
La
tele en su concepción es puro presente. Repetirla hasta «pulverizarse
los ojos» como en el caso de los programas de Francella consigue, al
menos, dos cosas: la molestia vacua de un «hit de verano» y la
descontextualización. Al sketch de «La nena» (con sus defectos y sus
escasas virtudes) no se le ha cambiado ni suprimido una escena, pero hoy
nos hace ruido y nos incomoda. ¿Por qué? Se pasa al mediodía,
a la tarde y a cada rato. Se pierde el «sentido» del humor, es decir, nos hemos desorientado en la reiteración. Así, juega con una incorrección que en su momento
estaba casi invisibilizada. Nos cambió el humor, dicen. Pero es que, insisto, hemos perdido de vista el referente: ¿Es para adultos entre adultos? ¿Es
picaresca o comedia blanca para toda la familia? Sospecho que hoy nadie
lo sabe. Estamos cegados ante los guiños. Tenemos el ojo atorado de
repeticiones, por eso del lacrimal solo nos sale intolerancia o
incomprensión. Con la literatura pasa todo lo contrario, o acaso han
escuchado decir a alguien: «Estoy 'repitiendo' la lectura de 'Ceremonia
secreta'». Releer libros es contemplar el reverso de la realidad, bucear
hasta el fondo para volver a descubrir cómo y por qué flota la forma. Porque
la literatura es pretérito que se justifica en el futuro. La tele
-¿tengo que repetirlo?- es puro presente.
HERNÁN SCHILLAGI