lunes, 16 de junio de 2014

El grito sagrado (mundialeras #1)



¿Por qué le gritamos al televisor durante un partido? Junta oscura de cables y plaquetas, el electrodoméstico más invasivo de la historia no se da por enterado. Así, los millonarios que dicen ser jugadores maltratan un sueño redondo, o le dan forma a una enrevesada ilusión. 

En los mundiales, la palabra «hincha» tiene una explosión de significados: te hincha el vecino que, mientras juega la Selección, lava el auto escuchando bachata. Como también te hincha tu familia, el sonido del teléfono y ni hablar del color de las baldosas. Las moscas saben de esto y por eso ni vuelan cerca de un partido. ¿O acaso no han intuido por qué los mundiales se juegan en invierno, meridiano más, meridiano menos? Sépanlo: más allá del género, al futbolero real le gusta estar sentado, con una manta sobre los hombros y gritar. Proferir incoherencias del tipo: «Abrí la cancha, cabronazo». Cuando el campo de juego ya fue habilitado horas antes para su reconocimiento. Pararse en medio de un ataque, apretar bien la mandíbula y maltratar las cuerdas vocales con blasfemias tan ridículas como ciertas. Ya lo decía mejor Fontanarrosa, las malas palabras «son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física…». Cualidades necesarias –también- para jugar dignamente un partido, una copa del mundo.

Vociferar, entonces, hacia adelante, con un impulso inusitado e inútil; aunque la pelota igual haga de las suyas y pase por entre las piernas del arquero, aunque el técnico se levante vanguardista y «pruebe» planteos tácticos novedosos y suicidas, aunque el astro brille menos que un foco de 40 watts, aunque –en medio del griterío- nos demos cuenta de que detrás del televisor solo hay una dura, concreta y real pared.
  
Una verdadera y honesta ficción (sea deportiva o de las otras) se construye a partir de gritos que no podemos refrenar ante el silencio más inextricable. Para que los mortales, de una buena vez, nos comiencen a oír.

HERNÁN SCHILLAGI

2 comentarios:

Marisa Perez Alonso dijo...

Ja,ja,ja. Entonces las discusiones de mis vecinos recién casados deben ser pura ficción y afición. No me gustan los gritos bajo ninguna circunstancia, pero soy una gritona de aquellas. Lindo su texto, poeta.
¡¡¡UN GRAN SALUDOS, CHE!!! - vociferado desde mi sofá en Dorrego.

Hernán Schillagi dijo...

¡Ja, ja! Gracias, amiga. Un abrazo en voz alta y con "¡olé, olé!".