jueves, 1 de mayo de 2014

Recuerdo animal




Cuenta la leyenda familiar que, cuando yo era apenas un bebé, teníamos un tero en el patio. Sí, leyeron bien. Al excéntrico de mi padre se le había ocurrido cohabitar, en una casa de barrio de los setentas -con su breve patio y cochera abierta-, con esta emplumada mascota propia de las mansiones de Beverly Hills. Como un prototipo biológico de alarma hogareña, pasamos una desvelada primera noche de estentóreos graznidos. A la mañana siguiente, mi vieja fue a colgar la ropa y vio el pasto todo alfombrado de bolitas de caca. Un mar insalubre se agitaba a sus pies. El bicho y sus descocados gritos salieron volando. A partir de allí, las mascotas se estandarizaron, pero no con mejor suerte: gatos que me enronchaban, tortugas que se enterraron solas, catas que abandonaron el nido, perros fugados y todo así. Como decía el tango, ni el "tero" del final te va a salir.

HERNÁN SCHILLAGI

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por qué no había leído esto? Es muy gracioso, interesante, inteligente y todo lo demás. Ah soy sergio. Por supuesto