Parece
una obviedad decirlo, pero el remate de un poema es fundamental. No solo porque
es la confirmación de que el texto se dirigía hacia un lugar y no la desabrida suma
de versos (imágenes, metáforas, comparaciones); sino que también, al leerlo en
público golpea al oyente, y esa descarga eléctrica es la verdadera punta de
lanza para atravesar el esquivo y distraído corazón (u oído, bah) del que
escucha. El problema es que algunos lo olvidan. «¿Pero qué pasa en el punto en que el poema acaba?», se
pregunta Giorgio Agamben en «El final del poema», para más adelante decir: «El
poema así revela el objetivo de su altiva estrategia: dejar que el lenguaje
finalmente se comunique a sí mismo, sin que quede inexpresado en lo que es
dicho…». Pienso en el haiku, esa forma japonesa de tres versos, nada más. Es el
remate hecho poema: «De no estar tú / demasiado enorme / sería el bosque»; el poeta Issa, en un único gesto, empieza y concluye uno de sus más conocidos haikus. ¿Habrá
que garabatearlos un tiempo con la secreta misión de aprender a rematar una
larga tirada? Así y todo, cualquier poema de mayor extensión -un soneto, por
caso- se dirige siempre al verso final del último terceto, aunque sabemos que
es el silencio contra el que se va a despedazar estrepitosamente. ¿Esa línea postrera
tenemos que escribirla o leerla, entonces, del mismo modo? El poeta Hugo Padeletti
nos avisa en una entrevista: «Yo tengo una tendencia hacia las formas cerradas. Tengo
cierta dificultad para valorar debidamente a poetas que se inclinan por tender
un hilo que nunca termina, que nunca se cierra…». Descarga eléctrica sugería al
principio sobre los finales: «el momento Slash», le suelo llamar también;
porque es como cuando el violero de los Guns N’ Roses, en el video de «November rain», sale de una capilla con su melena irredenta, atrás ha dejado una celebración
que quizá no lo incluía del todo (sabemos que la poesía nunca va a estar
invitada a los grandes festejos) y literalmente asesina la vastedad de un
desierto con el mejor solo de guitarra jamás escuchado en la historia. Finalmente
de eso se trata: nadie de la fiesta lo ha oído, pero a todos les será imposible
olvidarlo. Ya remataba Bernárdez como los dioses: «Porque después de todo he comprendido
/ por lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado».
HERNÁN SCHILLAGI
Menciones
-Agamben, Giorgio. «El final del poema. Estudios de poética y literatura», Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2016.
-Issa. «Jaikus, poemas breves japoneses», Mondadori, Madrid, 1998.
-Padeletti, Hugo, en revista Ñ de Clarín, http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Hugo_Padeletti-osadia-poeta_0_1303669642.html
-Bernárdez, Francisco Luis. «Si para recobrar los recobrado...», en «Cielo de tierra», 1937.
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