viernes, 8 de agosto de 2025

Unos zapatos viejos

 


Cuando la Llorona ahogó a sus hijos en el río, se le quedaron al irse los pies en la orilla, arrancados de su cuerpo, para marcar el lugar exacto de su crueldad y locura. ¿Será por eso que me acordé de la leyenda esta mañana cuando fui a tirar la basura y los vi? Cuánto se va del día en una bolsa negra, cuánto nos queda adentro. «Ahí va mi bolsa de la basura surcando el aire / ahí va mi carnet de identidad / mi voracidad y mi hambre / la historia íntima de lo que abandono…», escribía Graciela Ballestero en un poema.
Es que alguien, pareciera ser, dejó apoyados sobre la base del canasto un par de zapatos grises. Gastados, sucios y algo rotos «de tanto caminar...», como en la canción. No los tiró, sino que apenas los posó con cierta elegancia sobre el caño, como si los estuviera por venir a buscar en cualquier momento. Hojas secas, envoltorios, papeles, cartones, gatos febriles, perros sarnosos, fluidos corporales envueltos en látex, pegotes de golosinas amenazan su frágil ecosistema de frío, mugre y soledad. Sin embargo, son un aviso de que unos pies desnudos andan por las calles, hollando el duro cemento, esquivando la punta de las piedras y las espinas.
Por eso no me quedó otra que tomar una fotografía a las apuradas, un poco movida y fuera de foco, como el registro de unos pasos perdidos. Al mirar hacia abajo, también me alegré de comprobar que mis pies seguían bien calzados. Uno nunca sabe.
 
HERNÁN SCHILLAGI