martes, 27 de septiembre de 2011

Un poema sobre ruedas



caja de disonancia


sube al auto con el gesto
de los exploradores renacentistas
es decir un viaje desde la precariedad
para desenrollar su cartografía
hasta un mundo desconocido

las luces del atardecer ahora bajan por la cordillera
y atraviesan las chapas como un láser
que registra «citroën 3 cv modelo 1975»
pero no no puede arrojar un resultado preciso
cuando el que toma el volante
avanza y le brota de la garganta
el azar de una canción vieja
que su hija sigue vacilante
en el asiento trasero un eco
imperceptible que no tardará en crecer

como en el poema de andruetto
el misterio así se duplica en intervalos
frente al sol de la tarde
y no deja de suceder
y de suceder no deja


para María Teresa Andruetto

4 comentarios:

sergio dijo...

Amigo:

Subir a un auto con la seriedad de un Marco Polo es cosa de ver. Pero igual lo imagino. Ahora, a riesgo de sobreinterpretar, le digo que no deja de ser un misterio esto de que la gente a lo largo de los siglos siga cumpliendo el rito de cantar a medida que se desliza en algún medio de transporte. Lo hicieron los antiguos en sus bajeles, lo hacemos nosotros en nuestros autos. Y encima lo hicieron y lo hacemos con testigos: la cría, que de ese modo introyecta este comportamiento y acaso lo repita con el tiempo con su propia cría. Y entonces, si esto no es la lengua padre, la lengua padre dónde está. Y todo porque el silencio es a veces muy pero muy incómodo, pero también porque abrir la boca y lanzar algunas sonidos es realmente placentero.

Muy bello su poema.

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: como le dije por sms, Ud. debería escribirme el prólogo a mi próximo libro.

Por otro lado, la experiencia es real: tengo un Citroën rojo y, cuando nos subimos con mi hija, cantamos alguna canción sin motivo aparente. Después "me vi" de algún modo en el poema de la admirable María teresa Andruetto y, como el lector incorregible de poesía que soy, quedé encantado:

Citroën


Regresábamos en un Citroën
rojo, desde una laguna de sal,
un pueblo ahora de fantasmas,
a nuestra casa, en la luz. Y él
cantaba, de viva voz, como
nunca cantaba, voglio vivere
cosí, con il sole in fronte, y
mi madre y nosotras también
cantábamos.

Después vino la necesidad de que el eco tan inevitable como intermitente se repitiera en otra voz, mi (humilde) voz. Y por qué no la de mi hija.

Gracias por tan hermoso comentario.

Fernando G. Toledo dijo...

Me recuerda a un también hermoso poema en prosa de Julian Cooper. Aquél se titulaba Oda a un Renault 4 color índigo. Allí el escritor se permite un par de palabras para decir que el Citroën 2CV (¿o 3CV?) también tiene su aura romántica, pero la renoleta es sin dudas mejor.

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: mirá qué buen dato. la renoleta tiene lo suyo y supe amarla porque mi nono José tenía una y le decíamos "La podrida" ¿Por qué? Porque con mi hermano hacíamos adentro desastres y el nos decía "Miren que se va a armar la podrida", jaja.

Buscaré el poema de Cooper. Como el de Andruetto, debe ser muy entrañable.

Gracias.