«Gol agónico» titularon los diarios. Es cierto, porque el
padecimiento de atravesar dos horas completas, con sus 7.200 segundos, teniendo
el puño apretado, la garganta sucia por los insultos y la tos, además de los estertores
al ritmo de los ataques frustrados y las salvadas milagrosas; hicieron de este partido
de octavos un remar con dos cucharitas de helado en la laguna Estigia. Como
todos sospechábamos, para llegar al exquisito centro del bombón suizo había que
cavar y cavar hasta encontrar el manjar de la victoria.
Nos salvaron los palos: uno de ellos fue Di María. El
otro –el de hierro- se llevó todos los aplausos. Como cuando Homero Simpson fue
al espacio exterior, auxilió a toda la tripulación con una inerte barra de
carbón y al regresar solo la homenajearon a ella.
Luego de este partido me enteré de dos cosas. La primera,
lo poco que conocemos de Suiza. Los chistes se limitaron a los relojes (cuando
sabemos que hace décadas todo el mundo usa los japoneses) y la chocolatería. ¿Cómo
relacionarlo con un partido de fútbol? (Nótese los esfuerzos del primer párrafo).
Cuando no, recordar la neutralidad de los helvéticos durante las guerras o su
complicidad oscura con las cuentas bancarias. Punto. El humor y los suizos se conectan
menos que nuestro mediocampo con los delanteros. ¿O acaso alguien se rio alguna
vez viendo a Heidi?
La segunda fueron los festejos en la calle. «¿Qué mierda
festejan, viejo?», le grité a los adornos del living. Pero al rato me di cuenta
de que el viejo era yo. Me asomé y vi cómo numerosos grupos de jóvenes pasaban
con locura albiceleste: banderas, bocinazos, caras pintadas, bufandas y
bonetes. Con precisión de relojería suiza saqué una cuenta: nadie pasaba la
veintena. A esa edad yo ya había vivenciado el logro de dos campeonatos
mundiales, un subcampeonato épico y dos copas América. ¿Cómo hacer una
celebración popular por solo conseguir el pase a cuartos? «Tus triunfos, pobres
triunfos pasajeros», decía el tango. El siglo veinte cada vez nos queda más
lejos a los hinchas ochenteros y la alegría en VHS es una cinta gastada a punto
de cortarse. Quizá, ser «contemporáneo del mundo y del mundial», parafraseando
a Joaquín Giannuzzi, nos acerque a las magias parciales y posibles de este
equipo para que nos permitamos disfrutar, poco a poco, el camino hacia la tan
anhelada gloria.
HERNÁN SCHILLAGI
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