domingo, 26 de octubre de 2014

La sonrisa contracta

 
 
Miércoles: vuelvo a la farmacia. El día anterior, el dependiente anotó bien el producto: un colutorio antibacterial para las placas que pueden formarse en los dientes y las infecciones de las encías. «Debés estar haciendo bruxismo cuando dormís», me había dicho el doctor. Un chirriar de estructuras dentales que me astillan la noche y la sonrisa sin ninguna función aparente. Si hay algo que supieron hacer los griegos fue ponerle nombre a todo: «bryko, rechinar los dientes». La cuestión es que el siglo me encuentra dándole la razón involuntaria a una etimología. Así, la calurosa tarde de mitad de semana me ubica frente al señor de la farmacia, le pido el medicamento y, con una mueca jactanciosa, me dice: «Acá te estaba esperando. Tomá.», y estira la mano con el frasco envuelto en papel. Cuando quiero felicitarlo por la puntualidad, me interrumpe con la mano en alto: «Tenemos palabra, querido. Más que la presidenta, que es mucho decir». Entonces, aprieto bien fuerte los dientes, sonrío sin soltar un solo vocablo, pero un aserradero odontológico se agita en mi boca. Pago y me voy. Al salir a la calle, no puedo dejar de acordarme lo que me decían en mi familia cuando era chico: «Dale, negro, reíte con los dientes, que es lo más bonito que tenés.»

HERNÁN SCHILLAGI

sábado, 25 de octubre de 2014

Un poema como promesa





bandera en tierra



creo haberte mostrado la tela delgada
que se forma entre los mensajes y la espera
cómo se enhebran unos hilos de cobre
para que la trampa de la soledad cave su vacío
hoyo de promesas haberte contado creo que la materia
de las palabras no se disuelve con el tiempo
pero se confunde con la esperanza
como sucedió con ese viajero perdido
en la espesura del cosmos
que al regresar trajo una bandera sutil
hecha con los colores de la fiebre
con la costura de las pesadillas
cáñamo de ladridos hacia la luna
y al desplegarla era nada más que polvo
sobre el recuerdo

quiero creer que te lo he advertido
que vas a dejar todo anhelo de contacto
para abismarte al universo oscuro
del cuerpo enfrentado contra la propia voz


HERNÁN SCHILLAGI

del libro Ciencia ficción (Libros de Piedra Infinita, 2014)
 

martes, 14 de octubre de 2014

El sauce del poema






el sauce interrumpido


un paseo por la ruta provincial nos concedió
una certeza plantar un sauce en el fondo de la casa
rachas de sombra verde sobre una lengua terrosa y pétrea
así mis dedos teclean los cinco caracteres y una pantalla
se abre cómo no hacia las ventanas que hemos soñado
«llorón» «negro» «eléctrico» «de babilonia» cuatrocientas especies
caen fotográficamente sin un sustantivo colectivo veraz
que permita nombrarlas en un solo gesto como también
en cascada caen los poetas que se han trepado por sus ramas verbales
desde una mesopotamia a la otra hasta llegar al dato útil
y desalentador las raíces necesitan de un espacio que no tengo
«murió antes de nacer» dice mi esposa

un dolor de cabeza pues pide ser aliviado una fiebre
de encierro y oscuridad crece en mi cuerpo
para que la corteza del sauce sintetizada en una aspirina
me pase artificial por la garganta y se disuelva
entre los jugos gástricos y las dudas


HERNÁN SCHILLAGI

miércoles, 8 de octubre de 2014

El brillo de la literatura




Salgo el lunes del odontólogo y el flaco que cuida los autos (me niego a la sinécdoque macrista de «trapito») está terminando de darle brillo a las gomas del mío. Es un Daniel San con el Blem como maestro inspirador. Mi auto está debajo de un paraíso en flor y hay pelusas sobre todo el techo. «Esto con el viento se limpia», se excusa Daniel ante el señor Miyagi. Le cuento que dos días antes me agarró la lluvia cuando iba para la Feria del Libro y que, además, tuve que sortear a otro cuidacoches que me lo quería lavar. «Ya está comprometido, jefe», le había dicho. El flaco infla el pecho y me dice que se muere de ganas de ir a la Feria, que a él le cagan de gusto esas huevadas (así lo dijo), que hace un mes había visto dos libros en el Carrefour: «Cincuenta años de soledad» y ese otro, el de «Las sombras de Grey». Sonrío sin ironía y le quiero destrenzar la confusión con los títulos, pero arremete entusiasmado diciéndome que había escuchado en la T.V Pública que alguien hablaba del trabajo que hacía García Márquez con el adjetivo y que le había abierto la cabeza. Entonces le recomiendo que no deje de ir, le pago y le aclaro -como chicana cómplice- que el pibe de la Feria me quería cobrar más barato que él. Nos reímos y me subo al auto sabiendo que hablar de literatura y lealtad en los bordes de la calle, bajo un paraíso que explota de verde, no tiene precio. 


HERNÁN SCHILLAGI

miércoles, 1 de octubre de 2014

La memoria de Hierro






 
Leo este dato por ahí (internet es una zona de curiosidad inútil): «Cuando José Hierro trabajaba triturando caucho en una fábrica pasaba las horas pensando poemas; principalmente sonetos, porque le resultaban más fáciles de recordar...». Entonces, la mente se me estira hasta rozar límites tan insospechados como pegajosos: un tipo común, tanto que es poeta, erige uno por uno los catorce endecasílabos de rima consonante en las galerías creativas de su memoria para salvarse del tedio industrial. Un poco de luz verbal entre tanta productividad negra y mecanizada (parafraseo mal a Fabián Casas). Busco un poco más y el azar tiene sus certezas. El poeta, además, escribía en los cafés madrileños, porque -por superstición- no lo hacía jamás en su propia casa. Así, entre materiales amargos, oscuros y hostiles; Hierro cincelaba los metales del idioma. Tal vez por eso cuando nació una de sus nietas, la elástica cadena de polímeros le hizo redactar como herencia: «Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo…». El soneto se titula simplemente «Vida» y creo que es un intento flagrante y hermoso de querer modificar el ADN de su linaje. Hay una edad donde los seres humanos ya no admitimos cursilerías. Aunque un abuelo no debería escribir esas cosas.  



Vida, de José Hierro

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

***

HERNÁN SCHILLAGI