Mediodía de finales de invierno. Cambio mi recorrido habitual hacia la zona de
la parada del micro. Pizarra con grandes letras en tiza blanca: «Verdulería».
Tomates y lechugas a las apuradas antes de que llegue el expreso. Entro en
busca del zapallo inglés para la sopa. El verdulero -cuchilla en mano- me
invita a elegir sin imponer su arma. Mientras calibra la balanza electrónica
con una mano, en la otra sostiene el control remoto y prende la tele: «A ver si
está hablando mi querida presidenta». Acostumbrado al desánimo me refugio en un
silencio de chauchas y palitos. Pero enseguida noto en su acento norteño una
alegría inesperada. Palabras de aliento para las obras de este gobierno.
Intercambiamos opiniones positivas sin descubrirnos del todo, con una confianza
tan difusa como auspiciosa. Salgo y veo a los micros pasar repletos de gente.
Entre dientes me sale, sin aviso, esa de Charly García que empezaba: «Acabo de
llegar, no soy un extraño».
HERNÁN
SCHILLAGI
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