Curiosamente me encuentro
con un dato en apariencia inútil dentro un libro para niños[1]: los seres humanos
cada día producimos un centilitro de lágrimas, lloremos o no. Es decir que,
tanto varones como mujeres, atravesamos -justamente- este largo «valle de lágrimas»
que es la vida y no importa la fortaleza que cada uno tenga. Venimos flojos de
fábrica. Por lo tanto se me ocurre que se ha escrito, filmado, fotografiado,
actuado, cantado y hasta fingido lágrimas; cuando en realidad las vertemos
sobre las mejillas sin el menor esfuerzo ni reparo.
Entonces no vendría mal
hacer un procesamiento de imágenes sobre el cuerpo del llanto como si ingresara
a un tomógrafo y, con rayos X, obtuviéramos algunas placas nítidas y otras borrosas,
quizás por la emoción.
Placa
1/Esta lágrima de hombre de las cavernas
Cuánta verdad encierra
este verso de Joaquín Sabina. La
primera vez que lo escuché en la canción «Nos sobran los motivos» me inquietó
porque sintetiza magistralmente en siete palabras la historia universal de un
complejo. Pensé: «¿Por qué motivo habrá llorado el primer varón del
paleolítico?» E inmediatamente comprendí la vergüenza que habrá sentido, garrote
en mano, ante el resto de los toscos homínidos en evolución. Es que existe un
mandato genético, de género y hasta generacional: los hombres no lloran. Así The Cure lo cantaba con algo
de ironía dark. Y sí, llorar siempre
fue de niñitas. Porrazo en la bicicleta, y un puchero sofrenado rápidamente con
un «A los golpes se hacen los hombres, carajo». Fin del llanto. ¿Será por eso
que el mismo Sabina escribe en una canción posterior que tiene «una gota de plomo
en el lacrimal»?
Placa
2/Salid sin duelo, lágrimas, corriendo
La literatura y, más
precisamente, la poesía han sabido explotar las lágrimas como moneda de cambio.
Ríos de tinta salada han mojado desde hace siglos las páginas de poemarios
sensibleros y no tanto. Oliverio Girondo
escribió en su poderosa obra dos poemas bien lacrimógenos y emblemáticos, sin
embargo -fiel a su hombría- no dejó de hacer una mueca socarrona en
«Espantapájaros 18»: «Llorar a chorros[…] empaparnos el alma, la camiseta. Inundar
las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto…». Como
también en perfectos heptasílabos fue capaz de proferir con valentía: «Que se
abran las esclusas/y lloremos, a gritos/estentóreos, salvajes,/el mentón
tembloroso,/sin compás, ni guitarra…» («A pleno llanto»). Hasta encontramos todo
un subgénero poético cultivado por grandes autores como Manrique o Lorca: la
elegía, que expresa en versos algo digno de ser llorado.
Y qué tiene, en tanto, para decirnos la canción ciudadana. Porque el
tango es macho, sí, pero bien que se le escapan lagrimones a lo loco cada dos
por cuatro. En «Malevaje» (E. Santos Discépolo), el guapo ha sido, como
siempre, abandonado. En un pasaje llega a confesar: «¡Si yo, -que nunca aflojé-/de noche angustiao/me
encierro a yorar!...» Qué falta de respeto, qué atropello a la razón.
Placa 3/Llorar por lo sano
Tal vez sea un mito creado
por la novela rosa, pero cuentan que las casas antiguas reservaban entre sus
habitaciones un «cuarto de llanto» para las mujeres de la familia. Es decir,
las lágrimas y la tristeza estaban institucionalizadas arquitectónicamente.
¿Habrá sido solamente de uso exclusivamente femenino? Es que más de una vez he
escuchado decir que después de una «sesión de llorar» se sale como nuevo. Por
otro lado, con el paso del tiempo y las estrecheces edilicias, el baño se
convirtió en un refugio subacuático para evacuar los párpados. Pero aquí
apareció un nuevo factor: el espejo. Cuántos fotogramas de películas y videoclips
se nos vienen a la mente. Sin embargo mirarnos llorar tiene algo de
impostación, ensayo de caritas, fruncidos de nariz y un control simétrico en
las huellas del maquillaje corrido. Como no podía ser de otra manera, también
el rock tiene algo para sollozar, como cuando Charly García cantaba tan ambigua y hondamente: «La línea blanca se terminó/ no hay señales en tus
ojos/ y estoy llorando en el espejo/ y no puedo ver». Unos años después, como
una reafirmación lacrimosa, editó esa maravilla de La hija de la lágrima.
Placa 4/La emoción seca
Está comprobado que, en
adultos, los varones lloran al menos una vez al mes y las mujeres, cinco. Tener
el conocimiento, entonces, sobre que las lágrimas fluyen sin permiso a diario
vino a modificar un modo de vida que, pasada la treintena, tenía consolidado:
la emoción seca. Hasta la fecha había contabilizado un promedio de un único
llanto importante cada 5 años. ¿Los motivos? Por desamor, por una muerte muy
cercana, por sentirme feliz. En fin, por lo que llora cualquiera. Pasa que
nunca me sentí aliviado luego del lloriqueo y, lo que es peor, la vergüenza me
provocaba siempre un pucherito extra, aunque luego de esos episodios
sobrevinieron momentos de grandes sequías estacionarias. Así esbocé una teoría
incómoda: que podía llorar profusamente sin mojarme la barba. Es decir, tener
todos los síntomas del «proceso lloratorio» -emoción, escalofríos, ojos
nublados- sin soltar una mísera lagrimita. ¡Cuán equivocado estaba! No por nada
Omar Khayyam escribió que un ruiseñor
le dijo: «Un día de felicidad prepara un año de lágrimas».
Placa
final/Mozo, una
lágrima
Estás en un café, hace rato que una chica se encuentra
sola. Parece que espera porque revisa su celular cada dos minutos, las lágrimas
no tardan en llegar. Penales: tu equipo queda afuera de la copa y un llanto
masivo de varones en cuero explota sobre la tribuna visitante. Se te hizo tarde
y llegás justo cuando tu hija sale vestida de pastelera en el acto escolar, entonces,
el nudo en la garganta se desata y dos lagrimones empastan tu vista de padre
baboso. ¿Es posible que, en un mundo tan tecnificado y veloz, las personas se
atrevan todavía a llorar al aire libre sin ningún pudor? Llorar en público por
bronca, por emoción o por estar decepcionados es una señal de que a la
humanidad le queda una chance más en este planeta. Eso sí, los episodios
plañideros en los realities, los
gimoteos calculados según el termómetro del rating
y la verba lacrimógena de algún ministro culposo hacen que el conteo final se
acelere hasta que, por fin, alguien «apriete el botón», como sugería Miguel Mateos, y estalle todo en mil
pedazos.
Por lo tanto, mudarnos de planeta tal vez sea la
opción postrera, un éxodo mundial por el espacio exterior en busca de un nuevo
valle para regar de tristeza y emociones. Sin embargo, una vez más otro dato inútil
-y cruel- se impone: «En el espacio, los astronautas no pueden llorar porque
debido a la falta de gravedad, las lágrimas no pueden fluir».
HERNÁN SCHILLAGI
[1] 1000 cosas inútiles que un
chico debería saber antes de ser grande, de Litvin, Aníbal y
Kostzer, Mario. Vergara & Riba editoras.
Kostzer, Mario. Vergara & Riba editoras.
2 comentarios:
Amigo:
Ya que estamos repaso mis escenas favoritas de llanto.
Dos del cine:
Primera. ¡Qué bien hizo llorar Almodóvar a Grandinetti (Marco) en Hable con ella! Pocas veces vi en pantalla a un tipo tan en lágrima viva.
Segunda. Totó viejo (Cinema Paradiso) cuando ve los fragmentos de las películas. No solo el actor llora bien sino que, a pesar de que tiene algo de golpe bajo, me hizo moquear de lo lindo. Es más, me acuerdo y me ablando.
De la literatura no puedo no pensar en los libros de Duras donde los hombres lloran mucho. Litros de lágrimas que nunca entendí del todo. Aun así, todos saben que amo esos libros y esos personajes.
En cuanto a lo personal, como ud, soy duro pal llanto. La verdad es que no sé cuándo fue la última vez que “te” lloré. Simplemente no me sale. Quizá sea por eso que el único poema que escribí al respecto era tan malo. Era malo porque era falso.
También como ud detesto la lágrima digitada por el rating. Ergo, odio a Iúdica y otros epígonos tinellinianos. En esos casos lloraría… de alegría al verlos esfumarse de la tele.
Pero así como soy duro para el llanto completo, ese que cae y cae incontenible, ese que sale con ruidos y mocos, no puedo negar que alguna lagrimita se me suele escapar en ciertas situaciones que tienen que ver con la belleza. Por ejemplo con alguna canción (Yo me bajo en Atocha, Buscábamos vida, El camalote, etc), o algún poema o novela. Pero no poemas o novelas que hablen de desgracias. Poemas, novelas bellos. La belleza me conmueve como casi nada en el mundo. Y si asocio esa belleza con su creador (lo de la muerte del autor me lo paso por el forro del culo), la cosa se pone más húmeda aun. Sí, en ocasiones me puedo emocionar hasta las lágrimas de solo pensar que en el mundo hubo un Cernuda, una Duras, una Yourcenar, una Simonetta, un Capote. También cuando pienso que en el mundo (dios los conserve por muchos años) hay un Woody, una Diane, un Sabina, una Juana Bignozzi, una Tamara Kamenszain o un Charly García. Es decir, mis lágrimas van de la mano del arte. De una obra que nació de una vida entregada al arte. En fin. Que puedo parecer un frívolo. Pero para mí no hay nada más serio que el arte. Esto al margen de que “cada quien es como dios lo hizo y a veces mucho peor” (frase por supuesto, hija del arte… de Cervantes).
Sergio: tu comentario casi roza lo ensayístico también. Gran aporte sobre las películas. Sí, "Cinema Paradiso" es un piquete en los ojo increíblemente bello. Temblor de labios, ardor en la vista y... buaaah!
Si es por canciones: "Yo me bajo en Atocha" tiene algo en la letra y en la música que sabe dónde golpear. Es obvio que hay momentos en que uno descubre cosas muy personales: "Ya no sueña aquel niño/ que soñó que escribía..." Ah, me quedo paralizado. Sobran las palabras para decir por qué.
Lo llamativo es en las canciones en inglés. Ya hablé (sin vergüenza) de de la canción sensiblera de Robbie Williams, pero alguna que otra de U2 (With or without you), o de REM, o de Radiohead (No sorprises, o Lucky) me matan. ¿Por qué? No alcanzo a entender, hay tristeza, melancolía y desesperación que se conecta directamente sin pasar por la razón.
Es cierto, el arte, y sobre todo el de "tejer naderías" al decir de Borges, es el que nos emociona de un modo irrenunciable.
Publicar un comentario