martes, 19 de junio de 2018

El corazón es una isla fría (Mundialeras 2018 #2)


La calefacción a todo vapor, el mate en la mano, 80 grados para el agua, la pastafrola casera y las tortitas tibias en la bolsa de papel; como también, un par de kilos de carne que se descongela en una bandeja y toda la leña para encender el fuego de la esperanza. Así empezó el Mundial, el verdadero, para cada habitante de este planeta futbolizado, más conocido como Argentina.
A medida que se acercaba el partido contra Islandia, se le iba restando un gol a nuestro inevitable triunfo. Porque el lunes ya ganábamos 5 a 0. Con los días, íbamos conociendo datos de los jugadores, de sus triunfos alarmantes, de su potencia física. Entonces el verbo ganar se volvió cada vez más difícil de ser conjugado.
Teoría caprichosa número uno: los partidos de Argentina deben disputarse 48 horas antes de que la realidad contradiga todos los pronósticos.
Pero los días pasaron y nos tocó en suerte un sábado gélido y sin corazón. Que el Mundial se juegue en el verano ruso es apenas un detalle, debido a que el frío del Polo Norte traído por los islandeses, más el aportado por el de nuestras latitudes australes, tuvo su concentración en el estadio del Spartak de Moscú. Islandia, tierra helada, de vikingos fornidos y carniceros. Argentina, tierra de plata, de la medalla de plata, digo, por tantos segundos puestos. Pues bien, trataba de explicar que las bajas temperaturas nos tenían apretados frente al televisor, cuando el gol del «Kun» Agüero derritió los carámbanos que nos colgaban de la nariz y, entre saltos y gritos, los abrazos templaron el ambiente. Solo cuatro minutos duró este calor ilusorio, porque un tal Finnbogason metió un derechazo que sonó más fuerte que el martillo de Thor. ¡Sálvame, Odín! O san Messi, como más les guste.
Aunque faltaba mucho para que el partido terminara, en mi cabeza empezó a rodar la serie televisiva «Trapped». Trata, casualmente, de un pueblo al norte de Islandia donde un barco queda detenido, atrapado, varado en el puerto, porque un cadáver sin miembros ni cabeza aparece en las costas durante su llegada. Del mismo modo, el equipo albiceleste flotaba en el campo de juego sin ideas ni pies que conectaran con fluidez para poder destrabar la férrea y helada marca de los nórdicos. Las «taras» de nuestros jugadores no tardaron en aparecer: pases intrascendentes, distribución lenta, fallas en las asociaciones y, cómo no, cortocircuitos desde el punto del penal. Así, tanto relatores como televidentes, empezamos a vociferar cambios milagrosos, a tirar runas estratégicas para conocer un futuro más promisorio que nunca llegó.
Teoría caprichosa número dos: siempre el que está afuera es mejor que el titular.
No podía saber Julio Verne, el gran escritor francés, que al situar en la lejana Islandia su novela «Viaje al centro de la Tierra», donde los protagonistas se trasladan hasta Snæfellsjökull, volcán por el que se introducen para alcanzar el corazón terrestre; no podía saber Julio Verne, repito, que luego de este primer partido por el Grupo D, ese corazón era de un impenetrable hielo oscuro, y no de lava ardiente.
Teoría caprichosa final: cuando dejemos de emocionarnos con la canción de Italia ’90, vamos a salir campeones otra vez.

HERNÁN SCHILLAGI

domingo, 10 de junio de 2018

Un alargue de cuatro años (Mundialeras 2018 #1)



Publicidades que motivan y arengan desde un nacionalismo gritón y sin alma. Promociones inverosímiles que nos quieren acercar más al producto comercial que a la tierra de Iván Drago. Fotos de jugadores en los paquetes de pan rebanado, en los cartones de jugos naturales, en las botellas de cerveza que, sospechosamente, ya tenían la lista de titulares antes que el director técnico. ¿Acaso me quieren decir, avisar y advertir que un nuevo Mundial de Fútbol está cerca? Pues se equivocan, amigos de los precios altos y los sueños bajos, el Mundial no ha terminado aún. Al menos para la Argentina y su «hinchada bullanguera».

Es así: empate en cero entre alemanes y argentinos en suelo carioca, pitazo final para los reglamentarios 90 minutos, el alargue y los consabidos penales. Un dato para los desmemoriados; la Selección Nacional venía de vencer por tiros desde los doce pasos a los holandeses, con un arquero convertido en héroe (Mascherano mediante). De este modo, un rubiecito llamado Mario Götze la paró de pecho a los 115, y con un zurdazo tan sutil como mortífero, puso arriba en el marcador a todo el alemanaje. Decime qué se siente, gritó un brasilero en perfecto castellano. Bien, ningún problema. Porque así como Osvaldo Soriano escribió sobre «El penal más largo del mundo», cualquier futbolero nacido en este país puede hablar y dar testimonio del alargue más extenso e insoportable que se haya conocido jamás.

En la novela «Zama», Antonio Di Benedetto proponía a un personaje torturado por la espera, víctima de encontrarse en un puesto incorrecto y en el momento equivocado. Tal vez, por eso, hemos transitado estos cuatro años como en falsa escuadra, con las piernas molidas, arrastrando un peso invisible que fatiga y nos tiene la cabeza sin oxígeno: el estado de alargue permanente. Mienten los que dicen que son apenas dos tiempos de 30 minutos en total. ¿O no fueron suficientes los alargues sufridos y perpetrados en las Copas América de Chile y Estados Unidos para entender que esto no estaba concluido? Tres subcampeonatos al hilo es una forma corta de ver la realidad. Campeón es el que sabe aguantar, el que se sienta cerca del trofeo para ver pasar el cadáver de sus frustraciones. «Todo el mundo quiere olvidar…», nos avisa Charly García, en una canción que se llama, justamente, «El amor espera». ¿O no es amor, entonces, estar haciendo un asado y que, en un silencio incómodo, alguien recuerde: «Palacio le tendría que haber pegado por abajo…»? Así, entre achuras y cortes vacunos, vuelve el penal no cobrado, esa de Messi al lado del palo y los injustos chistes sobre los pifies de Higuaín. Un eterno retorno, una lágrima en la llaga tanguera que el humo permite disimular.

Y si de recuerdos se trata, no puedo dejar de notar, con tristeza, que este será el primer Mundial sin Eduardo Galeano. El escritor uruguayo, antes de hablar una sola palabra sobre el deporte más popular y hermoso del planeta, repasaba necesariamente todas las injusticias y vejámenes que se vivían en ese momento. Por eso tituló su obra «El fútbol a sol y sombra». Brillos que ciegan tanto como manchas que salen a la luz. Allí está como muestra el video de las Madres de Plaza de Mayo entrevistadas por los periodistas «deportivos» que venían a cubrir el Mundial ’78. Qué nos esperará luego de tanta espera. No hay Mundial que por bien no venga.




HERNÁN SCHILLAGI