domingo, 5 de abril de 2020

Llamadores




Viernes (o como se denomine este día en cuarentena): salí al patio luego de cinco horas de un trabajo tan virtual como sanguíneo: todo enviado. Como decía el poema de Amado Nervo: «¡Vida, nada me debes! / ¡Vida, estamos en paz!». De este modo, el sol acarició mi faz (de aquí en adelante, sigo citando al gran Amado), estiré un poco los brazos y, de repente, me dio una furia gimnástica: «Voy a hacer diez largos por el patio», me dije, como si fuera a arrojarme a la pileta de un club. Fui y volví con pasos enérgicos de una punta a la otra, desde la Pelopincho hasta el chulengo (estas palabras siempre me sacan una sonrisa). Pero en una de las pasadas, estrellé mi cabeza contra uno de llamadores de ángeles. El tintineo alterado me asustó más que el suave golpe, e hizo que alzara los ojos.
Entonces, me puse a mirar lo que colgaba de mi parra, más allá de un par de racimos maduros y una rama rebelde: vi un atrapasueños insomne, un llamador de caña bastante asoleado, otro que traje de Córdoba con el yin y el yang como un aviso. También vi una calabacita invertida que encontramos en la Alameda que hace sonar a unos surís de cerámica. Llamadores de ángeles: una forma humilde de traducir el idioma del viento. Vi también, y para variar el paisaje, una jaula blanca que jamás tendrá un pájaro adentro, con un malvón que estira en silencio sus extremidades fuera de los barrotes.
Para el final, mientras contenía la respiración, vi un llamador de amatista azul que compramos el mismo día que nos dieron el análisis positivo de embarazo de mi mujer. Nos ha acompañado con sus toques cantarines y sutiles en todas las mudanzas durante 19 años. Así, ha trinado como un jilguero colgado de barrales, techos y banderolas. Agudo y frágil, pero salió airoso de mil batallas, no sin un par de cicatrices. Dicen que la amatista tiene un valor emocional, energético. Para mí es un testimonio sonoro que nunca me permite olvidar en cada repique alegre: «que si extraje las mieles o la hiel de las cosas, / fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: / cuando planté rosales, coseché siempre rosas...».


HERNÁN SCHILLAGI

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