viernes, 25 de mayo de 2018

Vidrio templado


Camino por una calle que se deja invadir por el otoño. «Vidrios templados. Aquí», dice un cartel improvisado entre las hojas amarillas. En el suelo, una desechada lámina de alguien que no pudo esperar hasta su casa para sentir que sus dedos se deslizan otra vez sin interrupciones incómodas. Trizas. Sí, no hay un centímetro de su escueta superficie que no sea una cicatriz contra el espejo negro de la pantalla. De este modo, largas listas de diálogos e imágenes -que vienen y van- se encienden en pedazos; son fragmentos de una realidad remendada que toco (tocamos), pero las costuras raspan digitales mis huellas para borrar cualquier rastro de experiencia. Manrique, inmortal, me insinúa: «Cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor...». Entonces se me aviva el seso y desactivo el «modo silencio». Las alarmas que supe seleccionar con alegría comienzan a sonar bajo el tibio sol de mayo. Algo se parte en la continuidad de mi mañana sin pasiones ni sobresaltos. Alaridos entrecortados, melodías desencadenadas, sirenas rotas al alcance de la mano. «Que durar sea / mejor que arder…», cantaba contradictorio Cerati, para que luego su cabeza estallara sin aviso. Todo lo templado, todo aquello que intenta protegernos del duro frío que nos rodea, quizá tenga la marca de lo inestable, de lo que explota sin remedio frente a los ojos.

HERNÁN SCHILLAGI

Sobre "Los cuadernos de Gloria"



HERNÁN SCHILLAGI deleita con ‘Los cuadernos de Gloria’, una novela sencilla, amena, emotiva, que mereció el primer premio en su géne
ro, del Certamen Literario Vendimia 2017.
La prosa, llana, precisa y para nada mezquina, está exenta de adornos así como de golpes bajos, tentación siempre posible debido al tema.


El relato, en primera persona, da cuenta de las peripecias de un niño, tan querible y sincero como los otros personajes, particularmente la abuela Gloria. Entre otras virtudes, hay una escandida dosis de ternura, de alegría de vivir y de crítica que permiten la identificación desde la primera página.


A medida que se avanza, el autor nos sumerge en ese único paraíso que es la infancia y que, aun cuando ha sido dolorosa, la revivimos en los momentos gratos tanto como en aquellos que nos dejaron una marca, un sello, más la loable posibilidad de reflexión sobre la condición humana. 


La solidez narrativa, la capacidad para elegir el material literario de ese mare magnum que es la memoria y haber encontrado el tono, que se mantiene de una punta a la otra, hacen de esta una novela inolvidable y da cuenta, una vez más, de la madurez de nuestros escritores.


Los personajes se nos quedan y dialogan con los propios de cada uno. Es que, a la vez que Schillagi nos atrapa con la verosimilitud de un relato bien contado, subyace un texto aleccionador, desde un tiempo y un lugar que, por la calidad, se torna universal.




ANDRÉS CÁCERES, periodista y escritor