domingo, 7 de octubre de 2018

El miedo se parece a una paloma sobre tu reja



Justo terminaba de quitarme los auriculares y apoyarlos sobre la mesa, cuando un grito desgarrador vino desde la calle para entrar con todo su filo a mis orejas todavía adormiladas. Como buen descendiente de italianos, siempre pienso en una desgracia antes que otra cosa. Nunca falla. Un portazo que se cerró sin aviso por el viento, para mí es un disparo lleno de pólvora y odio. Pensar lo peor hace que todo, luego del sobresalto, sea un hermoso malentendido. La sangre siciliana y argentina que corre mezclada por mis venas hace que viva con el Jesús en la boca. Sin embargo, este aullido fatal en la mitad de la mañana, salió de una herida abierta y se cortajeaba en los oídos como si un puñal estuviera revolviéndose con saña. Corrí espantado hacia la ventana, vi pasar tres cabezas adolescentes que se reían, aunque un manchón a contraluz me distrajo la visual. Una paloma posada en la reja no dejaba de mirar para adentro de mi casa. Con una fragilidad extrema, el animal se sostenía sobre sus dos patitas. Me acordé, por supuesto, del personaje de «La paloma», de Patrik Süskind donde, la sola presencia de ese bicho alado en su habitación, tomaba proporciones de una pesadilla pavorosa. Le saqué medio tembloroso un par de fotos y abrí la puerta. El mecánico de enfrente también se había asomado y, entre los dos, convenimos que el escándalo había sido un juego de los chicos que pasaban. Le mandé, entonces, la foto a un grupo amigo y uno me preguntó si aún no había visto la serie «Zoo». Cuando le contesté que no, comencé a ver en el borde superior de la pantalla de mi teléfono un trabajoso «Escribiendo, escribiendo…». El mensaje, con todas sus alertas, por fin llegó: «Los animales dijeron 'ya basta'». Casi al mismo tiempo entró la foto de otra amiga, donde un aguilucho acechaba la tranquilidad de su hogar. Un grito feroz, una paloma inquisidora, mensajes cruzados y la mañana que aporta luz a los miedos oscuros que anidan en mi pecho. Los sustos que me hubiera ahorrado si el nono Francesco no hubiese venido desde Palermo, desde ese pequeño pueblo enclavado en la montaña que, justamente, se llamaba Rucca Palumba.


HERNÁN SCHILLAGI

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