miércoles, 16 de septiembre de 2009

Con la música a otra parte


Cuando recién comenzaba el siglo, yo tenía un poder. Una especie de arcano que me liberaba del tedio y la espera forzada. Quiero decir que me encontraba en el consultorio de un dentista, viajando en un micro, o en cualquier lugar haciendo trámites; entonces sacaba un libro del morral y ¡puf! Una máquina del tiempo de papel y tinta me trasladaba a otras épocas donde un niño se negaba a bajar de los árboles, donde una mujer podía ver en ayunas el interior del cuerpo de los demás, donde –sin escalas- un poema me esperaba para ser pronunciado. Los que no compartían este secreto debían resignarse a soportar el malhumor de las secretarias, conocer hasta la exasperación las cuitas de los otros pacientes, o mirar fijamente las pesadas agujas del reloj.

Pero desde hace unos cuatro o cinco años, la inefable tecnología popularizó el uso de los celulares y los mensajitos express, comercializó a precios irrisorios los mp3 y su música sin dueño, obligó a las personas a sentir que enfentarse a la calle -sin uno de estos aparatos- era (y es) como zarpar al Mar de los Sargazos sin brújula ni astrolabio. Entonces los hábitos se fueron modificando con la velocidad de un doble click.

Ahora nadie le sostiene la mirada a otra persona en una sala de espera, porque es más que seguro que está dele y dele clavándole los pulgares al escueto teclado del teléfono: o porque un jueguito lo tiene a maltraer, o se olvidó de avisar que llegó bien-hay mucha gente-pero no importa. Al mismo tiempo, todo el mundo escucha música en el mp3 (y sus sucesivos mp4, mp5...) con los auriculares. Así, van al almacén de la esquina con los oídos tapados de horrísonos graves y agudos. Si alguien les hace deseperadamente señas de comunicación verbal, tienen la deferencia de descubrir sólo una de sus orejas y, con la música incidental en mono, contestan con una media lengua lo que apenas alcanzaron a entender. Si no me creen, pregúntenles a esa raza ignorada e incomprendida llamada docentes.

Entonces, ¿es tan difícil caminar, esperar, transportarse, estudiar (¡!) sin tener que llevar la música a todas partes? ¿Se hace un imposible poder prestar atención al cruce de las esquinas, al próximo turno, al profesor de Historia sin tener que pasar de hit a hit como un alienado?

Está surgiendo entre nosotros la Generación miti, es decir, un grupo de personas que tienen demediado el cerebro, cercenada la percepción acústica de la realidad, divida –sin más- la capacidad innata de ser sociables. Me dirán, seguro, que la lectura nos abstraía de los demás. Todo lo contrario: la literatura nos propone siempre sumar otras experiencias, nos alerta todos los sentidos, nos destapa poros impensados, nos convierte en una presa mucho más difícil de atrapar por los hombres de traje gris, parafraseando a Sabina.

Esta nueva camada de futuros hipoacúsicos ignora quizás que, de seguir así, sólo les queda un camino: el de ser engañados con una facilidad pasmosa. Aunque para ellos siempre será más importante pasar al próximo tema.

5 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

Casualmente (y por suerte) encontré hoy este artículo en la Ñ del pasado 12/09 (no había reparado en él antes) que habla de este fenómeno. Dice que los nacidos entre 1981 y 1992 (llamada la "generación Y")particularmente padecen "atención parcial discontinua". Dicen que se la pasan contestando mensajes de texto, o navegando con sus notebooks en una reunión, incapaces de concentrarse en el hablante. Las empresas ya están tomando cartas en el asunto y están prohibiendo los celulares y laptops. ¿Qué tal?

sergio dijo...

Bueno, amigo:

En principio le digo que, a veces, la vida se pone tan pero tan pesada que es preferible meterse un reggaetón por las orejas que soportar padre, madre etc, etc. En parte, lo entiendo. Lo que definitivamente no entiendo es la actitud de aquellos que, rotos los auriculares de su celular, torturan a todo el colectivo con su música. Si alguien tiene ganas de escuchar música y así volverse un estúpido, problema suyo. Ahora, que sho que soy (Mirtha dixit) una señora mashor tenga que soportar a Wisin y Yandel o como se llamen, es demasiado.

Ay, en este momento lo escribo: estaría bueno que los que escriben cuestiones de vida cotidiana para los diarios locales, lean y aprendan como se hace.

Hernán Schillagi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Hernán Schillagi dijo...

Sergio. siiií! Una vez me pasó que venía en el Expreso y un grupito de pibes (no tenían los auriculares rotos, eran más de dos) nos secaron el bocho con la música deplorable que sale de esos parlantitos del mp3 o celular. No por el estilo de la música (reggaetón, cumbia, pop comercial), sino porque es una sucesión de chillidos de ratas agudas y envenenadas que se meten como espinas en los oídos del desprevenido pasajero que quiere pensar mientras mira el paisaje (cuando no dormir).

Con respecto a su elogio del final, exagera de costa a costa. Pero se agradece. Yo no reniego de este espacio (es más, lo agradezco todos los días) ni pienso que mis escritos merezcan una publicación más masiva. He tenido la oportunidad de escribir para diarios importantes (siempre gratuitamente)y la única repercusión la he registrado porque algunos blogs colgaron la nota, o porque la han comentado. La respuesta del lector de diarios es siempre una incógnita.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Realmente no sé de que hablan, yo no tengo MP3, no viajo en colectivo, escucho la música que quiero en mi auto, parafraseando a Sergio... "Sho soy Mirtha" y los problemas de la pequeña burguesía solo despiertan en mí una leve curiosidad sociológica, ja.

Hablando en serio, la verdá nosotros somos Larra comparados con varios columnistas de costumbres que pululan en diarios locales y nacionales -salvando a Toledo, por supuesto-.