lunes, 19 de diciembre de 2022

Rimas mundialeras (Mundialera 3)

 


RIMAS MUNDIALERAS
 
Después de siete partidos
el mundo salta y escabia,
gritan y lloran de rabia
sueñan un mundo florido,
pero estuvo desabrido
cuando nos doblegó Arabia.
Y fueron todas finales
la cancha era un motín
con México era el fin,
aunque comimos tamales,
jugamos como animales
y empezó un nuevo festín.
Se habló de fútbol sudaca
y del nivel europeo,
para ganar el trofeo
y saber quién se destaca
pero la pasaron feo
los rubios de la polaca.
Y daba saltos el alma
eso, téngalo seguro,
costaba ver el futuro;
¡por Gianina y por la Dalma!
es que apareció un canguro:
casi nos quitó la calma.
Esto parece bien triste
ganar con mucho trabajo
a un país que ya no existe,
le llaman Países Bajos
pero al carajo te manda
si alguien le dice "Holanda".
Pasada bien la desgracia
y agradeciendo al Bendito
vimos llegar a Croacia
con camiseta a cuadritos
pero quedaron chiquitos
con tanta Araña y su audacia.
Toda Francia y Mbappé
querían robarle a Leo
la ilusión y el torneo
merecido, yo lo sé,
fue tan grande este deseo
de copa y deshabillé.
Y así festejó la tribu
con más color y emociones
quiero abrazos a montones
¡que vivan Messi y el Dibu!
con penales no hay razones
y grito: "Somos campeones"
 
HERNÁN SCHILLAGI

sábado, 3 de diciembre de 2022

Luna musulmana (Mundialera 2)



Yo no le canto a Polonia
por ser contra y nada más,
yo canto por Argentina
por sus goles sin el VAR,
yo grito: "la Scaloneta
siempre lucha hasta ganar".
Ay, lunita musulmana,
tamborcito qatarí,
compañera de los hinchas,
de la arena del saudí;
compañera de la tinta
de los versos que parí.
Con esperanza o con pena
en los campos de Qatar
yo he visto a la luna ajena
por T.V. satelital,
la he visto con pava llena,
con el mate y con el pan.
En algo nos parecemos,
luna de mi ansiedad
Yo voy mirando, anotando
que es mi modo de mostrar;
Yo voy andando y saltando
que a un canguro hay que sacar.
Perdido en las selecciones
yo sé bien, vidita, por quién hincharé,
más fuerte que una vacuna
Cantaré, escribiré...
A mi Selección querida
Cantaré, escribiré y gritaré.
 
HERNÁN SCHILLAGI (escrito el 01/12/2022)

domingo, 27 de noviembre de 2022

Mundialera gauchesca

 

 
 
Aquí me pongo a Qatar
al compás de la pelota
que al hincha que ve y le brota
una gesta legendaria
como el que lucha en la diaria
con el Mundial no se agota.
Pido a los santos del VAR
que anulen goles ajenos,
de lejos parecen buenos
los de nuestra Selección,
pero en la televisión
al rato se ven obscenos.
Y así empezó este Mundial
con calor en vez de frío,
pero tiemblo al ver a Lío
correr tras una ilusión,
se me pianta un lagrimón
con todo ese poderío.
Todo era un sueño, una fiesta
con papeles y una promo
y nos comimos un lomo
con el pan duro de Arabia
por entrar un poco en Babia,
era un carnaval sin pomo.
Pero después vino México
a enfrentar la Scaloneta
quería cantar la "neta"
con juego un poco ladino
si hasta había un argentino
para arruinarnos la meta.
Mas ande otro genio pasa
Lío Messi ha de pasar,
nada lo hace recular
ni los botines lo espantan,
por eso todos le cantan:
"Esta noche hay que ganar".
Yo he visto a los jugadores
con fama bien obtenida,
mas en esta cruel partida
la sangre se nos hace una
en Brasil, Qatar, la Luna
para no ver la salida.
HERNÁN SCHILLAGI

sábado, 22 de octubre de 2022

Revistas en la tempestad





Leer cuando no se puede y hasta cuando no se quiere. Leer ante alumnos que no escuchan o simulan atentamente, mientras el pelo les oculta los auriculares. Pero leer, también, frente a un aula repleta de pibes que buscan en las palabras un refugio, un paraguas para tormentas invisibles, un despertador que les abra la mirada. Me recuerdo aferrado con ambas manos a un libro mientras mi papá agonizaba en un coma profundo. Sé que leía por horas y la sintaxis era puntuada por su respiración cavernosa, casi póstuma. Es decir, yo también me hacía el que escuchaba. ¿Será por eso que no puedo acordarme qué es lo que leí en esos días a su lado? Dar para leer. Leer para dar.

A la luz de una vela sibilante, con una linterna tirado en la cama, con la fatua pantalla del celular sobre las páginas, descompuesto en el baño, bajo una sombrilla en la playa, en la fila del banco rodeado de jubilados que gritan, en una doliente sala de espera, sobre el gabinete del gas en la vereda, bajo un olmo en la plaza mientras hacía dormir a mi hija. Leer sin medida ni control y desde siempre.

Por lo tanto, se dispara un recuerdo del pasado, pero en presente: el sol todavía no asoma en un barrio suburbano de mediados de los 80. Es domingo a la madrugada. Un niño se levanta descalzo para no despertar a sus padres, camina tiritando por el pasillo hasta la puerta que da a la calle. Se sienta sobre las baldosas heladas, retiene un estornudo y ausculta con atención los primeros sonidos del amanecer. No le importan los pájaros, tampoco le interesan los perros que ladran insomnes. Lo único que quiere oír es la corneta del canillita que hace el reparto del diario. Leer el suplemento infantil, las historietas de Dante Quinterno, la Mafalda, el Condorito, el Pequeño Larousse Ilustrado, la Enciclopedia Salvat. Hojear (y ojear) hasta descifrar qué se esconde detrás de la tinta.

Pienso en leer e inmediatamente lo relaciono con estar enfermo. Asma crónica, varicela, gripe, paperas, tos convulsa, entre otros males del montón, fueron la excusa perfecta para detener la infancia y crear —otra vez— ese paréntesis sobre las sábanas. Adquirido el virus de la lectura, la horizontalidad impone pasar las horas de convalecencia con un libro en la mano. Así que las opciones han sido siempre claras: internarse entre las páginas de una historia o mirar las aburridas manchas de humedad en el techo. Leer para curarse, para suturar con palabras las heridas que no tienen nombre.

Ana Frank anota en la entrada del 8 de julio de 1942 que no escuchó cuando llamaron a su puerta los del ejército nazi: «Porque estaba leyendo en la terraza, perezosamente reclinada al sol en una silla de lona…». El mundo de una familia judía se derrumbaba por el odio y la guerra, pero era otro mundo —además— el que se caía a pedazos: el que cada lector edifica para guarecerse, por un lado, y reconstituirse, por otro. Como ese inolvidable personaje de Carlos María Domínguez que literalmente construye con sus libros una «casa de papel» frente al mar para huir de una realidad insoportable. Si un libro es un ladrillo, una biblioteca podría ser una casa tan verdadera que asusta. Leer para que el lobo sople y sople en vano.

Repito: leer cuando no se puede y hasta cuando no se quiere. ¿Lectura obligatoria? Por estudio, por trabajo, por ese amigo que comparte todo el tiempo artículos y luego te pregunta, para estar informado y darse la parte, por esnobismo literario, por ese conocido que publica libros y te los regala con la esperanza de una devolución sincera. Leer y escribir. Leer para escribir, para cargar combustible, para inspirarse y robar, como ahora que escribo esto mientras releo «Teoría de la gravedad», de Leila Guerriero, y me contagio de su estilo híbrido entre el ensayo y la poesía, anafórico hasta la hipnosis, brillante sin parafernalia, plagado de enumeraciones certeras y azarosas: «Todos hemos sido, alguna vez, el monstruo de alguien…», y sigo leyendo. Leyendo, sí, como Alonso Quijano que leía, de turbio en turbio, hasta los papeles del suelo y soñaba con ser leído en un libro febril.

Leer para estar solo y que no te duela tanto, imperturbable en la tempestad y en la tentación –como querían Charly y Spinetta—, sentado con una revista para dejarlo todo. Nada más inmóvil, nada más inquietante. Leer por deseo y por placer, para encenderse de un amor profano, de un amor sagrado. Entonces leo, leo por vos.

HERNÁN SCHILLAGI, inédito

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Un poema para dar clases

 

la virgen del tiempo

 

un plástico cubierto con sílice
de ese material se componía
el truco de la virgencita
al que mi maestra de la primaria
echaba mano para calmar tanto grito
tanto niño curioso y salvaje
tantas horas de abecedario
notas planillas y cuentas sin resolver

 «se pone azul» decía «si se portan bien»

el violeta era el desastre
como si una tormenta oscura

estallara en el centro del aula

el rosa revelaba la tristeza

y mientras golpeaba el idioma
contra la pizarra negra
nos advertía «ella siempre los mira»

así letra por letra en el cuaderno
copiábamos un mandato esquivo

una torcida fe en la palabra y el clima
un souvenir inestable para aprender

que el error es el ejemplo más claro

de amor y disciplina

 HERNÁN SCHILLAGI (inédito)

domingo, 22 de mayo de 2022

Un poema para leer en la vereda

  


hojas para barrer

 

 

cuánto otoño se necesita

para entender la caída para aprender
que una traza de sombra revela mucho más

que un completo día de sol

cuánto otoño cuánto odio

para una tarde desprendida y feliz

en el recuerdo «tenías frío para dar

y un abrazo sin pasado»

porque no es el tiempo
una fuente de calor y locura

no es el tiempo una urgente

llamada de auxilio en la cabeza

es el viento y su poderosa voz

que arranca y anota sin tregua

al final de esta tarde

las hojas que vas a pisar


HERNÁN SCHILLAGI, inédito

lunes, 21 de marzo de 2022

Un poema para leer en el pizarrón

  

 proyecto invernadero



el calor como un efecto secundario
para mostrar cuánto vale tu encierro
el pavor como una moneda que gira
aunque revela siempre la misma cara
se cae un sueño un riesgo se abre
y es un virus que te alerta «no hay aprendizaje
solo aburrimiento» por eso tu boca
se esconde y mastica oscuridad
hace de las frases un santuario secreto
para preservar el sagrado aire
de una promesa sin cumplir
así un sueño se contrae
un riesgo se quiebra
y tu mano escribe este plan
que nada más se podrá leer
en el pasado


HERNÁN SCHILLAGI, inédito

sábado, 19 de marzo de 2022

Un tanka para terminar la semana

 


ya pasó el viernes
el día es una tierra
sin conquistar
un surco sin semilla
que en el silencio brota
 
 
HERNÁN SCHILLAGI 

jueves, 24 de febrero de 2022

Un poema después de la tormenta



Soneto decapitado


Vi derrumbarse a las Torres Gemelas
vi derrocar a tiranos sin fin
vi derribar el Muro de Berlín
vi caer sin sorpresa hasta mis muelas

No vi tropezarse a la farolera
no vi la infame caída de Rosas
no me encontré a Dios en todas las cosas
ni miré para abajo en la escalera

pero una tarde helada de granizo
de nubes negras lluvia y correntada
como piedra del castillo de Gondor

vi caerse la cabeza del cóndor
porque el cielo feroz así lo quiso
y mis ojos ya no vieron más nada


HERNÁN SCHILLAGI