domingo, 1 de noviembre de 2009

Cómo escribir un poema



Todo aquel lector que fantasea con el momento en que un poeta se sienta a escribir –atraído y atrapado por las musas inquietantes-, seguramente piensa que hay un clima propicio para la “inspiración”, un encadenamiento mágico de sucesos que favorecen la salida de los versos en un acto de éxtasis único y sibilante. Sin embargo cuando Alejandra Pizarnik escribió que “en oposición al sentimiento del exilio, al de una espera perpetua, está el poema -tierra prometida-"; tal vez quiso decirnos que, para llegar a la ejecución de un texto más o menos potable, antes hay que atravesar por las piedras y espinas de la vida cotidiana.

Cuando recién nació mi hija estaba sin trabajo (Argentina 2001, ¿les suena?). Entonces, mi mujer se iba a dar clases y yo comenzaba con la limpieza del dos ambientes. Las magras ollas entraban en franca ebullición y, como si fuera poco, la niña cada cinco minutos lloraba por mi atención. Pero nada impedía que encendiera mi 486, hiciera click en el Word e intentara picotear el teclado como un gallo que escarba en el patio por el sustento diario. Con un ojo miraba la hornalla de la cocina, con el otro seguía el derrotero del poema y con una pierna hacia un costado mecía el cochecito con la punta del pie para que la bebé durmiera al calor de la pantalla del monitor.

¿La intimidad de la noche? ¿La mesa de un bar oscuro de humo y alcohol? ¿La verdura de un campo florido? ¿El rumor de las aguas al caer? Mucha literatura ha corrido por las cunetas para que la idealización instale en las personas el llamado irónicamente locus amoenus de la creatividad. Ante las distracciones de la vida posmo, los escritores han ido formando en su interior anticuerpos como las sordinas de un piano. Pero justamente, el lugar de mi casa donde hoy escribo (lo que llamamos “el escritorito de la computadora”), poco a poco está entrando en emergencia sanitaria. Paso a más detalles:

Las dimensiones son de 3x2 y da a un patio no mucho más grande. A este “cubículo creativo” lo rodea, sin exagerar, el atolón bullanguero más potenciado del universo. Al este hay una playa de estacionamiento donde entran y salen autos y el portón da sus férreos gritos al cerrarse, pegado viven unos pibes con la madre, y ensayan allí con su banda de heavy metal ¿Necesito decir más? Hacia el norte, tengo a mi vecino artístico. Me corrijo, herrero artístico. Así que sus chirridos de sierra madrugadores, sus golpes -tan certeros como siesteros- crean una armonía punzante en mi cabeza que la van ovalando hasta que, de tan castigada, abandona todo intento de escribir. En el punto cardinal opuesto se encuentra lo peor: el fatídico sur. La insomne parada de micro, la salida del colegio, las flechas silvadoras del lavadero, el pelotero perverso donde ningún cumpleaños será feliz (al menos para mí). Finalmente, hacia donde se pone el sol, unos departamentos en construcción destruyen lo poco de paciencia que me queda. Todo esto sampleado por la molienda de la fábrica de conservas más grande de la zona, apenitas cruzando la calle.

Entonces, ante tanta conspiración auditiva, el destierro se impone como opción. La tierra prometida de la que hablaba la poeta, por el contrario ¿será el silencio? Porque de otro modo: ¿Cómo escribir un poema?

10 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

Te paso el dato: Río Grande, Trapiche, San Luis (Argentina).

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Mina Clavero, del puente Olmos para arriba, lugar y horas precisas: Balneario Residencia entre las 10 y las 12 o entre las 19 y las 21, cuando se pone el sol. Te juro que cuando quedan unos cuatro gatos locos, ves los sauces, el azul de la sierra y suena el río te sentís Garcilaso a la orilla del Tajo o Machado junto al Duero. Pero si querés la paz total, Nono a 7 km. de Mina Clavero te ofrece las playas blancas del Río Los Sauces. Como dice Toledo, todo en Argentina y cerca.

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: te juro que mientras escribía este breve ensayo, pensaba mucho en tu "caso": el de acumular todo el año laboral para escribir, paz mediante, en las merecidas vacaciones. Hemos hecho cuentas, y yo escribo -en el mundanal ruïdo- un poema por mes; y vos en tu Río Grande hacés una tirada parecida. Los resultados se los dejamos a los lectores.

Eso sí, creo que el ambiente influye -y mucho-. A mí los poemas me salen urbanos, cargados de sonidos para taponar los de afuera, con el aliento entrecortado y jadeante. Ya no podría escribir de otro modo. Mis poemas son la letra de una banda de sonido citadina que desconozco. Pero vos sabés que, cuando puedo, me hago una escapada en febrero y disfruto de esa tranquilidad que se corta con un cuchillo y se saborea a mares.

Hernán Schillagi dijo...

Paula: ¡qué buen plan! Sin embargo, pienso, que una vez cerca del río y de las sierras, lo último que haría es escribir.

Además escribo casi todo en la pc y ya es parte de mi "estilo" (bah, de mi modo de escritura). Tengo una letra horrenda que ni yo me entiendo (algún día escribiré sobre esto). Así y todo, está la opción de la notebook, pero aún no me da el presupuesto (y cuando la tenga, ni loco la llevo a la arena y el agua!).

Dentro de mi caos, he encontrado un oasis: los domingos a la siesta. Los micros casi no pasan. El pelotero aún no abre y los metaleros duermen a pata ancha. Así que me pongo con el mate, el ventilador (o la estufa eléctrica, depende) y dale que dale al teclado hasta que las chapas del lenguaje toman la forma que yo quiero, como hace el herrero, mi vecino.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

¿Urbano?, ¿citadino? Perdón, poeta, ¿nos referimos al poblado de San Martín? Comprendo que está en un punto donde talleres, construcciones, una gran fábrica, un pelotero, la esquina de una calle de mucha circulación conspiran con su paz... pero de ahí a usar semejantes adjetivos, ¡qué no vive en el edificio Gómez, querido! Ja.
Acá en el km 0 de Palmira, planta alta, con la ventana abierta por el lorca, puedo escuchar gritos de la escuela de enfrente, bocinazos, camiones, micros, ambulancias, frenazos de motos, puteadas de ciclistas imprudentes, las campanas de la iglesia que desde que vinieron unos curas mexicanos suenan 9 veces al día (¡3 misas, puede creer!)... ¡esto es mundanal ruïdo!

Volviendo a los lugares propuestos, es una pena que no escriba a mano. La naturaleza da tantos marcos posibles. Acá en Mendoza tengo el ranchito de Charles Ingalls que construyó mi papá en el Carrizal, también es un hermoso refugio y con la piletita que compramos el año pasado, ¡ni le cuento!

Hernán Schillagi dijo...

Jaja! Me "río de janeiro". Pero no vamos a entrar en discusiones localistas, ya que los "pesos" de sendas ciudades son muy diferentes.

Me gustaría saber, también, que "manías" tienen ustedes a la hora de escribir. ¿El silencio es primordial? ¿Se puede lograr concentración con música? ¿De qué tipo?

Hernán Schillagi dijo...

quise decir (y preguntar) "qué manías..."

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Ya voy a escribir un blog apologético de esta ciudad donde crecí y donde se esparcirán mis cenizas. Será para el día de su aniversario.

¿Manías? ¿Soporte? A mano y en cuadernos naranjas GLORIA. Pienso que la simple palabra tan cerca de mis humildes escritos hará un efecto mágico y tal vez yo obtenga algo de esa "gloria" donde los textos nacieron. Lapicera bic azul trazo fino. Tachar a morir por lo menos una semana. Después a la compu. ¿Lugar? Puede ser en un ambiente interior, pero lo mejor ha salido de mañana en el jardín o en el lote del Carrizal. ¿Música? Sonatas de Bach si estoy adentro. Cuando escribía sobre María Castaña Sandro todo el tiempo. (María tiene unas ganas locas de volver y los videos de you tube que me he bajado del gitano no sabés cómo inspiran: camisa azul eléctrico y pantalón blanco, AVE DE PASO; esmoquin impecable, YO TE AMO; camisa negra rasada, tres botones desprendidos, luces titilantes de fondo, PENUMBRAS... Ay, perdón, esta escriba se va ya a ver estas imágenes tan bellas).

sergio dijo...

Cada quien (lo sabemos entre otras cosas por La infancia del procedimiento) escribe cómo y dónde puede. En cuanto a mi experiencia debo decir que sólo escribo cuando me siento muy incómodo (mi musa se parece bastante a una piedra en el zapato por no decir a un dolor de bolas), y esa incomodidad, como otras, puede llegar en cualquier lugar y momento. La última fue en la terminal de ómnibus. Respecto de las correcciones, esas las hago de noche, tarde. Y entonces sí me siento un maldito (¿boludo?)

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: celebro su vuelta al mundo bloggeril. Acepto respetuosa y admirativamente las propuestas de Fernando y Paula sobre sus "lugares amenos". Sin embargo, el "escribir" en momentos de ocio y apropiados se me vuelve laxo, me dan ganas de tomar mate y leer algo. Las musas? Bien gracias.

Sí, el ritmo frenético de la jornada, los tiempos robados al sueño o a la familia me impulsan. Ya no puedo hacerlo de otra manera.

Así y todo, el silencio ayuda. Yo me distraigo con la música (será que no me atrae la música clásica) y escribir con Soda Stereo de fondo me inspiran a saltar, cantar y hacer "air guitar". Un pavote interesante.