miércoles, 28 de julio de 2010

Detector de metales y mentiras


Así como se habla con un desconocido en el micro sobre el tiempo meteorológico, porque la incomodidad del silencio se nos vuelve intolerable en la garganta; así me referiré a las cucharas: con la furia abúlica de quien busca en la nada.

En el temible prefacio de uno de sus libros, Truman Capote se despacha con la siguiente frase: «Luego, un día, empecé a escribir sin saber que me había condenado, de por vida, a un amo noble y despiadado». ¿Qué sucede, entonces, cuando nos damos cuenta de que la escritura es una «música para camaleones»? ¿Que todo lo que experimentamos es el backstage y los protagonistas nos dan vuelta la cara? Por eso abro el cajón de la mesada: las cucharas grandes de mango plástico azul esperan revolverme este caldo desabrido, el cucharón negro me informa que es capaz de resistir 410 grados fahrenheit y su orgullo se hunde en el guiso de las palabras de un libro -Bradbury mediante- que soporta 41 grados más. Rancho aparte hacen las cucharitas en el organizador de cubiertos. Hermanas menores que, a pesar de su brevedad, son tan medidas para endulzar el café, tan tímidas en su corralito infantil esperando siempre la hora del postre. Me llama la atención un grupo de alpaca de origen alemán: firmes, en fila y serviciales en su orfebrería de rubias trenzas. Ajena, una cuchara distinta a todas practica torpes pasos de salsa y quiere negar lo que es: una bailarina «de madera».

Entonces, como Lope de Vega en el soneto a Violante, me doy cuenta de que ya tengo un buen trecho caminado en este ensayo de fiebre que no quiere salir al escenario. Soy esas bandas de garaje que se creen los Rolling Stones sin haber asomado la nariz de la guitarra a la calle.

Cierro, por tanto, el cajón. Cierro la excusa de cucharear contra el frasco de la nada y avanzo guiado por mi mano a la biblioteca hasta los Eclipses y fulgores de Olga Orozco frente a un plato de sopa. Abro sin azar: «Ahora que no hay nadie/ pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos...»

Cuando la vida no pincha ni corta, cuando sólo nos está permitido tomar una porción mezquina de la realidad para «quemar la piedra» de nuestra locura imaginativa; se vuelve necesario activar todas las alarmas, detectar el metal de las mentiras y emprender -veloz como un latigazo- el tan bello como lacerante viaje de escribir literatura. Ya lo dijo hasta el célebre García Márquez: «porque un buen escritor seguirá escribiendo de todas maneras aun con los zapatos rotos, y aunque sus libros no se vendan...»

8 comentarios:

sergio dijo...

Hablar / escribir de cucharas, paisajes, amores, dolores de muelas, hablar/ escribir de fines de semanas, de los efectos del alcohol, de una tarea doméstica, de un trabajo, hablar /escribir porque no se puede dejar de hacerlo. Capote dice además que la escritura es un látigo con el que flagelarse. Y concuerdo. Pero agregaría que es asimismo una fuente de placer. O sea. Como dice una canción antigua: cada cosa que ves/ es dos cosas/ o tres. En cuanto a ud amigo, me parece que, aunque ahora se demore más en la concreción de un poema, todavía hay más placer que flagelo. O al menos se lo deseo.

Hernán Schillagi dijo...

Amigo: me encantó su comentario. Si bien el sólo hecho de escribir es un placer sin igual, el impulso a hacerlo y no poder concretarlo (por los quehaceres cotidianos, las obligaciones, la falta de imaginación, etc...), lo vuelve un ejercicio despiadado.

Sin contar que cuando uno sobrepasa la treintena y se da cuenta que no sirve para mucho más que esto, pero que las boletas no pueden pagarse con poemas; el latigazo se siente cada vez más duro. Pero como el buey, hay que tirar para adelante. Aunque se nos vaya la vida en hacerlo.

Proyecto Maria Castaña dijo...

Para citar otro señor boom, Vargas Llosa afirma que cualquier tema es bueno para la literatura y vos lo demostrás dándole vida a esas cucharas de tu casa. Cucharas para atrapar palabras, para contenerlas como un buen postre o una imprescindible sopa de invierno. Cucharas que reman en un mar de tinta y papel. Cucharas que funcionan como antenas parábolicas para atrapar nuestras ideas literarias. Cucharas que no lastiman pero cobijan en su cavidad cóncava al que escribe y al que lee.
Es cierto, la "locura imaginativa" tiene su dique en el humilde continente de una cuchara pero basta que ésta pueda ser colmada todos los días por ese personaje andrajoso que reparte bello caldo con zapatos rotos.

¡A escribir, poeta!

Hernán Schillagi dijo...

Justamente el suplemento ADN de la Nación publicó ayer este adelanto. Se los comparto porque me asombra la coincidencia del objeto "cuchara" para reflexionar sobre la literatura y sus mnesteres: "Básicamente, la forma de la cuchara se mantiene idéntica a través de los siglos, si se exceptúan experimentos de diseño sin más destino que una pierna quemada con sopa. ¿Y por qué la cuchara no cambia nunca? Porque es inmejorable. Es decir: porque una herramienta destinada a recoger líquido de un plato y llevarlo a la boca no se puede hacer de otra manera. La cuchara es perfecta y los libros son tan perfectos como la cuchara, y por eso no serán jamás reemplazados, dicen Umberto Eco y Jean-Claude Carrière en el extenso diálogo en el que el semiólogo y novelista y el célebre guionista de las películas clásicas de Buñuel"

Cecilia Restiffo dijo...

Hernán: es inimaginable nuestra vida sin cucharas pero mucho más aún sin la poesía, así como las primeras nos aguardan y cobijan el postre o mi favorita: la sopa, así la poesía nos aguarda y nos cobija del día derrotado, de los abrazos añorados, de la música insoportable que emiten ciertas noches en las que no encontramos el sueño ni siquiera en los pliques del ribotril.
La poesía entonces aparece: enhiesta, sincera,sublime, áspera y esquiva pero siempre detonando el silencio para ir más allá. Para encuzar la mirada, para recoger la alegría de unos ojos puros, para contener los besos de la mañana, para derramar las manos que fieles nos enlazan cuando estamos por caer.
Hermoso el texto.

Hernán Schillagi dijo...

Paula. qué bueno lo que comentás y el toque poético con las cucharas.

La idea de la parabólica se me había pasado por la cabeza y la anoté en su momento y pasó de largo en mi enumeración. Qué alegría que la nombraste y tan bellamente.

Todo tema es tema de la literatura, pero todo aquél que nos ha conmovido, tocado una cuerda distinta. "Imponerse" un tema crea engendros poéticos o narrativos de los que -ah, los snobs!- vemos a cada rato.

Pd: espero esa prosa poética que partió de este crice de palabras.

Hernán Schillagi dijo...

Cecilia: hermosas también tus palabras. Si las cucharas y la poesía son imprescindibles, entonces nos encontraremos con una sopa de letras donde, al calor del caldo- vamos encontrando nombres que nos abren los ojos y nos dicen. Es cierto, la poesía siempre aparece.

Gracias!!!

Breviario de Podredumbre: dijo...

Estoy recorriendo tu blog por primera vez.

Te sigo.
Saludos