miércoles, 14 de enero de 2015

El mate como tecnología





Como todos, al principio fue la leche. Sin embargo, una pasajera alergia a los lácteos me convirtió en un infante (e infamante) tomador de té: lo hacía con bombilla y con cuatro cucharadas soperas de azúcar. Toda una premonición. A los veinte, el café. Bien negro y casi amargo, una tinta esquiva que no tardó mucho en escribir en mi estómago esta sentencia: «Prohibido pasar». Un romance oscuro y matinal se agitó entre nosotros, pero donde hubo fuego interior, las cenizas vuelan. Así, mientras pisaba firme la treintena, llegué al mate. Aunque aquí debo hacer una aclaración: al mate en solitario. Desde la adolescencia era lo que se dice un «bebedor social». Me prendía a toda ronda y disimulaba mi cara de asco ante la patada áspera de un cimarrón. Pertenecer requiere de ciertos sacrificios. Poco a poco, el bufet de la facultad -entre almíbares y hieles- me domesticó el garguero. Así y todo, ¿qué puede decirse del mate que no se haya vociferado o escrito ya? Símbolo de una argentinidad facilonga, emblema presencial de la amistad, metáfora filosófica de la reflexión íntima. Ponemos en funcionamiento el «mate» cuando las ideas flotan en nuestro cerebro como palitos mal cebados. «Un mate es como un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo párrafo…», sugería Cortázar en Rayuela. Martín Fierro se ponía rechoncho de verdes sentado junto al fogón a esperar las primeras luces del día. Como también el compadrito en la mala, al decir de Discépolo, lamentaba entre sus primeras cuitas: «Cuando no tengas ni fe, / ni yerba de ayer secándose al sol…». Desconfío de la gente que no toma mate, tanto como de los que desinfectan la bombilla como si de una jeringa se tratara. Es decir, una úlcera o las enfermedades infectocontagiosas no son excusas para no chupar de la lata y vincularse con el otro. El mate es presente perfecto y demora la muerte. Un mecanismo de conexión inalámbrica con un alcance de pocos metros, es cierto, pero que va con nosotros a la calle, a la plaza o a las reuniones. Compatible, asimismo, con diferentes organismos y dispositivos mentales. Por eso es que la idea del  «WiFi» le debe mucho al mate. ¿O acaso «guaifai» no les suena a una palabra en guaraní como «sapucai», el grito característico del chamamé? Las nuevas tecnologías se copian de nuestros rituales más atávicos. Tomá mate.




HERNÁN SCHILLAGI

1 comentario:

Marisa Perez Alonso dijo...

Ja,ja,ja. Querido poeta, un ensayo delirante, delirante( Ese remate, especialmente) ¿En qué estabas pensando al asociar estas dos ideas?
Por otro lado, yo tomo mate "sin cuidarme", es decir sin tener en cuenta si esterilicé o no la bombilla, pero mire que tengo una fobia... no puedo tomar mate después de alguien que tiene rabia o está insultando mientras toma mate. Es como si me ensuciara ese momento espontáneo y simple de compartir el tiempo y los dichos esperando que pase la ronda... Sigamos con los ensayos sobre lo autóctono. Un abrazo!!!