domingo, 13 de septiembre de 2020

Sakura

 


Vereda rota. Esquina abandonada con el techo caído y las paredes sucias. Un semáforo alterna sus tres flores eléctricas a un costado. De pronto, como si fuera una placa chillona de Crónica TV, saco el teléfono y escribo: «Estalló la primavera». Entonces, registro la foto del cerezo a las apuradas para así capturar: el final de un invierno desnudo y el comienzo de otra cosa, desconocida y prometedora.
En Japón, la sakura (el florecimiento de los cerezos, los ciruelos, los durazneros o los almendros) simboliza la belleza y la fugacidad de la vida. Por eso, los samuráis veían a los pétalos como gotas de sangre. Sigo leyendo en Wikipedia y veo que, también, bajo esta sombra luminosa, los japoneses se reúnen con familiares y amigos para reflexionar sobre el paso del tiempo, la muerte y celebrar el valor de estar vivos.
Pero aquí estamos en otra parte del mundo, hermosa, contradictoria, con otras costumbres. Así, una lluvia blanca y rosa cae en una esquina abandonada, sobre una vereda destruida por la erosión de tantos pasos que se arrastran, aunque no hay escándalo ni tradiciones. Solo salimos para barrer. Por eso doy estos graznidos incomprensibles en forma de palabras, hasta que el poeta Matsuo Bashō me tira una pista con solo tres versos: «Lluvia de flores / un cuervo busca en vano / su nido».
 
HERNÁN SCHILLAGI

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