
Nadie se va del todo cuando sale de su casa. Por eso es que este mediodía, una ventana sobre una Hondita Dax casi me lleva por delante. Por suerte, yo venía con la puerta de par en par y pasó a mil hasta mi patio, donde una parra apenas se defiende de la furia de la tarde.
Ahora sé que al volver, voy a estar obligado a mirar por los vidrios de esa ventana intrusa al ocaso como una herida que sangra.
La poesía obvia no deja de perseguirme.