jueves, 22 de enero de 2015

Un poema para ser regrabado



rock nacional


las caras son dos lado a y lado b así
los hermanos tratan de grabar una canción
de la radio en una tarde de los ochenta pero la cinta
ya contiene otra música la paterna
como si una piel anterior hubiera sido tatuada
por completo hasta enmudecerla de tinta el desafío
tal vez sea encontrar el poro por donde respirar
hacer de los carreteles una locura hacia adelante
hasta una tecla roja y lenguaraz que borre a los gritos
este silencio en pausa esta resonancia sin origen ni destino
porque no hay reducción de ruidos en esa caja aprisionada
y casera porque la copia gira por el recuerdo frágil
para perder con el paso del tiempo y honrosamente
toda la fidelidad posible



HERNÁN SCHILLAGI

miércoles, 14 de enero de 2015

El mate como tecnología





Como todos, al principio fue la leche. Sin embargo, una pasajera alergia a los lácteos me convirtió en un infante (e infamante) tomador de té: lo hacía con bombilla y con cuatro cucharadas soperas de azúcar. Toda una premonición. A los veinte, el café. Bien negro y casi amargo, una tinta esquiva que no tardó mucho en escribir en mi estómago esta sentencia: «Prohibido pasar». Un romance oscuro y matinal se agitó entre nosotros, pero donde hubo fuego interior, las cenizas vuelan. Así, mientras pisaba firme la treintena, llegué al mate. Aunque aquí debo hacer una aclaración: al mate en solitario. Desde la adolescencia era lo que se dice un «bebedor social». Me prendía a toda ronda y disimulaba mi cara de asco ante la patada áspera de un cimarrón. Pertenecer requiere de ciertos sacrificios. Poco a poco, el bufet de la facultad -entre almíbares y hieles- me domesticó el garguero. Así y todo, ¿qué puede decirse del mate que no se haya vociferado o escrito ya? Símbolo de una argentinidad facilonga, emblema presencial de la amistad, metáfora filosófica de la reflexión íntima. Ponemos en funcionamiento el «mate» cuando las ideas flotan en nuestro cerebro como palitos mal cebados. «Un mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo párrafo…», sugería Cortázar en Rayuela. Martín Fierro se ponía rechoncho de verdes sentado junto al fogón a esperar las primeras luces del día. Como también el compadrito en la mala, al decir de Discépolo, lamentaba entre sus primeras cuitas: «Cuando no tengas ni fe, / ni yerba de ayer secándose al sol…». Desconfío de la gente que no toma mate, tanto como de los que desinfectan la bombilla como si de una jeringa se tratara. Es decir, una úlcera o las enfermedades infectocontagiosas no son excusas para no chupar de la lata y vincularse con el otro. El mate es presente perfecto y demora la muerte. Un mecanismo de conexión inalámbrica con un alcance de pocos metros, es cierto, pero que va con nosotros a la calle, a la plaza o a las reuniones. Compatible, asimismo, con diferentes organismos y dispositivos mentales. Por eso es que la idea del  «WiFi» le debe mucho al mate. ¿O acaso «guaifai» no les suena a una palabra en guaraní como «sapucai», el grito característico del chamamé? Las nuevas tecnologías se copian de nuestros rituales más atávicos. Tomá mate.




HERNÁN SCHILLAGI