domingo, 26 de octubre de 2014

La sonrisa contracta

 
 
Miércoles: vuelvo a la farmacia. El día anterior, el dependiente anotó bien el producto: un colutorio antibacterial para las placas que pueden formarse en los dientes y las infecciones de las encías. «Debés estar haciendo bruxismo cuando dormís», me había dicho el doctor. Un chirriar de estructuras dentales que me astillan la noche y la sonrisa sin ninguna función aparente. Si hay algo que supieron hacer los griegos fue ponerle nombre a todo: «bryko, rechinar los dientes». La cuestión es que el siglo me encuentra dándole la razón involuntaria a una etimología. Así, la calurosa tarde de mitad de semana me ubica frente al señor de la farmacia, le pido el medicamento y, con una mueca jactanciosa, me dice: «Acá te estaba esperando. Tomá.», y estira la mano con el frasco envuelto en papel. Cuando quiero felicitarlo por la puntualidad, me interrumpe con la mano en alto: «Tenemos palabra, querido. Más que la presidenta, que es mucho decir». Entonces, aprieto bien fuerte los dientes, sonrío sin soltar un solo vocablo, pero un aserradero odontológico se agita en mi boca. Pago y me voy. Al salir a la calle, no puedo dejar de acordarme lo que me decían en mi familia cuando era chico: «Dale, negro, reíte con los dientes, que es lo más bonito que tenés.»

HERNÁN SCHILLAGI

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