Estoy frente a la colorida y bizarra oferta del vendedor de
películas truchas cerca del súper. Miro la «cartelera»: ¡cuántas películas han
hecho Bruce Willis y Tom Cruise este año! ¿Sus clones actuarán mejor que ellos
en el futuro? Bien. En el barrio al
vendedor le decimos «El del Buen Material», ya que ante la menor duda saca el
reproductor y dice: «Mirá que es buen material». Y es cierto, no falla. Le
pido, entonces, «Los amantes pasajeros», la última de Almodóvar. He sentido
hablar tan mal de ella que me interesa cada vez más. Tengo dudas, sobre todo, del
sonido. La pone y me dice: «Se escucha bien, porque son españoles y no gallegos».
No respondo y sigue: «¿Sabés la diferencia?». Asiento con la cabeza, pero no me
hace caso: «A los gallegos no se les entiende nada, pero los españoles son más
aporteñados, con menos zetas y esas huevadas». Pago con una sonrisa y me voy
con el asomo de la certeza de que un mito nace, de que el lenguaje callejero
tiene reglas y prejuicios que la hipertecnología no puede disciplinar. ¡En tu
cara, Cervantes!
HERNÁN SCHILLAGI
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