Entran los dos al ascensor. La puerta
se cierra con un chasquido que corta el aire y abre el silencio. Se miran con
rapidez y agradecen que el espejo sea una excusa para no hablar. Ahora son
cuatro y son dobles las palabras a punto de decir, pero no salen. Tienen miedo de
que el reflejo haga de sus frases un guante reversible. Que uno diga «Roma» y
el otro escuche «amor», por caso. O peor, que una boca forme la palabra «sube» la
suelte y que, por efectos de la velocidad comprimida, llegue a los otros oídos
como «beso». Es el espejo el que no deja que se hablen.
Por eso nunca fue tan oportuno este
corte de luz en toda la ciudad.
HERNÁN SCHILLAGI
7 comentarios:
Espero que el apellido de la señorita (si lo es) no sea Chacón, pues puede ser tomado, por el espejo, como una verdadera ordinariez.
Fernando: ¡muy bonito lo tuyo!, jaja.
Como los caballeros, los espejos no tienen memoria.
Inesperado final y abierto... aunque por la claustrofobia del lugar tiende a ser cerrado y muy apretado. Nunca mi mente estrechahabía pensado en la relación inversa Roma/Amor... gracias, pueblo de guerreros, qué contradicción.
Paula: gracias, ottra vez, por tu comentario. El submundo de los ascensores es todo un tema a explorar. Leí que los espejos se utilizan, en realidad, para evitar los pequeños actos vandálicos en la cabina (rayar las paredes, orinar, etc). Está comprobado que un espejo inhibe al vándalo en ciernes. ¿Qué tal?
Pero si se corta la luz, chau inhibiciones.
Paula:
Es célebre este palíndromo, «A mamá Roma le aviva el amor a papá y a papá Roma le aviva el amor a mamá».
Quizá un buen título para un volumen de palíndromos sería El libro de los espejos.
Final sensual, sugerente, apenas lo abierto que necesita el encuentro. Sube y baja la temperatura y la imaginación. Congrats!!!
Marisa: Gracias por este comentario tan de ascensorista voyeur. ¡Me encantó!
Cuánta alegría me da que nos leamos en estos espacios, pero mucho más saber que pronto tendré un libro de "carne y hueso" firmado por vos.
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