lunes, 13 de septiembre de 2010

La nave de cartón



La caja del viejo televisor de mi abuela, con las tapas abiertas como alas, hacía las veces de nave espacial intergaláctica. O bien podía ser una cápsula que se cerraba al vacío para los viajes sin rumbo por las estrellas. Siempre las comunicaciones con la base terrestre fallaban. A veces, el roce de la cola de un cometa me hacía dar vueltas por toda la cochera hasta dar contra el portón.

Juan verifica que todos los controles estén calibrados para el descenso. La nave que comanda despide hacia abajo unos chorros de humo gris que la hacen flotar con suavidad hasta tocar la corteza. Éste, sin dudas, es el planeta que siempre ha querido visitar.

Mi abuela me observaba. No quería que saliera lastimado de mis excursiones. Ella era un satélite atento con esa voz que se parecía a una luz intermitente en la noche. Enviaba mensajes cortos pero definitivos.

Juan pisa sin sentir el suelo. La atmósfera es un cartón que no le permite respirar bien. Su abuela le había dicho que el día que saliera de la Tierra la empezara a buscar como se busca un recuerdo. Juan nota que el volumen de oxígeno en el aire es escaso.

Estaba solo hacía mucho rato. Años luz para el niño asustado que yo era. Seguía adentro y nadie me llamaba. La cápsula había mutado de pronto en una marchita caja de un toshiba. Intenté hallar con los radares mal dibujados la voz de mi abuela en los límites de la cochera y el comedor. Nada.

Un poco antes de perder el conocimiento, Juan sintió en ese extraño pero deseado planeta, una voz que le decía «Vamos. Es hora de tomar la leche».

9 comentarios:

Marisa Perez Alonso dijo...

¡Qué linda esa sensación de micromundo que te daba una caja! Yo pasé muchas horas de mi vida adentro de cajas. Algunas me permitían viajes y otras me recordaban los límites y la fragilidad de la ninez. Además es muy sugerente el desdoblamiento en el afuera y el adentro de los narradores. Felicitaciones amigo por el allazgo.

sergio dijo...

Muy interesante el trabajo sobre los narradores. Dos historias que podrian ser la misma. Y eso con una sencilla (ja) variación de persona gramatical y el más sencillo (jaja) cambio de tipografía. En fin, amigo veo que cada dia se me supera en esto de la ccia ficción cotidiana.

Proyecto Maria Castaña dijo...

De nuevo aquí aparece la vida cotidiana y sus elementos simples para trasladarnos al terreno de la ciencia ficción: una cuchara, una caja... ¿en qué otro objeto ya estará pensando, poeta?
Alguien que fue precursor en este terreno fue nuestro Quino, ¿se acuerda de esos niños que intentaban volar al espacio a partir de la propulsión a soda?
A parte de todo lo dicho, el texto tiene ese aire nostálgico y tierno que solo el recuerdo de la niñez puede despertar.
Me gustó mucho y sentí, como experimento con los buenos escritos, una empatía muy fuerte: esa abuela, era, al leer, alguna de mis abuelas... y al escribir esto se me estruja la garganta y tengo que dejarlo antes que una lágrima certera caiga en el teclado.
Un beso y gracias por su arte.

Hernán Schillagi dijo...

Marisa: gracias por tus palabras de aliento. ¿Hasta dónde llegan los límites de la imaginación de un niño? Creo hasta que, cuando adulto, concreta sus sueños en realidad.

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: sí, el planteo es la estructura alternada de dos historias muy lejanas en lo aparente: un niño en una caja y un astronauta en un planeta perdido. Obviamente si no hay un cruce, no hay una historia.

También me gustó pensar que las promesas y los deseos pueden cumplirse más allá del espacio/tiempo. No sé si hay superación, pero me alegra mucho que este relato -que hacía dos años que lo tenía guardado y no me animaba a publicarlo- haya sido de tu interés.

Hernán Schillagi dijo...

Paula: qué hermoso comentario el tuyo (y también los anteriores), pero me anima que te haya conmovido. Si bien hay un intento de claridad en el cambio de narradores y los espacios, el relato es más bien cándido con el niño y frío con el astronauta.

Cómo me gusta Quino completamente, mafaldamente y todo lo que se te ocurra. Quino te enseña a pensar, si no preguntale a los docentes que lo usan como motivación para muchas clases.

Un abrazo enorme.

Proyecto Maria Castaña dijo...

Hernán

No lo he patentado, pero creo que soy la inventora de la motivación utilizando Mafalda. Incluso un material mío lo usan en Ciencias de la Educación porque cuando lo presenté mientras cursaba Sujeto del Aprendizaje en Filosofía y Letras la profe me lo pidió para utilizarlo. Era sobre las etapas de la niñez hasta los 5 años y había tomado a Guille como ejemplo. Todavía tengo las filminas... ¡cómo me tomaba a pecho el estudio!, ¿qué me ha pasado que ahora estoy tan vaga?, ¿serán los 36?, ja.

Hernán Schillagi dijo...

Lamento decepcionarte, pero recuerdo que por el '88 mi maestra de 6° grado ya nos motivaba con Mafalda y aún recuerdo la viñeta que la profesora de Filosofía de 5° año (1994) nos llevó de "Déjenme inventar (o crear)" de la saga de Quino.

Lo más importante aquí es la vigencia del mendocino y cómo con tres cuadritos es capaz de hacerte hablar una clases entera.

pd: en breve se viene un ensayo sobre Quino y estas cuestiones con la escuela.

Marisa Perez Alonso dijo...

¡Qué bueno que al igual que los niños, una pueda volver sobre esas cosas, esas lecturas que le gustan! Volví a leer este texto y creo que se me pegó al corazón. Creo que los límites de la imaginación de un niño son difíciles de medir porque no terminan cuando llega a adulto, sino que siguen creciendo en el adulto, pueda este o no concretarlos. Porque, después de todo lo importante es soñar que es posible.