domingo, 31 de marzo de 2024

El poema es el otro




los mejores días
 
                            Pero entendió que el mundo
sólo había esperado un cadáver, no un poema…
Joaquín Giannuzzi
 
cómo una lluvia artera convierte
el cemento brotado de aceite
la frescura del cantar de los pájaros 
el verde trémulo de los árboles
en el hecho maldito de un país sin pies
ni cabeza para entender esta humedad
que se adhiere irracional a la voz
y cada palabra es una pasta oscura
que transita como sudor por las piernas
sube hasta los brazos se condensa en el pecho
y toma por asalto toda la boca
para decir «la sangre la sangre
es del otro» 
 
HERNÁN SCHILLAGI, inédito

 

Un poema delator


 
 
balada poderosa
 
llega el viernes y como un rocío secreto
se demora en cada hoja del almanaque
se evapora entre las horas y es un anhelo
que brilla en la punta de la lengua
con saliva de otro cuerpo
para soltar las costras de una semana
las sombras de una guadaña
que se afila contra las dudas
el viernes llega y solo es viernes
cuando la partitura de la noche
se enciende poderosa con una balada
que debe interpretarse con la cabeza en alto
el corazón en el cuello y las manos
que imprimen acordes en el aire
para sostener un guitarra invisible
comprender un dolor que canta
como un señuelo como algo oculto
en cada delación
 
 
HERNÁN SCHILLAGI, inédito

sábado, 9 de marzo de 2024

Una página amarilla

 

Escribo para no secarme. Las palabras no solo riegan de tinta estos papeles, sino que son una llovizna absurda en alguna parte de mi cuerpo. Mi cuerpo es un desierto que espera en silencio la condensación de las palabras. Mi cuerpo, además, con el tiempo transformó sus hojas en estas espinas. Quiero aprovechar hasta el máximo la humedad que trae cada sustantivo, cada adjetivo, cada verbo. También cada error. Porque la humedad es un secreto alojado en una zona de fertilidad, en un área exuberante, golosa de historias e imágenes sensoriales, falaz hasta el encantamiento. Por eso escribo para no sacarme.

Mi cuerpo, otra vez mi cuerpo. En mi plan por esquivar la sequía, juego al Scrabble en solitario, esparzo las fichas en el tablero y planifico un cementerio de cruces con mis cuentos caídos en batalla, todas las sopas que tomo son de letras, con poemas hirvientes que no bajan más allá de la garganta, resuelvo el crucigrama que viene con el diario o las revistas dominicales con el mismo gesto del que mira la noche y cuenta las estrellas hasta dormirse. Así, incorporo una manera anacrónica de nombrar al revés la realidad: primero el significado y luego la etiqueta. Cuando no puedo descubrir un  término —un dios nórdico, un elemento de la tabla periódica, una isla griega— me vuelvo áspero y el cielo se me viene encima. Entonces cierro los ojos y las palabras atraviesan sin pudor mi lengua, la fatigan como un páramo, como si fuera un destino sin suerte. Sacudo libros, paso las páginas con el corazón en la boca, intento robar trucos verbales, escarbo en cada figura tonal, miro frases de reojo: «Quizás / hubo un proyecto distinto para mí / en alguna probable lotería / y mi número no salió...», me liquida Joaquín Giannuzzi en unos versos que escribió a punto de cumplir cincuenta años. Las certezas son un regalo que nadie quiere abrir.

Escribir es la mejor esclusa para estar solo. Las palabras pasan como barcos de un lado a otro del lenguaje y el nivel de desesperación las hace flotar o hundirse; las puertas se abren, se cierran y sueltan el aliento que nos mantiene de pie. Escribir es la mejor excusa para hablar solo. El problema, pues, lo tienen aquellos que se disponen a escuchar y darle un significado. Recuerdo a ese personaje de Cortázar en el cuento «Una flor amarilla», monologa sin parar hacia un interlocutor, con la cabeza embotada de alcohol y de penas, y le relata una historia del futuro que se murió en el pasado. Se ha encontrado en el colectivo con un niño tan parecido a él que, tal vez, repita sus alegrías, aunque también lo sospecha condenado a multiplicar su mediocridad hasta el infinito. Un mundo de dobles secretos que nos garantiza la inmortalidad y el castigo. ¿Escribir es buscar un replicante que termine entendiendo esa sed que nos devora por dentro? Solo la belleza, la simple como una flor o una página, la que no ostenta oropeles ni fuegos artificiales, ¿será la que nos justifique el tránsito por esta roca perdida en el espacio? Escribir es perdonar. También, todo lo contrario.


HERNÁN SCHILLAGI, inédito