viernes, 18 de diciembre de 2009

Cuando aliviarse hace literatura


¿Cuántas veces en el medio de una conversación tan apasionante como sesuda con amigos hemos interrumpido nuestras argumentaciones para ir al baño? “Disculpen, me voy a echar una meadita y la seguimos”. Frase falaz si las hay, pero que de ningún modo nos desautoriza ante la tribuna enfervorizada con el último partido de la Selección o el uso del narrador heterodiegético en una novela actual. Uno se aproxima al trono de loza, levanta la tapa y al “desaguarse” las ideas comienzan a tomar formas nuevas, sin crispaciones ni urgencias. Al salir del baño, la vejiga aliviada – que había estado comprimida por los demás órganos más de lo acostumbrado- es un motor en marcha para refutar cualquier diatriba reaccionaria contra el gobierno o algún escritor en ciernes.

El reflejo miccional –me ilustra Wikipedia- es un proceso medular automático, y si no se consigue, al menos provoca el deseo conciente de orinar. Es por eso que la tensión creciente propia de la estructura narrativa –el nudo le llamarían los profesores de la secundaria- antes del desenlace, provocaría en los nerviosos personajes de una novela o un cuento, una sensación muy semejante a las ganas de ir a hacer lo “primero”. Unas ramplonas ganas de mear, bah. No estoy desvariando, si hasta hay una propuesta de un tal Miguel U. de incluir el vómito en la literatura: “El vómito como final siempre funciona bien. Literariamente digo.” Siguiendo su línea de fundamentos, elevo la apuesta a una necesidad fisiológica mucho más frecuente que la expulsión violenta y espasmódica del contenido del estómago: propongo que las ganas de orinar son un lógico final para las tremendas ansiedades que experimentan personajes como Juan Preciado o Artemio Cruz en las ficciones.

Cualquier valiente que atravesó hasta el final ese ladrillazo denominado “Sobre héroes y tumbas” me dará la razón cuando hacia las últimas páginas, Martín Castillo y el camionero Bucich protagonizan uno de los finales novelescos más plásticos y prosaicos de la literatura argentina; escribe Sabato: “El cielo era transparente y duro como un diamante negro. A la luz de las estrellas, la llanura se extendía hacia la inmensidad desconocida. El olor ácido y acre de la orina se mezclaba con los olores del campo…” Para conluir así: “Y entonces Martín, contemplando la silueta gigantesca del camionero contra a aquel cielo estrellado; mientras orinaban juntos, sintió que una paz purísima entraba por primera vez en su alma atormentada…”. Hemos acompañado al castigado protagonista durante 550 páginas en un tórrido y suicida romance con una chica que por poco lo lleva a la destrucción, para darnos cuenta que una simple meadita en la llanura pampeana le devuelve la esperanza y la paz. ¡Qué final más cercano a la realidad, señores!

Si volteamos la mirada a otras obras, hasta encontraremos respuestas a dudas existenciales de algunos personajes. El casi jubilado Martín Santomé de “La tregua” anota en la última entrada a su diario íntimo –muerta ya la mujer de su vida-: “Me siento simplemente desgraciado. Se acabó la oficina. Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es el ocio. ¿Qué haré con él? Mejor me echo una meada.” Mario Benedetti tenía la respuesta más sensata a mano y no la supo ver. En fin.

Por otro lado, nadie me puede negar que hubiese sonado más verosímil si el elegante unitario de “El matadero”, en lugar de reventar de rabia por los ultrajes de la chusma rosista, sólo se hubiera desaguado sobre sus calzones por los nervios que el caso imponía. En el exilio, Echeverría no había dejado de ser un romántico. Faltaban, hay que reconocerle, unas cuantas décadas para que Duchamp y su mingitorio “revolucionaran” el arte. También qué tranquilas al terminar “El juguete rabioso” se hubieran quedado las “buenas conciencias” de la sociedad si, en vez de solazarse con su traición al Rengo, Silvio Astier hubiera hecho un verdadero “mea” culpa de su deleznable acto. Y no hubiese sido, por último, más evidente la cobardía de Alberto Aldecua si, al ver caer los álamos talados de su adolescencia, no se hubiera empapado las piernas con su propia e infame orina.

Finalmente, aquí no se quiere hacer un revuelo escatológico en el borde de las paredes de la literatura del nuevo siglo, sino salpicar apenas con un aporte realista, aunque quizá semió-tico, para la resolución de las tensiones creadas de futuras obras narrativas. Ya lo dijo Borges en uno de sus sonetos más famosos: “No nos une el amor sino el espanto/será por eso que la meo tanto”.

16 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

Qué bello
es mear de noche
después de una larga jornada
hacia los cuatro puntos cardinales:

mear a la intemperie
bajo las estrellas
con las piedras por testigo.

Rodolfo Braceli, en Pautas eneras.

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: si bien el post apunta a la tensión de la narrativa y el "aliviado" desenlace, tu aporte de la poesía es más que ilustrativo. Yo le sumo este poema:

Estamos meando a campo abierto entre los autos
mientras la luna de Avellaneda sigue nuestras risas
locas y felices por la travesura a la sombra
de los trailers repletos de artistas que se visten
se peinan se maquillan para empezar la filmación
junto a mis hijos y a mí que no dejamos de oír
nuestros chorros haciendo pocitos en el barro

Yaki Setton, en "La apariencia de lo espléndido".

Escribir, coleccionar, vivir dijo...
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Escribir, coleccionar, vivir dijo...
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Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Mirá vos, de Sobre héroes y tumbas, no me acuerdo para nada de esa escena final pero sí de la tropa desmembrada de Lavalle cuando se pierde rumbo a la frontera de Bolivia cuando ya han matado a su jefe. Más que hombres eran fantasmas perdidos sin futuro, y Sábato dice algo así de que parecían polvo sobre polvo (también está en las últimas páginas). La memoria es selectiva y tiene que haber influido que yo estuviera estudiando Historia Argentina para rendir en la facu. Por supuesto, enseguida me identifiqué con el amor de Martín, tan propensa como soy a los amores imposibles.

Comentando sobre lo que aquí compete, en dos textos malos que he escrito y están en María Castaña (Sobre camisas almidonadas y El amigo de Julio) los personajes tienen estas descargas físicas como correlato de descargas emocionales. Ilse, la profe de filosofía del primer relato, antes de tomarse el palo de su vida de mierrrrda, vomita a la orilla de la ruta. Julio, después de que sale de esa mesa de filosofía donde lo han matado, orina en un pasillo de FFyL mientras ve por la ventana a una pareja besándose apasionadamente en el descanso de una escalera del patio de atrás de la facu. El perro, que es el narrador de la historia, se hace cargo de la meada de su amigo humano. El cuento es anécdotico y mal construido, pero creo que el final está muy bien. Si se bancan leerlo -no lo leyó nadie, por largo, obvio- está en mi casita en la etiqueta relatos.

Hernán Schillagi dijo...

Paula: vos sabés que, si bien la historia del "fusilador" de Lavalle, me atrapó y quedó flotando en mi memoria junto con el infierno de Fernando Vidal en "El informe sobre ciegos"; esa imagen final (y miccional) de "Sobre héroes..." fue un sello que desde mis 18 años me marcó muchísimo. Fantaseé -irresponsablemente- con hacer vida de camionero -transportista diría el hermano de Sergio- durante mi preadolescencia. Viajar por las rutas argentinas era una forma de la libertad para mí. Mi valentía y pericia para manejar vehículos de carga pesada sólo ancanzaron para tomar un libro como un volante y acelerar con toda la carga de mi vida a mis espaldas.

Sí! Recuerdo esos textos tuyos. "Sobre camisas..." estaba muy bien y al otro no le podemos negar su "fluidez" en el desenlace, ja. Ambos, sin quererlo, vienen a confirmar esta tesis descabellada.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Por ahí la docencia, algún día, te hace el sueño del camionero también. Últimamente le he dicho a más de una amiga o colega que me siento una minicamionera-docente recorriendo mis 600 km semanales con mi "carga" de saber por las autopistas y rutas mendocinas. Además de experiencias místicas en la vuelta de Las Catitas, lo único que encuentro en el camino son camiones. Obvio, siempre los paso y más de uno me toca bocina (no por algún pedo que cometo, situación que has vivido conmigo en carne propia, ja) sino por camaradería. Paro en las estaciones de bandera libre como ellos (la nafta es más barata) y un día de calor insoportable de noviembre casi sucumbo a la tentación de ducharme por dos pesos.
Ah, por supuesto, al igual que los camioneros tengo mi brazo izquierdo quemado por el sol.
Como a vos, a mí me encanta viajar, a pesar de que soy una conductora bastante horrible. Uno siempre encuentra algo distinto por más que repita el camino una y otra vez. El otro día, camino a La Legua (Medrano)encontré un campo gigantesco de girasoles abiertos frente a mí, casi me sonreían las florcitas... ¡y no llevaba mi cámara! Esta semana voy a tratar de pasar para sacarme una foto.

Antes de irme por las ramas: yo creo que tu tesis no es descabellada, orinar es siempre un acto de liberación. Es por eso, creo, que un relato que usa esta acción de manera alegórica es para crear un momento de distensión luego de un conflicto. También puede marcar el descenso de un clímax narrativo.

Ya que estamos hablando de tesis, yo propongo otra: orinar larga y fluidamente es siempre un acto de felicidad. Y lo dejamos ahí antes de que este cierre interesante se vaya por el caño.

Periquito Lasabrosura, poeta brujo. dijo...
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Periquito Lasabrosura, poeta brujo. dijo...

FE DE ERRATAS: Señor Hernan, excelente mixtura entre lo escatologico , lo literario y lo humoristico (literatura, pura, tanto como un hilito amarillento y salado post juerga cervezal).
De buenas maneras me trasladó usted al pasado, a la adolescencia cuando me fasciné de sobremanera con la trilogía "EL Túnel, Sobre héroes y ... Y Abadón....". Recuerdo que me pareció tan onírico, tan esplendido e irrepetible el Informe sobre Ciegos y su continuación en Abadon que emprendí la solitaria tarea de comunicar la grandeza de Sábato, autor al que creía injustamente relegado "al sub-campeonato de las letras nacionales" frente a todos mis amigos y a los mayores que leian literatura, fracasé, la sombra de Borges (ahora entiendo que con mucha justicia) todo lo eclipsa.
Excelente reseña

Hernán Schillagi dijo...

Barbado: cuánta tinta (y orina) podrían darnos las obras donde sus personajes son bebedores empedernidos. Es cierto que la cerveza acelera el mentado "reflejo miccional". De ahí el malicioso acertijo "¿Qué diferencia hay entre la cerveza y la orina: 10 minutos!".

Y sí, el viejo Ernesto le alcanzó con sólo tres novelas estar en el Parnaso literario argentino, pero con sus detractores del caso (los últimos ensayos que publicó que fueron bestseller -"Antes del fin" y "La resistencia"- quedarán en el olvido). Todos entendemos que de la la justeza y precisión de "El túnel" pasó al desborde extremo en sus dos novelones siguientes.

Tuve la suerte(?) este verano de releer por obligación "Sobre héroes". Y realmente tiene cosas maravillosas, como pasajes insufribles y hasta ridículamente adolescentes. Sin embargo, hace de la grandilocuencia un estilo, de lo perverso un destino; y eso me flasheó en mi adolescencia y me sigue admirando en mi joven treintena.

Gracias por tu comentario que también me hizo pensar bastante.

sergio dijo...

Yo de ganas de mear ajenas recuerdo las de vincent gallo en bufalo 66. Son varios minutos de metraje en los que el tipo no da más y uno, el espectador, además de cagarse de risa (la situación es muy cómica), siente la incomodidad de esas ganas.

Sabe, yo en algún momento pensé que el final de El matadero era un poco exagerado. Digamos que si el unitario hubiera sido un sr mayor, bueno, tal vez podría morir de un ataque. Pero en el caso del que hablamos se trata de un tipo joven. A lo sumo podría, como dice ud, haberse echado una meada y todos tan contentos. Pero no. Echeverría quería un efecto dramático. Eso y dejar a los federales como unos degenerados (después de todo si el uni no hubiera devenido fiambre, se lo cogían)

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: interesante el ejemplo que trae del cine. Me imagino que más que "cagarse", uno se "mea" de la risa por esa situación tragicómica.

En el caso de "El Meadero", perdón "El Matadero", el "empalamiento" que le esperaba al unitario era como para reventar. Aunque como era tan pituco, por ahí no hubiese sido para tanto.

El "pichí" es todo un tema a la hora de repensar obras narrativas. Imaginate que Fabio Cáceres -que se estaba desangrando por la partida de su padrino-, viera que Don Segundo se detiene y duda de su partida. Entonces Fabio corre esperanzado a su encuentro y descubre que D. Segundo paró y se bajó del caballo para echarse una buena meada. El final hubiese sido muy diferente, es cierto ;-)

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Chicos:

Sobre el Matadero, hubiera estado un poco complicado eso de mearse atado a una mesa en cruz, desnudo y boca abajo. Acerca del empalamiento, no era una simple violación: usaban palos y ramas de árboles. Mi hermana me mostró litografías que casi me dan un ataque cardíaco a mí como el del unitario.
Igual, sobre esta última escena hay controversia, el texto es claro y si uno se atiene a él, el unitario se muere desnudo antes de soportar la tortura. Incluso el juez dice: "Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él". A pesar de esto, hay muchos críticos que afirman que muere reventado a causa de la tortura. Bue, como es navidad, podemos dejar esta charla para marzo, ¿no?

Un beso a los dos.

Hernán Schillagi dijo...

Paula: por eso es que tanto Sergio como yoproponemos que un poco antes de quitarle los calzones, el unitario se orine encima. Pero, quizá, el texto no hubiera quedado en la historia como quedó, pero...

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

David Viñas, allá por 1960 en Contorno, no hubiera dicho: "la literatura argentina comienza como una violación" (frase provocativa como pocas frente a una crítica que él considerada inmovilizada y complaciente). Me lo imagino al severo escritor afirmando: "la literatura argentina nace meada" y, aunque provocativa también, la frase habría tenido otros sentidos.

Pero como la literatura es tan generosa y nosotros "tan" imaginativos, para todos estos casos podemos apelar a la intertextualidad. Yo en un cuento cambio La Odisea, ¿no me voy a animar a cambiar El matadero? ¡Por favor!

Joyce R. R. G. dijo...

wuao,muy buen articulo .. humildemente pido que que le eche una ojeada a mi blog. http://ocialismoxxi.blogspot.com/