Tal vez sea uno de los recuerdos más nítidos que tengo de mi infancia. Veo a mi madre en la puerta de la escuela acomodándome el guardapolvo a cuadrillé y revisando que a la bolsita de higiene no le falte nada, mientras me dice: «Ojo, no vayás a sacarte los mocos ni a silbar». Parece que antes de los cinco años me la pasaba todo el día dele que te silba por la casa, a punto tal de ser una de las prohibiciones de civilidad para poder ingresar a una institución educativa. Por lo tanto, ¿qué significa el silbido en la vida de las personas?
La asociación inmediata que uno puede hacer es, sin duda, con los pájaros. Los primeros homínidos probablemente imitaron el gorjeo de las aves que los rodeaban. Sin embargo, el silbido de un hombre de las ciudades en la actualidad -ya sea con la ayuda de los dedos o con los labios- no remeda ni por asomo a los plumíferos. En medio de sirenas urgentes, de alarmas asustadas y escapes tronadores, el «cantar sabroso no aprendido» de las aves –como proponía Fray Luis- se pierde sin retorno posible. Silbar hoy nos coloca a mitad de camino entre el canto verbal y la música instrumental. Es más, es un intento fugaz e inverosímil de fusionar a ambos. ¿Cuántos cantantes frustrados se consolarán con el silbido «como la ave solitaria»?
Llama bastante la atención abrir la ventana a la madrugada y oír a los obreros de la construcción o de las fábricas que silban sobre sus bicicletas. Les espera una jornada dura y mal remunerada, pero la enfrentan con la alegría de una milonga o una cueca entre los dientes. Pasa una mujer de curvas peligrosas y las palabras se pelean por salir de la boca, entonces un silbido ladino toma ventaja y emerge chicloso para hacer el despampanante recorrido femenil. Como también, todas las combinaciones posibles del abecedario se vuelven insuficientes para desaprobar un penal mal cobrado, una promesa hipócrita de campaña electoral, o una banda de covers que masacra algún clásico de la música popular; allí el silbido emergerá como un justiciero anónimo.

Sin embargo, la experiencia vital de encontrarse con alguien en la calle «silbando un tango oxidado», como cantaba Fito Páez, significa por lo menos una epifanía suburbana. Un pequeño milagro que se nos manifiesta ante los oídos, para luego seguir caminando con la certeza de que una parte de felicidad -la que se da naturalmente y sin vueltas- está en la punta de la lengua. El que silba está cifrando el arcano de las notas que ahuyentan las preocupaciones, como el flautista de Hamelin lo hacía con las ratas.
Entonces, si Bob Dylan se preguntaba (y nos preguntaba) «cuánto tiempo tiene un hombre que mirar hacia arriba antes de que pueda ver el cielo», me animo a sugerir, mis amigos, que la respuesta está silbando en el viento.
Tres temas con silbido:
Vientos de cambio, de Scorpions
La vida es silbar, de Tumbao Habana
Silbando, Música Sebastian Piana/ Catulo Castillo. Letra José Gonzalez Castillo