jueves, 19 de agosto de 2010

La máquina de hacer pasado


El presente se adelgaza más y más…
Marcela Basch

Mi vida es un flash. Cada movimiento lo capturo sin pensar y lo miro inmediatamente en el lcd de la pantallita. Mi cámara digital es la que viaja, la que baila, la que besa. Si ella no congela esas imágenes, la memoria de mi cuerpo apenas las registra. Mi presente cada vez se parece más a un hilo que pasa sin puntería por la aguja de mis emociones. Todo lo convierto en un ancho pretérito. Todo ya es pasado. «Yo fuiste aquel que hoy nomás decía», me digo -me dije- en este fugaz canto de vida y desesperanza.

8 comentarios:

sergio dijo...

La primera parte me hizo recordar aquello de que los japoneses viajan a europa a ver las grandes obras de arte de la humanidad a través de sus cámaras.

La segunda parte me hizo pensar en las divas envejecidas, para quienes sólo existe el pasado. Me acuerdo que en el 46 filmé con Amadori...

Y no es raro. En un momento, cuando la vida se limita tanto, solo quedan los viajes enormes, libres al pasado.

En fin, no sé si tiene que ver con su texto, pero pensé en ello.

Marisa Perez Alonso dijo...

Tengo una hija adolescente y está todo el tiempo fotografiándose en posiciones que parecen ensayos de otras vidas. Cuando quiere recordar algo además de las miles de fotos que tiene guardadas y que ilustran cada situación, tiene también (o sufre de) una gran negligencia porque los recuerdos se limitan a esas imágenes que, para su pesar, no retratan las cosas según ella las recuerda. ¡Por suerte todavía, no se ha inventado algo que reemplace las emociones.

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: exacto! patética la imagen de los nipones que anteponían en los 80 la cámara al ojo todo el tiempo. Pero era cosa de japoneses! Hasta que todos empezaron a tener en los importados 90 su propia cámara de video y, al comienzo de los 2000, la cámara de fotos digital (que a la postre filma) y todo se fue al diablo.

En el ensayo "El fin del presente", Marcela Basch hace notar que estamos en un casamiento y, mientras cenamos, nos muestran cuando llegamos. Cuando estamos bailanado, se prende la pantalla para ver cómo los novios entraban y luego cortaban la torta. Al final te muestran a cada rato 20 minutos más joven y van convirtiendo tu fiesta de esa noche en pasado. Enntonces se pregunta: "¿Cuál es el límite del ahora? ¿Un día? ¿Un minuto? ¿Una temporada?..."

Esto comparado con las divas que Víctor Laplace invitaba en "Afectos especiales" hace que tanta naftalina artística sea adorable.

Hernán Schillagi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Hernán Schillagi dijo...

Marisa: bienvenida a esta "Ciudadeseo".

Sí, esto de fotografiar(se) todo el tiempo hace, además, que los momentos pierdan jerarquía emotiva. ¿Quién piensa en el mejor momento de una reunión (cuando la diversión y la charla logran un punto casi mágico de inteligencia y entretenimiento) cortar todo para sacar una foto? Sé bien la respuesta: un choto.

Al mismo tiempo, qué es lo que vale la pena retratar cuando las posibilidades son ilimitadas. Antes teníamos un rollo de 12, 24 ó 36 (como para exagerar) y cuidábamos bien qué sacar y había que esperar a que el presente se convirtiera, con el tiempo, en un pasado para añorar. Ibas con el tubito temeroso de que no se velara y era en todo sentido una revelación.

Pero no hay que llorar el pasado, hay que aprender a disfrutar el hoy.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

El texto encuadra perfectamente con una sensación que tuve en el camino de ida a Rosario, cuando pasamos por un pueblo que se llamaba Leones y con mi amiga Laura nos sacamos una foto en el arco de entrada. Le dije, textual, "parecemos japonesas, nos sacamos fotos en cualquier lado", después, ya de viaje, siguió mi reflexión: "pero no es una cuestión japonesa esto de congelar el recuerdo en una imagen, lo que pasa, Laura, es que no teníamos la tecnología. La obsesión fotográfica es intrínsecamente humana" (me parece que no usé palabras tan sofisticadas, pero el comentario escrito las amerita, ja).
Al otro día, cuando le sacaba unas 30 fotos al Monumento de la Bandera, pensé en el lado positivo del asunto: la cantidad de imágenes a disposición opera como una "memoria adicional" que me ayudará dentro de 3, 10 o 20 años a recordar pequeños hechos de los que no tendría registro sin estas fotos. ¡De cuántas cosas más me acordaría de la Mar del Plata de mi edad de oro si en lugar de las 24 o 36 fotos que revelábamos de cada viaje hubiéramos tenido 200 o 300 imágenes digitales como ahora!
¿Japoneses? No, humanos compulsivos, ni más ni menos.

Hernán Schillagi dijo...

Amiga: pero si tuviéramos más de mil imágenes de nuestras doradas vacaciones de la infancia, ¿cuál sería la toma importante, aquélla que se nos fija en la memoria y nos aferramos a ella en los momentos duros?

Nuestras cabecitas necesitan seleccionar, jerarquizar y valorar luego. si no todo es importante y, temo, nada lo es. Bien por la foto haciendo un castillo, bien la de al lado de los lobos marinos, bien la entrando al mar blanco teta; pero para qué guardar la durmiendo en el hotel, la poniéndome bronceador, la comiendo un pancho!!!

Proyecto Maria Castaña dijo...

Ja, justo las que más me divirtieron fueron las últimas que enumeraste... la foto junto a los lobos marinos: ¡¡¡aburrida!!!
Insisto, recuerdo mejor viajes y reuniones gracias a las cámaras digitales. Obvio que jerarquizo y selecciono, pero, de mi viaje a Chile, si no fuera por la foto, ¿tendría todavía idea exacta del tamaño, color, grandeza entre la bruma de una mezquita en medio de un cerro? NO, verla y reverla me llevan a la posesión de esa imagen que amé.