Décimo tercera entrega:
Para entrar a una ciudad
Juano despierta. Mejor dicho, vuelve
del golpe que le hizo ver todo negro y caer al piso de tierra. Siente que su
cabeza le duele, pero la espalda está sobre unos almohadones mullidos. Entonces
abre bien los ojos y ve cómo el gitano grandote viene hacia él y extiende los
brazos. Juano solo hace el gesto de defenderse, sin embargo, el que antes lo había
aporreado, ahora lo abraza y le palmea el hombro.
—Yo fui el que te vendió el Ami 8
hace una ponchada de años—le dice.
—No me acuerdo—responde Juano.
Aunque entre los magullones de su cerebro, el rostro del gitano comienza a
tomar una forma conocida.
—Sí, era uno amarillo—recuerda el grandote—. Costaba que
le entrara la marcha atrás.
—Ah, sí. ¿Ustedes le habían puesto
banana pisada a la caja para que entraran suavecitos, por un rato, los cambios?
—Digamos que andaban como la mona—dice
con una sonrisa el otro y agrega culposo—. ¿Andás necesitando que te arrimemos
para algún lado?
Juano nunca creyó en las cosas que
le decían las brujas de sus vecinas acerca de los maleficios gitanos, pero las
palabras del grandote le sonaron como un conjuro mágico.
—Voy para el Arco del Desaguadero—, abre
la boca Juano y espera el milagro bajo las carpas.
—Bueno, tampoco tan lejos, aunque te
podemos dejar cerca de Giagnoni. Hoy mismo nos mudamos.
Cuando Juano escucha «Giagnoni», una
alarma se le dispara en algún lugar de su cuerpo y dice:
—¿Cuándo empezamos a cargar las
cosas?
Todas las camionetas ya están que
desbordan de sillas, mesas, carpas, rollos de sogas. La vajilla completa
va haciendo cloc clac cloc por el
camino. Juano no puede ver que el cielo se está cerrando oscuro, como si el
mercurio de esta historia de fiebre y amor hubiera reventado el termómetro para
evaporarse entre las nubes. El vendedor de las tabletas más despreciadas de la
provincia está adentro de un ropero. «Por si nos para la policía», le había dicho
el gitano. Es cierto, quedar detenido por averiguación de antecedentes sería
fatal para poder alcanzar a su mujer. «¿Estará viva aún la tía de Gala?», se
pregunta Juano entre las perchas que le pinchan la cabeza como un signo de
interrogación.
Juano calcula: «Debo estar entrando
a San Martín». Es todo oídos en el ropero. Cada ciudad tiene una
sinfónica oculta. Distintos músicos que no saben que lo son y así ejecutan una
disonante obra sin tiempo, pero con un espacio compartido. El centro, los
barrios y sus calles tienen la mejor acústica para que comience a sonar esta
velada partitura. Los sonidos le llegan a Juano tanto del exterior como desde
los recuerdos.
Los miércoles y los sábados, sin
falta, se escucha una bocina como de lancha del Paraná. Se repite y crece hasta
llegar a la puerta de la casa. Es el pescadero con su camioneta Peugeot 403. No
hay semana que no haya aumentado la merluza. Todos los días, las campanas de la
Iglesia del centro avisan que el sol empieza a caer. A la media hora,
vuelven a doblar: la noche ha comenzado porque el Cielo lo permite. Las vías
están lejos, sin embargo a las 6 de la tarde, con puntualidad londinense, el
tren se abre ante los demás sonidos y se impone quebrando el día en dos. Algo
dentro de Juano se iba siempre colgado de sus vagones. Hoy es domingo y, semana
por medio, el club juega de local. Las cornetas y los cantos de los hinchas
llenan de color los oídos. Lo impresionante es sentir el viento descontrolado
del grito de gol que sacude hasta los vidrios de las ventanas. Aunque esto
sucede rara vez, porque el Chacarero anda boyando en la mitad de la tabla del
ascenso a fuerza de empates nulos.
Unos
golpes de pájaro carpintero distraen por un momento a Juano, toc toc toc. El techo de madera del
ropero está siendo atacado por un hielo que se ha formado por encima de este
planeta. Pero él se siente protegido en la oscuridad y sigue entrando a su
propia ciudad hasta las orejas.
En el centro ha quedado enclavada una
antigua fábrica de conservas. Su sirena a la madrugada llama a los obreros y le
hace compañía a los desvelados. La abuela vivía justo enfrente y, cuando él se
quedaba a dormir, era terrorífico escuchar en medio de la noche el constante
rumiar de las máquinas moledoras de frutas. Esas máquinas fueron para Juano los
primeros molinos de viento a vencer. Los
sábados bien temprano irrumpe el megáfono de una Ford que tienta: «Cambio treinta
huevos por una batería viejaaa»,«Sí, señora, un maple por un colchón usadooo".
No deja de ser un dulce y deforme despertar pueblerino. Además, todo esto se
orquesta con los gritos de los niños jugando a la pelota, los autos y los
camiones a toda velocidad, los vendedores de flores y bombachas pegados al
timbre, las motitos delivery con vejiga en el escape, el silbato insobornable
de los heladeros durante la siesta, la radio al palo de los lavacoches y voces.
Voces que les roban el aire a los pulmones para romper este condenado silencio
de ciudad a medio hacer.
Toc toc toc.
Juano ya no puede distinguir de dónde vienen los ruidos. Toc toc toc. ¿Serán los recuerdos golpes imborrables que duelen
cuando hay tormenta?
—Abrí, pasmado—gritan desde afuera—,
que está por caerse una manga de piedra y la policía anda rondando.
—¿Dónde estamos?—, pregunta Juano.
—Nos metimos al barrio San Pedro
para perder a la cana.
—¿Vamos a ir para Giagnoni?
—Me parece que vamos a tapar todo
con la carpa y no salimos hasta mañana.
Toc
toc toc. Ahora es el corazón de Juano el que golpetea acelerado. Gala se
aleja y se acerca entre el estruendo. Toc
toc toc. Pero es la voz de Gala, precisamente, la que se sobrepone como un
silencio anhelado. Entonces, ¿cómo es que se busca una voz amada que se parece tanto
al silencio?
HERNÁN SCHILLAGI
7 comentarios:
Había pensado que iba a escribirle algo como que me gustaba mucho la alternancia entre lírica y humor. Incluso había buscado un par de ejemplos.
De lírica:
“como si el mercurio de esta historia de fiebre y amor hubiera reventado el termómetro para evaporarse entre las nubes.”
De humor:
“—Voy para el Arco del Desaguadero—, abre la boca Juano y espera el milagro bajo las carpas.
—Bueno, tampoco tan lejos, aunque te podemos dejar cerca de Giagnoni.”.
Pero de pronto me doy cuenta que los pasajes que más me gustan, al fusionar lo lírico y lo humorístico se vuelven francamente kitsch:
Ejemplo:
“Toc toc toc. Juano ya no puede distinguir de dónde vienen los ruidos. Toc toc toc. ¿Serán los recuerdos golpes imborrables que duelen cuando hay tormenta?
—Abrí, pasmado—gritan desde afuera—, que está por caerse una manga de piedra y la policía anda rondando.” (sin ser en sí mismo gracioso, el remate causa mucha gracia e incluso arranca alguna que otra carcajada)
O sea, amigo, me parece está ud escribiendo una novela kitsch, porque el lirismo en la cercanías del humor, se vuelve algo cursi. Y el humor en las cercanías del lirismo se vuelve muy efectivo.
Perdonemé amigo Sergio querido, pero este capítulo sí me pareció excelente. ¡Pobre Juano, metido allí dentro del ropero como si fuera un ataud! ¡Es que estos amores son su perdición y su muerte!
Un hombre tan decidido a recuperar lo único que lo volvió loco en su vida, es injusto que deba para un precio realmente alto.
Saludos viajeros.
Marisa: mi amigo Segio, más que una crítica está haciendo un análisis descriptivo (creo). Ve rasgos "kitsch", el muchacho. Puede ser.
Tal vez, como no deja de ser un melodrama, se vaya para esos lados algo "deformes".
Quizá la recompensa de Juano de soportar tantas cosas y golpes sea otra. Habrpa que seguir en el camino.
Sergio: no le comenté porque lo habíamos charlado "en vivo". Es decir, los toques de humor y lirismo (es mi intención, al menos) vienen a ser un poco el aliento y el combustible para leer una historia un poco patética: un pobre hombre tras algo improbable.
Pero de eso se nutre un poco la literatura. Después puede ser leído por alguno de los rasgos, o por todos.
Lo que más me gusta de esta historia es que el humor permite que se interpreten algunas líneas simbólicas muy interesantes. Y además, creo que el poeta aporta la condensación en los detalles que permiten un microcuento entretenido y significativo.
Es interesantísima la idea de la "orquesta" que puede tener cada pueblo, cada ciudad... mientras la describe Juano encerrado en ese armario, es imposible que no haga una comparación con "la orquesta típica" de mi Palmira. Eso sí, y tomalo a modo de sugerencia, no es necesario describir TODOS los instrumentos, con un violín, un oboe y las intervenciones del piano hubiera bastado. Creo que la descripción de ruidos y sonidos te "come" un poco el capítulo y desacelera la acción muy marcada a punta de situaciones y diálogos en el comienzo.
¡Y vamos con Juano hasta el final que esta lectora ama los viajes!
No puedo evitar hacer un comentario sobre la música elegida para sonorizar (como si San Martín no bastara) esta entrega de la novela. Y es que Hernán ha elegidao Calla, interpretado por Amanda Miguel, y que muchos de nosotros, seguramente, conocimos porque la música cerraba cada capítulo de la telenovela Venganza de mujer (1986), con Luisa Kuliok y Raúl Taibo en los roles principales. La cosa es que ese tema era en realidad una versión en español de uno de los momentos más famosos de Cats, popularísimo musical en el que todos los actores salen disfrazados de gatos y que, a pesar de que eso ya suena mal, está basado en una serie de poemas de T. S. Eliot. Digamos que, a propósito de lo que observa Sergio, creo que lo que está construyendo Hernán con De los portones... y su banda sonora es más bien una novela con toques camp, en la que la lírica convive de golpe y porrazo y sin aviso con manifestaciones populares de las más comunes y corrientes. ¡Qué desafío!
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