martes, 28 de enero de 2014

Helada basura virtual




Hago limpieza en cajones hinchados de papeles, cartulinas y cuadernos. El verano nos vuelve irascibles ante el acopio atolondrado del año y queremos descargar en bolsas negras un pasado sin épica. Somos la cigarra que le canta canta liviana a las hormigas con sol y fabula lastimosa con el frío. El polvo disimula las hojas arrugadas, la esperanza puesta en la tinta sobre la pulpa. Todo va a parar a la basura, pero mis ojos antes hacen un escaneo emocional. Pruebas, apuntes, borradores, carteles: «Una tumba caótica / de cosas abandonadas a sí mismas / que demora en cerrarse», dice Joaquín Giannuzzi frente a los desperdicios urbanos. De pronto aparece un diskette de tres y medio pulgadas, sí, ese cuadro negro con un círculo metálico como un carozo desabrido. Nada escrito en la carátula, ninguna boca donde insertarlo para que ponga en funcionamiento su obsoleta forma de almacenar. No me liga ningún recuerdo a este ni a ningún diskette, ya olvidé sin culpa un par de pendrives llenos de virus. Nadie, en su sano juicio, alcanzaría a encariñarse con estos objetos. Si los arqueólogos han sido capaces de recuperar una cultura con un jarrón hecho trizas, qué revelarán estos dispositivos digitales dentro de mil años. La tecnología nos libera espacio y nos ahorra el peso de la nostalgia. ¿Qué nos pide a cambio, entonces? El tiempo hace su trabajo de hormiga y el invierno no está tan lejos como parece.

HERNÁN SCHILLAGI

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