domingo, 9 de diciembre de 2012

Todos los poemas van al cielo






la última espera




a veces cuando preguntaba
sobre esos puntos de luz
que aparecen sin orden con la noche y los grillos
a veces cuando mi voz temblaba oscura
bajo el cielo de noviembre
mi padre a veces sabía contarme
que los astros eran unas naves lejanas
que atravesaban los canales de la galaxia
para decirnos sin más que la espera tenía un fin
que no éramos los únicos luego del estallido primero
ese que nadie se atrevió a escuchar
miles de naves espaciales aproximándose
con esa lentitud que tiene el viento
para darle forma a las rocas

pero a veces cuando las preguntas
comenzaban a caer de mi boca de niño
como esas estrellas que portan un fugaz deseo
mi padre elegía cerrarse en el silencio
hasta hacerlo crecer entre las nubes
entonces el planeta suma de océanos y de tierra
se perdía para siempre en el barro de su soledad


HERNÁN SCHILLAGI

del libro Ciencia ficción (inédito)

3 comentarios:

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Amo este poema. Quizás solo deje este garabato de comentario para testimoniar que paso y lo leo una y otra vez.
Esas naves espaciales que "se aproximan" aunque tarden millones de años, es una imagen que me sobrecoge. Gracias por esta Ciencia ficción que no merece más ser inédita.

Hernán Schillagi dijo...

Paula: muchas, muchas gracias por tan sentido y estelar comentario. ¿Por qué las imágenes se empeñarán en perseguirnos? ¿La poesía logra que las espantemos para que luego persigan a otros?

Un abrazo de barro.

sergio dijo...


El silencio de los padres. Las preguntas de los niños. La ignorancia de los niños respecto de los problemas de los padres. La necesidad de los niños de que sus padres sean supermanes. La necesidad de los padres de que sus hijos los vean como supermanes (aun cuando saben que la criptonita aparece por todos lados). En fin, los padres y los hijos: un problema psicoanalíticamente irresoluble y poéticamente inagotable. Por suerte. O no. Este poema es muy bello. Solo le encuentro un asteroide inoportuno: el uso de “saber” por “soler” (que en este caso, me parece, sería no solo más correcto sino más sugerente: Mi padre sol-ía).