Jean-Baptiste Grenouille, el
protagonista de «El perfume», del alemán Patrick Süskind, nace como todos: para
morir. Sin embargo, su condición de hijo indeseado en una maloliente París del
siglo XVIII le otorga inexplicablemente dos poderes, uno extremo y el otro tenue.
El primero, el que todos conocen, una capacidad olfativa inconmensurable. El
segundo de los dones, ser inodoro ante los mortales. Sí, Grenouille no hiede en
absoluto. «Los libros y la noche», escribió Borges sin quejas en uno de sus
poemas más famosos. Estas «ironías de
Dios», convertirán al personaje francés en asesino, en vez de poeta.
Por una sencilla razón venía esquivando esta novela
de Süskind hace años: sufro de anosmia, es decir, no tengo sentido del olfato.
Pienso que será por mis alergias respiratorias o por la mar de corticoides que
me dieron de tomar cuando chico que atrofió casi en su totalidad uno de mis sensores
para enfrentar al mundo, pero nunca me traté esta patología en especial. Cualquier
persona, por ejemplo, puede distinguir entre más de 10.000 aromas, aunque a mí
me son fieles (¡otra vez Borges!) únicamente la cercanía de una cáscara de
naranja, el café de la mañana y la menta recién cortada. Nada más. Pero al
avanzar cada página de «El perfume», el poder evocativo de las palabras se me
pegaba a la nariz y provocaba un placer inédito en mi lóbulo frontal, en esa zona cortical donde
las moléculas hacen estallar los recuerdos y los muestran humeantes como panes recién
salidos del horno.
Al revés de Grenouille que necesitaba oler hasta la
última partícula de la madera para decir el vocablo «madera», yo logré hacerme
una fiesta olfatoria con las palabras hasta que la imaginación libresca pudo crearme
una mucosa que atrapara aromas tan fugaces como fatuos. Así descubrí mi otro
don mezquino y sutil, ese que se acciona siempre en oxímoron ante las
adversidades: leer con todo el cuerpo, con mis cuatro sentidos en estado de
máxima alerta y salir sin más armas a una intemperie cimarrona. ¿Pueden los
libros remendar transitoriamente algún tipo de discapacidad?¿Qué más se puede
«aspirar», entonces, al leer una novela?
HERNÁN SCHILLAGI