martes, 26 de agosto de 2014

Las barbas del diablo



«Que promueve o favorece la acción química de la luz», esa es la definición más certera de «fotogénico». Porque sí, señores, el secreto mejor guardado de todo escritor en ciernes es salir favorecido en las fotos como lo hacía Cortázar. Con el pucho en la boca, barbudo hasta la licantropía, cruzando una calle porteña o columpiándose bajo el cielo mendocino; el gran Julio tiraba facha a cuatro motores. Como si fuera un demonio anfibio recién escapado de Hollywood hacia las aguas de la literatura. Una vez restregados los ojos por el fogonazo hipnótico, los lectores no podemos creer que la maravilla fotográfica se continúe en movimiento sobre el lomo de las hormiguitas de las letras: cuentos geniales, novelas de laboratorio, prosas juguetonas y poemas sin grandilocuencia. El «veneno» es tan grande que ni la máquina del tío Carlos y su humo asesino pueden contrarrestar. Entonces, la sentencia está escrita: leer a Cortázar es hacerse amigo a los saltos del diablo, ya que los pecados de la envidia, la ira y la lujuria se activan en cada una de sus páginas, de sus fotos. Lo extraño es que una vez sorteados estos obstáculos condenatorios, como en la rayuela, solo nos espera el cielo más diáfano e inquietante.



HERNÁN SCHILLAGI

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