lunes, 18 de noviembre de 2024
Un poema sin pájaros
lunes, 11 de noviembre de 2024
Un poema para noviembre
pero el jacarandá
miércoles, 6 de noviembre de 2024
Un poema para el odio
lunes, 16 de septiembre de 2024
Charly resume
La leyenda cuenta que, no por casualidad, una cítara de juguete fue el primer instrumento con el que niño Carlitos García Moreno empezó a tañer esta fabulosa relación con la música. Es decir, un aedo surgido a mitad del siglo XX en el hemisferio sur, con una mancha en la cara, que hizo de su capricho una ley (y más adelante, una lógica), pudo dar inicio a la síntesis de lo clásico con el rock, de la poesía con la música, de la rebeldía con lo comercial. Si en el cuento «El Aleph», Borges proponía tener una visión de todo el universo en un solo punto, Charly García –que nació «para mirar lo que pocos pueden ver»–, se atreve también a escuchar y auscultar una realidad sonora apabullante en el breve espacio de un único disco. Así se dan cita los Beatles, The Byrds, o los Stones; como también Piazzolla, Satie o Bowie; además de Sui Generis, Serú, o su etapa solista completa; para reunir sin aviso a Lebón, a Aznar o a un exhumado Spinetta, mientras se ríe de todo con Orson Welles y Fito Páez.
Por eso, Charly asume como paso siguiente, su frágil condición de rapsoda de sí mismo. Ya no crea como en las épocas doradas, sino que «cose» las canciones con los retazos recogidos luego de una tormenta furiosa. Su voz, por hablar de lo que más preocupa a los oídos biempesantes, pasa de las cien capas de seda fina, a estar desnuda, gastada, lastimada. Sin embargo, las críticas al desempeño de Charly como cantante comenzaron mucho antes y por él mismo: en la adolescencia fusionó su grupo escolar al de Nito Mestre porque «Cantaban mejor que nosotros…», confesó una vez en una entrevista. Luego, en el primer disco de La Máquina de Hacer Pájaros, su participación vocal fue relegada a la categoría de un instrumento apenas audible, mientras que en el debut de Serú Girán, David Lebón tomó las riendas ante el micrófono en la mayoría de las canciones (cómo olvidar la reseña del diario La Opinión que tachó a todo el conjunto de tener «voces hermafroditas»). Parafraseando a un trasnochado titular: Charly García, ¿cantante o qué? A partir del segundo disco de Serú Girán y ya más asentado en «Yendo de la cama al living», su caudal ganó en sutilezas, voluptuosidad, potencia y fragor interpretativo. Una década en la que una voz hermosa y con personalidad podía ir del terciopelo («Adela en el carrousel») hasta lo más áspero («La sal no sala») sin ningún reproche. El tiempo (con sus excesos) pasó y llegó el deterioro para mostrarnos ese «lado inconcluso». Pero el que se calza los auriculares para escuchar este último disco de 2024 descubre una voz póstuma, no muerta. Una que lo ha vivido todo, ha muerto y resucitado en modo «Fantasma de la ópera», para arrastrar cadenas en la garganta y romperlas en cada verso. La boca de Charly, partida en dos desde el bigote, recita en primer plano y marca el ritmo con toda la furia, la vitalidad, la ironía y hasta una ternura que abraza. «Querían a otro en mi lugar», se quejaba en «Random». Es cuestión de probar y acercar la oreja a cualquier afinado tributo a la obra Charly –con voces angelicales que lo reemplazan honrosamente–, para salir corriendo y volver a sus huestes incómodas de una modulación feroz. Quizá en un futuro, cuando el algoritmo nos pregunte si somos un ser humano o un robot, nos haga oír un fragmento de este disco. El que se conmueva, pasará.
Para continuar con los griegos, fábula de Sófocles de por medio, resulta fascinante cómo Charly rezume gotas de oro en cada acorde. El elemento sólido de las trece canciones de «La lógica del escorpión» exuda un destilado venenoso de un aprendizaje tan perverso como entrañable, ese que te aleja de la mediocridad, del conformismo, de destruir las condiciones que te mantienen a flote. Una pobre antena que se levanta, capta en la atmósfera el tránsito de una información tramposa y absorbente, para luego transmitir un resultado de una belleza fatal y certera como un aguijón. Resumir, asumir y rezumar, finalmente, para seguir hablando de Charly García, para seguir hablando a tu corazón.
HERNÁN SCHILLAGI (inédito)
martes, 10 de septiembre de 2024
Un poema nocturno
ROPA NOCTURNA
la noche ha oscurecido el patio
y tiendo la ropa a la luz de las estrellas
no hay camisas o pantalones aquí
solo arrugas para equilibrar sobre la soga
dudas para despertar la humedad
que se acurruca como ese niño
ante un canto que promete el sol
un abrigo propio un corazón que se parte
y comparte hasta la calma «te protejo»
le digo «pero no te comprendo»
por eso salgo a entender la noche
para que todo calor antiguo y lejano
atraviese el universo hasta mi casa
y evapore cada vacilante palabra
la doble sin culpa y la guarde en un cajón
HERNÁN SCHILLAGI (inédito)
domingo, 2 de junio de 2024
Un poema desde el hielo
destino polar
has
atravesado el frío
de cemento y
llovizna
pero el que
se corta es tu cuerpo
que deja
señales de duda en el camino
y piensa que
llega a algún lado
como creyó
frederick cook
al alcanzar
el polo norte y del error
hizo una victoria
fantasma
el frío has
atravesado
con el gesto
de un explorador
que busca
ese magnetismo que se le niega
esa
desorientación desbocada y feliz
que guía
hasta la ceguera
hasta la
revelación hasta el mismo centro
del miedo
del hueso del hielo
que se parte
y al mirar en su interior
es miedo
otra vez
HERNÁN SCHILLAGI (inédito)
miércoles, 1 de mayo de 2024
Hasta la lectura, siempre
Cuánta tranquilidad para tomar ese café negro, para preparar ese mate amargo, para regar ese helecho. No hay sorpresas en cada gesto, pero lo conocido reconforta. Los autos pasan con estruendo para llegar hasta sus obligaciones cotidianas y la bocina del tren se escucha a lo lejos como si anunciara algo fugaz y feliz. Entonces, nada puede salir mal en un día así. Sin embargo, entra una notificación que hace estremecer tu teléfono, una foto conocida se actualiza en los portales y esta fecha anodina viene a completar otra inicial. Todo se desmorona: ha muerto un escritor.
Sí, un autor que has leído desde siempre y que has ido atesorando cada uno de sus libros en un lugar privilegiado en tu biblioteca. Un autor o una autora que se metía en tu bolso antes de emprender cualquier viaje como si fuera amuleto, como si se convirtiera en brújula, como si un dispositivo de localización comenzara a hablarte cuando los cruces de caminos se vuelven imposibles. Parece una cuestión de egoísmo, pero alguien lo tenía que preguntar de una buena vez: ¿qué hacemos los lectores cuando se nos muere uno de nuestros poetas amados o alguno de nuestros escritores favoritos?
La primera de las respuestas —no por obvia, menos relevante— está a la vista sobre la mesa: los libros. El consuelo de saber que esa posible desaparición física puede aferrarse con uñas y palabras entre las páginas de una novela, entre los versos de un poema que nos conmueve y moviliza a tipear frases para compartir con el planeta digital. Los muros e historias se pueblan de despedidas lacrimógenas y sinceras, de fotos en una presentación, como también de comentarios que subrayan lo «afortunados» que somos los lectores de tener como refugio ese legado imperturbable llamado obra. Patrañas. ¿Lloramos por la persona física o por lo que no va a escribir más?
Los escritores son los seres que mejor se preparan para la muerte. Quienes los leemos con devoción asistimos a una existencia intensa que promete una «segunda vida» como en los juegos electrónicos. Es decir, una extensión de las experiencias por otras vías: la emoción, la catarsis, la revelación, la incomodidad. «Vivo en conversación con los difuntos, / Y escucho con mis ojos a los muertos…», advierte con precisión de soneto el gran Quevedo. Buscar inmortalidad de librería de viejo, saldos en un cajón perdido y abandonado donde una perla se oculta en la hojarasca, invocar entre las páginas un abecedario que haga resucitar la mano que pulsó cada tecla, porque «Un libro abierto también es la noche», decía Marguerite Duras. Pero iba a escribir «dice», en un presente discontinuado, fantasmal y concreto, ya que las letras de molde y la fuerza vibrante de la frase niega el pretérito, esquiva las paladas de tierra y se refugia en una intemperie cargada de palabras que brillan en las sombras. ¿Y un escritor muerto qué es? Liliana Bodoc, que siempre indagaba en el reverso de las respuestas se animó a sugerir: «Toda criatura se cansa un día de cruzar ríos; entonces pide reposo. Pero no sé de ninguna criatura que se canse de amar, y pida odio…».
Me acerco así hasta la biblioteca, la salamandra crepita en la oscuridad y da un calor que se fagocita a sí mismo. Enciendo la luz y el efecto ilusorio dura apenas un segundo, pero hiela el corazón. No estoy mirando los estantes de libros ordenados uno al lado de otro, estoy viendo una pared de nichos con su frialdad de losa marmórea y sus nombres desamparados. «Sin duda eres una persona precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo (¿por qué, si no, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?)...», me descubre Paul Auster desde su «Diario de invierno», justamente.
Los lectores, por lo tanto, viudos del olvido, saqueadores de tumbas, adictos a la exhumación, cazadores de sombras rapaces, niños caprichosos sin resignación, iletrados de la muerte; veníamos con temor tomándole el pulso a ese escritor que hacía veinte años que no publicaba una novela decente, controlando el oxímetro a ese poeta que parecía una fotocopia de su antiguo brillo verbal, pero con la expectación de que esa vida extenuada y decadente pudiera darle a la nuestra —gris y sin gracia— una alucinante razón de seguir en este mundo. La muerte no solo disimula los errores del que nos deja, sino que también pone en evidencia las faltas de los que nos quedamos entre lágrimas. No hay duelo posible en la lectura, nada más resta el desafío o la rebelión —como pedía Pizarnik— de mirar una rosa (o un libro, agrego yo) hasta pulverizarse los ojos.
HERNÁN SCHILLAGI, inédito