lunes, 29 de diciembre de 2014

Lengua natural




Esto no es lo que quiero escribir, sino lo que el idioma me permite. La pretensión de sonar «natural» es un juego tan válido como infantil: me lo creo hasta que el otro sentencia: «No quiero jugar más». Es decir, la primera ficción es la lengua. La vieja y querida arbitrariedad del lenguaje lleva tanto tiempo que -por su utilidad- se nos volvió hábito, sustancia manoseada de una señal. Sabemos que los signos (grafemas o fonemas, no quiero parecer académico, quiero ser evidente hasta la obviedad) del vocablo «mesa» no se corresponden en nada con el concepto de «Mueble de múltiples usos domésticos». Para esto, la poesía siempre puede aportar algo ante la carencia: «porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa…», me susurra Gelman bajo la lluvia. Sin embargo, confundidos, desayunamos encima de la palabra, planificamos el día sobre cada sílaba y, letra por letra, vamos apoyando aquello que nuestras manos ya no logran sostener. De repente, se suelta una alarma en la mitad de la mañana y no me deja pensar. El dueño no debe estar en casa y su inseguridad premeditada toma voz, cuerpo sonoro. Aunque intenta decirme algo que no encuentra su envase de vocales y consonantes, pero produce algo físico e invisible: darle nombre preciso y chillón a mi tecleo tembloroso sobre la computadora. No me sale nada, es cierto. No obstante, la combinación castellana de la «n» con la «a», junto con la «d» y nuevamente la «a»; en croata significa, nada más y nada menos, que «esperanza». Lo dicho, el nivel de caprichismo de los idiomas es exasperante. Por eso, esto no es lo que quiero naturalmente escribir, sino lo que apenas me atrevo a emitir. Aunque tenga que viajar hasta los Balcanes para que adquiera algún significado. 


HERNÁN SCHILLAGI

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