Como todos,
al principio fue la leche. Sin embargo, una pasajera alergia a los lácteos me
convirtió en un infante (e infamante) tomador de té: lo hacía con bombilla y
con cuatro cucharadas soperas de azúcar. Toda una premonición. A los veinte, el
café. Bien negro y casi amargo, una tinta esquiva que no tardó mucho en escribir
en mi estómago esta sentencia: «Prohibido pasar». Un romance oscuro y matinal
se agitó entre nosotros, pero donde hubo fuego interior, las cenizas vuelan.
Así, mientras pisaba firme la treintena, llegué al mate. Aunque aquí debo hacer
una aclaración: al mate en solitario. Desde la adolescencia era lo que se dice
un «bebedor social». Me prendía a toda ronda y disimulaba mi cara de asco ante
la patada áspera de un cimarrón. Pertenecer requiere de ciertos sacrificios. Poco
a poco, el bufet de la facultad -entre almíbares y hieles- me domesticó el garguero.
Así y todo, ¿qué puede decirse del mate que no se haya vociferado o escrito ya?
Símbolo de una argentinidad facilonga, emblema presencial de la amistad, metáfora
filosófica de la reflexión íntima. Ponemos en funcionamiento el «mate» cuando
las ideas flotan en nuestro cerebro como palitos mal cebados. «Un mate es como
un punto y aparte. Uno lo toma y después se puede empezar un nuevo párrafo…», sugería
Cortázar en Rayuela. Martín Fierro se
ponía rechoncho de verdes sentado junto al fogón a esperar las primeras luces
del día. Como también el compadrito en la mala, al decir de Discépolo, lamentaba
entre sus primeras cuitas: «Cuando no tengas ni fe, / ni yerba de ayer secándose
al sol…». Desconfío de la gente que no toma mate, tanto como de los que desinfectan
la bombilla como si de una jeringa se tratara. Es decir, una úlcera o las enfermedades
infectocontagiosas no son excusas para no chupar de la lata y vincularse con el
otro. El mate es presente perfecto y demora la muerte. Un mecanismo de conexión
inalámbrica con un alcance de pocos metros, es cierto, pero que va con nosotros
a la calle, a la plaza o a las reuniones. Compatible, asimismo, con diferentes
organismos y dispositivos mentales. Por eso es que la idea del «WiFi» le debe mucho al mate. ¿O acaso «guaifai»
no les suena a una palabra en guaraní como «sapucai», el grito característico
del chamamé? Las nuevas tecnologías se copian de nuestros rituales más atávicos.
Tomá mate.
HERNÁN SCHILLAGI
1 comentario:
Ja,ja,ja. Querido poeta, un ensayo delirante, delirante( Ese remate, especialmente) ¿En qué estabas pensando al asociar estas dos ideas?
Por otro lado, yo tomo mate "sin cuidarme", es decir sin tener en cuenta si esterilicé o no la bombilla, pero mire que tengo una fobia... no puedo tomar mate después de alguien que tiene rabia o está insultando mientras toma mate. Es como si me ensuciara ese momento espontáneo y simple de compartir el tiempo y los dichos esperando que pase la ronda... Sigamos con los ensayos sobre lo autóctono. Un abrazo!!!
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