lunes, 19 de diciembre de 2022
Rimas mundialeras (Mundialera 3)
sábado, 3 de diciembre de 2022
Luna musulmana (Mundialera 2)
domingo, 27 de noviembre de 2022
Mundialera gauchesca
sábado, 22 de octubre de 2022
Revistas en la tempestad
Leer cuando no se puede y hasta cuando no se quiere. Leer ante alumnos que no escuchan o simulan atentamente, mientras el pelo les oculta los auriculares. Pero leer, también, frente a un aula repleta de pibes que buscan en las palabras un refugio, un paraguas para tormentas invisibles, un despertador que les abra la mirada. Me recuerdo aferrado con ambas manos a un libro mientras mi papá agonizaba en un coma profundo. Sé que leía por horas y la sintaxis era puntuada por su respiración cavernosa, casi póstuma. Es decir, yo también me hacía el que escuchaba. ¿Será por eso que no puedo acordarme qué es lo que leí en esos días a su lado? Dar para leer. Leer para dar.
A la luz de una vela sibilante, con una linterna tirado en la cama, con la fatua pantalla del celular sobre las páginas, descompuesto en el baño, bajo una sombrilla en la playa, en la fila del banco rodeado de jubilados que gritan, en una doliente sala de espera, sobre el gabinete del gas en la vereda, bajo un olmo en la plaza mientras hacía dormir a mi hija. Leer sin medida ni control y desde siempre.
Por lo tanto, se dispara un recuerdo del pasado, pero en presente: el sol todavía no asoma en un barrio suburbano de mediados de los 80. Es domingo a la madrugada. Un niño se levanta descalzo para no despertar a sus padres, camina tiritando por el pasillo hasta la puerta que da a la calle. Se sienta sobre las baldosas heladas, retiene un estornudo y ausculta con atención los primeros sonidos del amanecer. No le importan los pájaros, tampoco le interesan los perros que ladran insomnes. Lo único que quiere oír es la corneta del canillita que hace el reparto del diario. Leer el suplemento infantil, las historietas de Dante Quinterno, la Mafalda, el Condorito, el Pequeño Larousse Ilustrado, la Enciclopedia Salvat. Hojear (y ojear) hasta descifrar qué se esconde detrás de la tinta.
Pienso en leer e inmediatamente lo relaciono con estar enfermo. Asma crónica, varicela, gripe, paperas, tos convulsa, entre otros males del montón, fueron la excusa perfecta para detener la infancia y crear —otra vez— ese paréntesis sobre las sábanas. Adquirido el virus de la lectura, la horizontalidad impone pasar las horas de convalecencia con un libro en la mano. Así que las opciones han sido siempre claras: internarse entre las páginas de una historia o mirar las aburridas manchas de humedad en el techo. Leer para curarse, para suturar con palabras las heridas que no tienen nombre.
Ana Frank anota en la entrada del 8 de julio de 1942 que no escuchó cuando llamaron a su puerta los del ejército nazi: «Porque estaba leyendo en la terraza, perezosamente reclinada al sol en una silla de lona…». El mundo de una familia judía se derrumbaba por el odio y la guerra, pero era otro mundo —además— el que se caía a pedazos: el que cada lector edifica para guarecerse, por un lado, y reconstituirse, por otro. Como ese inolvidable personaje de Carlos María Domínguez que literalmente construye con sus libros una «casa de papel» frente al mar para huir de una realidad insoportable. Si un libro es un ladrillo, una biblioteca podría ser una casa tan verdadera que asusta. Leer para que el lobo sople y sople en vano.
Repito: leer cuando no se puede y hasta cuando no se quiere. ¿Lectura obligatoria? Por estudio, por trabajo, por ese amigo que comparte todo el tiempo artículos y luego te pregunta, para estar informado y darse la parte, por esnobismo literario, por ese conocido que publica libros y te los regala con la esperanza de una devolución sincera. Leer y escribir. Leer para escribir, para cargar combustible, para inspirarse y robar, como ahora que escribo esto mientras releo «Teoría de la gravedad», de Leila Guerriero, y me contagio de su estilo híbrido entre el ensayo y la poesía, anafórico hasta la hipnosis, brillante sin parafernalia, plagado de enumeraciones certeras y azarosas: «Todos hemos sido, alguna vez, el monstruo de alguien…», y sigo leyendo. Leyendo, sí, como Alonso Quijano que leía, de turbio en turbio, hasta los papeles del suelo y soñaba con ser leído en un libro febril.
Leer para estar solo y que no te duela tanto, imperturbable en la tempestad y en la tentación –como querían Charly y Spinetta—, sentado con una revista para dejarlo todo. Nada más inmóvil, nada más inquietante. Leer por deseo y por placer, para encenderse de un amor profano, de un amor sagrado. Entonces leo, leo por vos.
HERNÁN SCHILLAGI, inédito
miércoles, 7 de septiembre de 2022
Un poema para dar clases
la virgen del tiempo
un plástico cubierto con sílice
de ese material se componía
el truco de la virgencita
al que mi maestra de la primaria
echaba mano para calmar tanto grito
tanto niño curioso y salvaje
tantas horas de abecedario
notas planillas y cuentas sin resolver
«se pone azul» decía «si se portan bien»
el violeta era el desastrecomo si una tormenta oscura
estallara en el centro del aula
el rosa revelaba la tristeza
y mientras golpeaba el idioma
contra la pizarra negra
nos advertía «ella siempre los mira»
así letra por letra en el cuaderno
copiábamos un mandato esquivo
un souvenir inestable para aprender
que el error es el ejemplo más claro
de amor y disciplina
HERNÁN SCHILLAGI (inédito)
domingo, 22 de mayo de 2022
Un poema para leer en la vereda
hojas para barrer
cuánto otoño se necesita
para entender la caída para aprenderque una traza de sombra revela mucho más
que un completo día de sol
cuánto otoño cuánto odio
para una tarde desprendida y feliz
en el recuerdo «tenías frío para dar
y un abrazo sin pasado»
porque no es el tiempo
una fuente de calor y locura
no es el tiempo una urgente
llamada de auxilio en la cabeza
es el viento y su poderosa voz
que arranca y anota sin tregua
al final de esta tarde
las hojas que vas a pisar
HERNÁN SCHILLAGI, inédito
lunes, 21 de marzo de 2022
Un poema para leer en el pizarrón
proyecto invernadero
el calor como un efecto secundario
para mostrar cuánto vale tu encierro
el pavor como una moneda que gira
aunque revela siempre la misma cara
se cae un sueño un riesgo se abre
y es un virus que te alerta «no hay aprendizaje
solo aburrimiento» por eso tu boca
se esconde y mastica oscuridad
hace de las frases un santuario secreto
para preservar el sagrado aire
de una promesa sin cumplir
así un sueño se contrae
un riesgo se quiebra
y tu mano escribe este plan
que nada más se podrá leer
en el pasado
HERNÁN SCHILLAGI, inédito
sábado, 19 de marzo de 2022
Un tanka para terminar la semana
jueves, 24 de febrero de 2022
Un poema después de la tormenta
Soneto decapitado
Vi derrumbarse a las Torres Gemelas
vi derrocar a tiranos sin fin
vi derribar el Muro de Berlín
vi caer sin sorpresa hasta mis muelas
No vi tropezarse a la farolera
no vi la infame caída de Rosas
no me encontré a Dios en todas las cosas
ni miré para abajo en la escalera
pero una tarde helada de granizo
de nubes negras lluvia y correntada
como piedra del castillo de Gondor
vi caerse la cabeza del cóndor
porque el cielo feroz así lo quiso
y mis ojos ya no vieron más nada
HERNÁN SCHILLAGI