miércoles, 24 de julio de 2013

Las puertas cerradas de la violencia




 
Siempre será después, Marisa Silva Schultze. Alfaguara, Buenos Aires, 2013, 128 págs.*


Hacia qué secretos del cuerpo abren las puertas de un espacio vacío. En Siempre será después de la escritora, ensayista y poeta uruguaya Marisa Silva Schultze (1956) se abren las páginas como una puerta doble: Álvaro trabaja en una inmobiliaria y de día muestra los departamentos para luego, de noche, convertirse en un okupa transitorio y habitarlos con sus recuerdos más salvajes y oscuros. 

La historia, por lo tanto, está estructurada en dos tiempos. En el presente, el protagonista es interpelado por el narrador en sus miedos, sus deseos, sus recorridos nocturnos por los distintos espacios donde imagina escenas virtuales de una vida paralizada: “En el vacío, nada se va oscureciendo a no ser por el aire y vos mismo. No te ves, no podés saber cómo es ese rostro tuyo sin luz y nada puede ponerte nostálgico ni desolado ni perdido”. Por otro lado, es el pasado el que se agita con violencia. Aquí el narrador cambia y nos muestra desde afuera a un Álvaro siendo niño que vive solo con su madre y a un padre que no acepta la separación. Madre e hijo son asediados a la hora de la cena por este marido que exige, tras una puerta cerrada, lo que cree que le pertenece por derecho masculino. Así, los insultos, peleas y agresiones van abriendo heridas en el pequeño que, en la actualidad, son puertas entornadas donde no hay cerradura que clausure o cicatrice tanto dolor.

Porque, con una poesía precisa y envolvente, Silva Schultze narra un episodio de violencia de género, además de sus resonancias futuras en un joven que revive  permanentemente los daños, ya que la trágica historia familiar se va colando en los umbrales  del presente. Así, los tiempos se mezclan para ser uno solo: “La bala no te mató. Solo escuchás el estampido. Un ruido breve y brutal. Ni los platos ni los vasos ni los tenedores están en su sitio. No están en ningún lado”. Aquí la puerta busca cerrarse como una cicatriz, como una revelación. Aunque no siempre sea posible.


HERNÁN SCHILLAGI


*Publicado en el suplemento Escenario del Diario Uno el 20/07/2013

jueves, 18 de julio de 2013

Un poema encontrado en un sueño





vista desde la ventana



narrar un sueño es dar cuenta de lo poco
que deja esa historia una esquirla disuelta
en los solventes de la madrugada narrar
pues la nada verbos sin acción de un pasado imperfecto
y los ojos se cierran para que la boca hable

mi mujer dice «dormido anoche repetías peltre
peltre» de qué modo entonces retomar el hilo
a partir de una palabra opaca en mi cabeza
debo así reconfigurar un guion un espacio
y la inmaterialidad de los personajes

wikipedia «aleación maleable y se deforma
a la horma de la mano cuando se aprieta»
cuál es la fuerza que tengo que ejercer
para recuperar la estructura narrativa cuál
es el metal sin nobleza que fija un secreto
y oscuro se pasea por mi sueños revelados

«el peltre» leo ya sin sorpresa «es el material
que se utilizó para tomar la primera fotografía»


HERNÁN SCHILLAGI

martes, 9 de julio de 2013

Cuando lo peor haya pasado de una vez





Pequeños combatientes, Raquel Robles. Alfaguara, Buenos Aires, 2013, 160 págs.*

            Ya desde su primera novela, Perder, que le valió el premio Clarín-Alfaguara  en 2008, la escritora Raquel Robles (Santa Fe, 1971) aborda sensiblemente las situaciones extremas de pérdida, ya que en esta obra narraba la historia de una madre que sufría la desaparición inesperada de su hijo en un accidente. Sin embargo, las raíces de cualquier relato llegan hasta lo más profundo de las experiencias de la autora: sus padres fueron detenidos-desaparecidos en la última dictadura militar de la Argentina. Por lo tanto en Pequeños combatientes, Robles invierte la mirada y expone una ficción de corte autobiográfico desde una niña a la que le ha sucedido “Lo Peor”.

            La protagonista tiene unos diez años aproximadamente y, junto a su hermano, queda al cuidado de unos tíos “grandes y comunistas”, luego de que un grupo de tareas secuestró una noche, sin un disparo, a sus padres militantes. La niña ha sido “adoctrinada” en la lucha subversiva y su visión es la del combate urbano y clandestino. Su pequeño hermano y ella son una célula guerrillera que ha quedado desmembrada a la espera de nuevas órdenes. Pero ella siente la culpa por no haber luchado con sus padres. Es aquí el mayor logro de la novela: la voz narradora. Robles ensaya un estilo indirecto libre al modo de una visión retrospectiva,  pero “contagiada” del enfoque y los giros de una nena que no puede asir un mundo demasiado complejo y doloroso: “Con el Enemigo si no se gana se pierde, por eso mi abuela no quiso arriesgarse. Cuando se perdió casi todo, lo que se tiene es muy importante: es lo que hace que no hayamos perdido todo”.

            Por eso, la historia irá contando al mismo tiempo las sucesivas pérdidas y los crueles aprendizajes al enfrentarlas. Pequeños combatientes, junto con Kamchatka e Infancia clandestina, viene a testimoniar la mirada silenciada de los que poco pudieron hacer ante el terror. Son esos niños que crecieron al desamparo y se hicieron adultos a la espera de Justicia. Al menos aquí, la literatura es una forma de combate que no cesa.


                                                                                 HERNÁN SCHILLAGI



*Publicado en el suplemento Escenario del Diario Uno el 6/07/2013

domingo, 7 de julio de 2013

El crimen perfecto






Hemos sido alucinados testigos, desde hace semanas, de un crimen tan suburbial como resonante: el de Ángeles Rawson. Testigos, sí, de la autoincriminación, de las pruebas de ADN y de la matraca infame de abogados y fiscales. Pero hemos sido también protagonistas co-partícipes de la cobertura mediática, de los prejuicios infundados, de las campañas tendenciosas, de las fotografías post mortem y del engrosamiento miserable de un «rating» que no nos pertenece ni nos va a salvar. «Fuenteovejuna lo hizo», decía la gran obra de Lope de Vega, donde un pueblo entero se culpaba de un crimen y no se hacía cargo al mismo tiempo. La injusticia y los embates autoritarios del poder redimían a los pobladores, pero ¿cuál será nuestra excusa como televidentes ante el cadáver de nuestra vergüenza? «La televisión lo hizo», diremos con las manos manchadas de morbosidad. 


HERNÁN SCHILLAGI