta deseo y un tono alto nos anima a seguir. Salinas nos avisa más adelante: «La vida es lo que tú tocas…».

Finalmente, habitantes de una Babel precitada al barranco del tiempo y los compromisos fatuos, ¿qué es lo que vamos a tocar la próxima vez que, en una pantalla, un sistema de protección nos haga la pregunta de si somos una persona o un robot?

 

HERNÁN SCHILLAGI