sábado, 29 de mayo de 2010

La felicidad en alquiler



Todo pasa porque la gente no tiene sentido del humor. Aparece un concurso de belleza para monjas en Europa y, en lugar de tomárselo como una broma novedosa, la gente se encona con vehemencia contra los organizadores, piden que excomulguen a las participantes y marchan inquisidoramente hacia el Vaticano para solicitar justicia divina. ¿Pero qué les sucede? ¿Soy yo, o es que nadie quiere ser feliz?

«Felicidad no tienes dueño…» decía una vieja canción. Es cierto, pero al menos lo que podemos hacer los simples mortales es alquilársela a los que saben dónde se esconde. Un ejemplo es la tolerancia. La persona que se escandaliza porque el vecino adolescente se peina el flequillo para un costado, tiene un piercing en la lengua y escucha música dark, no puede amargarse porque la «juventud está perdida». Ese es un tipo de infelicidad ilegal. Nadie tiene derecho a entristecerse porque el otro es feliz siendo como es.

Otro portero del conventillo de la felicidad sería, como dije al principio, el humor. Saber reírse de uno mismo y de las cosas que no tienen carácter de gravedad es la llave de la habitación donde la alegría nos espera con un mate listo y siempre dulce. Un chiste certero sirve para romper el hielo ante desconocidos, una buena broma distiende un clima tenso entre el empleado y su jefe, o, cuánto mejor es levantarse con una sonrisa luego de un tropiezo en la vereda. Los demás corren a ayudarnos y todos vuelven a sus hogares con el íntimo secreto de que la felicidad puede salir hasta debajo de una baldosa.

Ya lo dijo el director de cine Woody Allen, «estar entretenido semeja como nada la felicidad…». Por eso, amigos de las preocupaciones, es hora de ocuparse de la felicidad: la propia y la de los que nos rodean. Eso nos mantendrá siempre en una movilidad festiva y solidaria; entonces cuando queramos detenernos, una rueda de aplausos, risas y buena onda nos empujará para adelante, siempre adelante.

martes, 18 de mayo de 2010

Poema para leer a cinco metros de altura


botánica profana


cuando decidiste cruzar la calle
para treparte al tilo más alto de la plaza
una vecina se apoyó en su escoba
y chancleteó sobre la basura este pensamiento
salido de una botánica profana «el que busca
tranquilizarse con tecitos junta mierda adentro»

ahora por ese motivo un recuerdo
suspende en el aire como si fuera un colibrí
tu cosecha y si es cierto
que su corazón alado late tan rápido
que parece un zumbido tu sangre antigua
es un torrente sin freno
que te golpea con furia el pecho que se abre
hacia un niño y su desobediencia cerril
hacia los caracoles de una sopa fría hacia
todas las palabras ramificadas y unidas a una promesa

tus ojos ahora reverdecidos vuelven la mirada
hacia las terrazas ajenas la ropa tendida
que chorrea dudas los cables que parcelan las nubes
y tus pies cuelgan de una horqueta tan lejos del suelo
para decirte «vos de aquí no te bajás más»



para el barón rampante

jueves, 6 de mayo de 2010

La rebelión de los oscuros



A poco de empezar la crisis energética, los tecnosabios descubrieron que podía extraerse electricidad del dolor y las penas de la gente. Una usina melodramática permitiría seguir viéndonos por las noches el rostro en los espejos solitarios.

Sin embargo, la unión de dos bocas en la sombra hacía apagar las heladeras. El regreso de un hijo descarriado cegaba en el acto tres manzanas de la ciudad. Hasta que un apagón general aterrorizó a la Compañía Doloeléctrica. Un ejército, entonces, salió a cantar patéticos boleros a los balcones, a empujar cartas de despedida bajo las puertas, a vocear noticias de un apocalipsis inminente por las esquinas. Ni a los inútiles faroles lograron conmover.

Cuando de repente, una luz de esperanza llegó al comité directivo. La rebelión de los oscuros sería aplastada. Pero al brindar por la idea fue tanta la alegría, que la última de las afligidas lámparas se extinguió para siempre.